Los ataques de Israel y la falta de equipos de emergencia impiden rescatar, recoger y enterrar a miles de personas fallecidas o sin localizar más allá de la lista de casi 29.000 muertos oficiales.
Por El País
El número que ofrece el cuerpo de Defensa Civil, encargado de los rescates, apoyado por instituciones como la Media Luna Roja, es, al menos, de 7.000. Son los muertos y desaparecidos no registrados, los que quedan fuera de los casi 29.000 oficiales contabilizados por las autoridades sanitarias de la Franja, en manos de las autoridades de Hamás.
Ahmed Omar Farawaneh, de 26 años, es el único superviviente de su familia. Cuenta que la vida le iba bien al frente de una empresa de marketing digital en Gaza, desde donde trabajaba con compañías de Arabia Saudí. Dos días antes del 7 de octubre, cuando Hamás mató a unos 1.200 israelíes marcando el comienzo de la guerra, había viajado a una conferencia en Suiza. Fue en torno al mediodía del día 15 cuando fue alertado de un ataque y empezó a tratar de contactar con su familia, pero no fue posible. Horas después supo que su casa había sido bombardeada y que todos habían muerto.
“Perdí a 16 miembros de mi familia, entre ellos a mi madre y a mi padre, exdecano de la Facultad de Medicina de la Universidad Islámica. También mis hermanas Aya e Isra, con sus maridos e hijos. Y mi hermano, Abdulaziz, con su mujer e hijos. Todos eran civiles y la mayoría de los mártires [forma de referirse a los que fallecen en el conflicto], niños”, detalla. “A tres de mis sobrinos no pudimos encontrarlos ni enterrarlos. Son Raghad Saleh Farawaneh, de 14 años; Israa Ola Saleh Farawaneh, de ocho; Saleh Rahaf Ahmed Qanita, de nueve″, lamenta Farawaneh, que espera en Turquía el final de la guerra. Su testimonio, como el resto de la decena recabados para este reportaje a lo largo de dos semanas por los problemas de comunicación con Gaza, llega a través de mensajes escritos y de voz al teléfono.
“Se trata de un asunto espinoso y complicado. Desde el comienzo de la guerra los números no dejan de crecer de manera dramática cada día, aunque tratamos de dar lo mejor de nosotros para sacar todos los cuerpos de entre los escombros”, comenta Mahmud Bassal, portavoz del servicio de Defensa Civil de Gaza, cuyos efectivos y equipos se han visto muy mermados en estos más de cuatro meses de contienda. A veces, la única solución es escribir los nombres de los que no han podido ser rescatados con espray sobre las piedras para marcar el lugar y facilitar así las tareas de recuperarlos el día que sea posible.
“El 20 de diciembre, el ejército de Israel bombardeo nuestra casa familiar y perdí a 21 personas: mi madre, tres hermanos, sus mujeres y sus hijos e hijas. Durante 10 días trataron de extraer los cuerpos, pero no fue posible en el caso de mi hermano Asaad, un empleado público de 45 años, y su hijo Bahaa, estudiante universitario de 23 años que se iba a casar este verano”, cuenta el periodista gazatí Abdulrrahim Oroq, que reside desde hace ocho años en Estambul. “A falta de miembros de los equipos de rescate y de herramientas, vecinos y familiares fueron los encargados de ayudar a recuperar a los muertos, algunos de ellos ya descompuestos y sin poder identificarlos. Los enterraron en un campo de fútbol próximo a Sheik Radwan, el barrio donde vivimos en la ciudad de Gaza”, añade.
“Espero que estén en el paraíso”, anhela Ibrahim Bahjat abu Dan, vecino del campo de refugiados de Bureij, en el centro del enclave palestino, que resultó herido en el bombardeo de su vivienda y de otras adyacentes donde habitaban otros familiares. “Fue una tortura, porque los muertos sabíamos que estaban muertos, pero los vivos no los podíamos sacar”, explica al tiempo que recuerda a algunas de las víctimas, como su primo Maher y su hija. “Quedaron cuatro cadáveres entre los escombros. Estuvieron allí mucho tiempo porque había muchos bombardeos y no teníamos medios suficientes. Era una zona muy peligrosa. A algunos los sacaron ya descompuestos tras 20 días, cuando yo estaba todavía en el hospital”, recuerda.
“Hay cadáveres entre los escombros y tirados en la calle. No podía ir nadie a salvarlos, ni la Cruz Roja, ni la Media Luna Roja… Cuando alguien se acerca las fuerzas de ocupación les disparan. (…) No respetan a nuestros muertos, que están ahí tirados como perros. No podemos enterrarlos y no sabemos qué hacer. A algunos se los acaban comiendo los perros o los animales”, lamenta Majid Shakur, uno de cuyos hermanos, Ahmed, de seis años, se quedó bajo los cascotes en la localidad meridional de Jan Yunis, escenario de intensos ataques israelíes desde hace semanas.
Entre las víctimas mortales cuyos cuerpos no se han recuperado se encuentra el profesor Refaat Alareer, entrevistado por EL PAÍS unas semanas antes de que el ejército israelí lo matara el 6 de diciembre junto a un hermano, una hermana y cuatro hijos de esta en la ciudad de Gaza.
Los bombardeos han dañado buena parte de los equipos con los que trabajan los servicios de emergencia, especialmente las excavadoras, “la principal herramienta que disponemos para extraer a los muertos de entre los cascotes”, comenta Mahmud Bassal. “Es como si los israelíes nos estuvieran mandando el mensaje de que no recuperemos los cuerpos de nuestra gente de ahí abajo”, agrega.
La guerra ha sacudido la inmensa mayoría de los 365 kilómetros cuadrados de Gaza. Más del 80% de la población de 2,3 millones de habitantes, que sufre daños superiores a las de otros conflictos como los de Ucrania, Siria o Irak, vive desplazada. Los cálculos apuntan a que al menos la mitad de los edificios, entre el 50% y el 61%, están destruidos o dañados por los ataques israelíes, según un análisis publicado por la cadena BBC basado en información obtenida vía satélite.
“Un bombardeo produce una destrucción mucho mayor de la de un terremoto”, señala Antonio Nogales, presidente de Bomberos Unidos Sin Fronteras (BUSF), consciente de que en el enclave palestino es difícil estos días proceder a un rescate y desescombro sistemático por medio de especialistas, algo “muy delicado”. Con experiencia en numerosas catástrofes, insiste en que las primeras 72 horas son claves para rescatar a las personas con vida, “pero obviamente no con palas, picos, palancas y azadas”, que, además de las manos, es lo que más se emplea estos días en Gaza.
Grupos de rescate como el suyo, explica, suelen emplear “equipos de perforación, martillos y taladros percutores, cojinetes, neumáticos de elevación… una serie de herramientas que entiendo que allí habrá pocas y no se podrán utilizar muchas de ellas porque son eléctricas y se alimentan con generadores que están alimentados con combustible”, muy escaso. Nogales también alude a la necesidad de unidades caninas, tanto para localizar a personas vivas como muertas. Las excavadoras, esa herramienta esencial para el cuerpo de Defensa civil de Gaza estos días, carecen de precisión y no se suelen emplear cuando lo que se pretende es liberar a personas vivas.
Algunos logran sobrevivir a los bombardeos y narran cómo fue estar sepultados. “La sensación es como de estar ya muerta, de que nadie va a poder llegar hasta donde estás, que nadie va a salvarte. Pero lo peor es que te sacan y que queda gente debajo de los escombros”, relata Samaher Badwan, una mujer que recuerda cómo dejó atrás a cinco chicas y un chico cuando lograron extraerla de un edificio de cinco plantas atacado en Deir al Balah, en la zona media de la Franja.
Las verdaderas cifras de esas víctimas no se van a conocer hasta después de la guerra, entiende el portavoz del cuerpo de Defensa Civil. En medio del caos reinante, con decenas de miles de familias rotas por los desplazamientos forzosos y los ataques de Israel, Mahmud Bassal y los gazatíes se aferran a una última esperanza: que ese familiar al que no encuentran siga con vida en algún sitio. En la mayoría de los casos entienden que será ya imposible. En su testimonio afloran nombres de familias como los Al Goul, con 84 muertos después del bombardeo de su edificio de cinco plantas. “Historias desgarradoras entre cifras enormes”, deplora Bassal.