Por: Yanis Varoufakis | El País
Miremos hacia donde miremos, estamos presenciando el triunfo del capital. En almacenes, fábricas, oficinas, universidades, hospitales públicos, medios de comunicación, incluso en el espacio, pero también en el microcosmos de las semillas patentadas. ¿Cómo me atrevo, entonces, a afirmar que el capitalismo ha muerto asesinado? ¿Quién lo ha matado? La respuesta es de una ironía deliciosa: el capitalismo ha muerto asesinado por su propia mano: por el capital.
Si estoy en lo cierto, lo preocupante no es lo que la Inteligencia Artificial (IA) nos vaya a hacer en el futuro, sino lo que ya ha hecho: el capital ha llegado a ser tan dominante y ha mutado en una variante tan tóxica que, como un virus estúpido, ha acabado matando a su anfitrión, el capitalismo, para sustituirlo por algo muchísimo peor.
Este nuevo capital mutante que ha matado al capitalismo vive en la famosa nube, así que llamémoslo capital en la nube.
El capital en la nube, por supuesto, no vive realmente en la nube, sino en la Tierra; reside en equipos conectados en red, granjas de servidores, torres de telefonía móvil, programas, algoritmos basados en inteligencia artificial y en el fondo de nuestros océanos, donde se extienden incontables kilómetros de cables de fibra óptica.
A diferencia de lo que ocurre con los medios de producción del capital tradicional, como los motores de vapor o los robots industriales modernos, que son medios fabricados, el capital en la nube no fabrica cosas, sino que está compuesto por dispositivos concebidos para modificar el comportamiento humano. Eso es lo que son Alexa de Amazon o el Asistente de Google: un medio de modificación del comportamiento construido precisamente para eso. Es una máquina, una pieza del capital, a la que entrenamos para que nos entrene para que la entrenemos para que ella decida qué queremos. Y, una vez decidido lo que queremos, la misma máquina nos lo vende directamente, sin pasar por los mercados.
Por si fuera poco, esa misma máquina consigue que sostengamos la enorme red de modificación del comportamiento a la que pertenece con nuestro propio esfuerzo, de forma voluntaria y gratuita. Cuando publicamos reseñas, valoramos productos o publicamos en la red vídeos, diatribas y fotos, estamos ayudando a reproducir el capital en la nube sin recibir un céntimo por nuestro trabajo. La máquina, en definitiva, nos ha convertido en siervos de la nube. Mientras tanto, en las fábricas y los almacenes, los mismos algoritmos que modifican nuestro comportamiento y nos venden productos se utilizan —normalmente, mediante dispositivos digitales en la muñeca del trabajador— para hacer que trabajen más deprisa, dirigirlos y vigilarlos minuto a minuto.
Impresiona ver de qué forma el capital en la nube consigue desempeñar cinco funciones que antes estaban fuera del alcance del capital tradicional. Capta nuestra atención. Fabrica nuestros deseos. Nos vende directamente, sin pasar por los mercados tradicionales, lo que nos ha hecho desear. Fomenta el trabajo proletario en los centros de trabajo. Y crea una ingente mano de obra gratuita (los siervos de la nube).
¿A alguien le extraña que los propietarios de este capital en la nube —llamémoslos los nubelistas— tengan un poder hasta ahora inimaginable para obtener una plusvalía gigantesca de los proletarios, un volumen incalculable de trabajo no remunerado de casi todo el mundo y, de los capitalistas vasallos, unas rentas de la nube inconcebibles? ¿Cómo no van a ser mucho más poderosos de lo que pudieron ser jamás Henry Ford o Rupert Murdoch?
“Un momento”, me dirán. “¿En qué se diferencia Jeff Bezos de Henry Ford? ¿No son todos monopolistas?”. No. Amazon.com no es una empresa capitalista monopolista. En el momento en que entramos en amazon.com hemos salido del capitalismo. Es cierto que es un sitio lleno de compradores y vendedores, así que es una enorme plataforma comercial, pero no es un mercado. El dueño de todo es un hombre llamado Jeff, que es muchísimo más que un monopolista.
Jeff no posee las fábricas en las que se producen los artículos que los capitalistas tradicionales no tienen más remedio que vender en su plataforma. Lo que sí posee es el algoritmo que decide qué productos vemos, el mismo algoritmo que nosotros hemos entrenado para que nos conozca a la perfección y nos empareje con un vendedor —al que también conoce a la perfección— de forma que cada emparejamiento tenga las máximas probabilidades de permitirle a Jeff extraer el mayor margen posible del vendedor por cada cosa que se compra: hasta el 40% de lo que pagamos.
Un edificio con un anuncio de Google Cloud, la filial de Google para tecnología almacenada en la nube, en San Francisco, en abril de 2019.
La mente se revuelve ante una explotación de tal dimensión y tan radicalmente nueva. El mismo algoritmo que ayudamos a entrenar en tiempo real para que nos conozca de arriba abajo modifica nuestras preferencias y administra la selección y la entrega de los productos que van a satisfacer esas preferencias. Si dos personas escriben “bicicletas eléctricas” en amazon.com, obtendrán recomendaciones totalmente diferentes. Es como si, en un mercado o centro comercial tradicional, las dos personas caminasen una al lado de la otra, mirando en la misma dirección, pero viendo cosas distintas en función de lo que el algoritmo de Jeff quiere que vea cada una.
Todos los que entramos en amazon.com navegamos en un aislamiento construido por el algoritmo, como si estuviéramos en un panóptico en el que no podemos vernos unos a otros sino solo el algoritmo que todo lo ve o, para ser más exactos, lo que el algoritmo nos permite ver para sacar el máximo dividendo de la nube, la versión actual de la renta que los señores feudales cobraban por las tierras a sus vasallos y sus campesinos.
Esto no es capitalismo. Señoras y señores, bienvenidos al tecnofeudalismo.
El capitalismo, no lo olvidemos, tenía dos pilares: los mercados y los beneficios. Por supuesto, los mercados y los beneficios siguen estando omnipresentes. Pero el capital en la nube los ha desplazado del centro de nuestro sistema socioeconómico, los ha empujado hacia los márgenes y los ha reemplazado.
Los mercados, el medio en el que se desarrolla el capitalismo, se han visto sustituidos por feudos en la nube, plataformas de comercio digital como amazon.com o Alibaba que, como hemos visto, parecen mercados, pero no lo son.
¿Y los beneficios, que son el combustible del capitalismo? Pues los han sustituido sus antecesoras feudales: las rentas. En concreto, las rentas de la nube, una nueva forma de alquiler que hay que pagar por el acceso a esos feudos o plataformas digitales.
¿Cómo surgió el capital en la nube? Nació a finales de los años noventa, cuando el internet original, que era un bien común —funcionaba como una zona libre de capitalismo—, aquel internet 1.0, por así decir, cayó en manos de las grandes empresas tecnológicas que estaban naciendo, que lo privatizaron.
¿Quién pagó los billones de dólares que costó fabricar y acumular el capital de la nube con tanta rapidez en manos de unos pocos nubelistas? Lo sorprendente es que fueron, sobre todo, los bancos centrales de los países del G-7. ¿Cómo es posible? Pues por accidente, o, para ser más exactos, por culpa de la crisis.
Tras el hundimiento del sector financiero en 2008, los banqueros centrales imprimieron nada menos que 35 billones de dólares para rescatar a los bancos mientras nuestros gobiernos sometían al pueblo a duras medidas de austeridad. Los capitalistas fueron suficientemente astutos como para prever que la gente no iba a tener un céntimo y no iba a poder comprar sus productos. Así que, en lugar de invertir, llevaron el dinero del banco central a la Bolsa y a los mercados de bonos, donde compraron acciones, bonos y, de paso, yates, arte, bitcoins, NFT y cualquier “activo” que pillaron.
Los únicos capitalistas que realmente invirtieron en capital fueron los dueños de las grandes tecnológicas. Por ejemplo, nueve de cada diez dólares que se invirtieron en crear Facebook procedían de ese dinero de los bancos centrales. Así se financió el capital en la nube y así se convirtieron los nubelistas en nuestra nueva clase dirigente.
Como consecuencia, el verdadero poder hoy no lo tienen los dueños de maquinaria, edificios, ferrocarriles, compañías telefónicas o robots industriales. Estos anticuados capitalistas terrestres siguen obteniendo plusvalías del trabajo asalariado, pero ya no son los que mandan. Se han convertido en vasallos de los propietarios del capital en la nube, de los nubelistas. En cuanto a los demás, hemos vuelto a nuestra antigua condición de siervos y contribuimos a la riqueza y el poder de la nueva clase dominante con nuestro esfuerzo no remunerado, que se añade al trabajo asalariado que hacemos cuando tenemos la posibilidad.
¿Todavía no están convencidos? Ya, es difícil dejar atrás la palabra capitalismo. Los liberales no son los únicos para los que es como el agua para los peces. Los socialistas también necesitamos sentir que nuestro propósito en la vida es derrocar al capitalismo. Resulta difícil aceptar que el capital se nos ha adelantado y lo ha sustituido por algo peor. De hecho, mis amigos de izquierdas son los que más intentan disuadirme y convencerme de que sí, puede que el capital en la nube sea importante, pero “esto sigue siendo capitalismo, colega”.
Llamémoslo capitalismo rentista o capitalismo monopolista, me sugieren. Pero no es suficiente. El alquiler de la nube no es como el alquiler del suelo, porque exige una enorme inversión en nuevas tecnologías. Y tampoco son rentas procedentes de un monopolio, porque Bezos y Zuckerberg no monopolizan mercados para vender lo que fabrican (como hacían Ford y Edison), sino que han sustituido a los mercados y no están interesados en fabricar nada (a diferencia de Ford y Edison).
¿Qué tal capitalismo de vigilancia? Tampoco. Los nubelistas no se limitan a utilizar algoritmos para lavarnos el cerebro en nombre de los anunciantes en un entorno capitalista. No, el capital en la nube se reproduce gracias a nuestro trabajo gratuito, explota directamente el trabajo asalariado y exprime las rentas de la nube de los capitalistas vasallos en plataformas comerciales que no son mercados. Esto no es capitalismo, señores.
¿Pero qué pasa con la afirmación de que el tecnofeudalismo es parasitario del sector capitalista integrado en él? Es verdad. Si los capitalistas convencionales se extinguieran, los nubelistas desaparecerían, incapaces de cobrar rentas de la nube a los fabricantes. ¿Y qué? Cuando el capitalismo acabó con el feudalismo, los capitalistas pasaron a ser parásitos de los terratenientes, en el sentido de que, sin tierras privadas que produjeran alimentos, el capitalismo habría desaparecido. Ahora, el sector capitalista tradicional también alimenta el tecnofeudalismo, pero los que dominan son el capital y las rentas de la nube.
El concepto de tecnofeudalismo demuestra que el hecho de que los trabajadores del automóvil y los enfermeros se organicen, aunque sigue siendo esencial, es insuficiente. Aclara lo que va a costar movilizarse contra el cártel de los combustibles fósiles cuando nuestros medios de comunicación funcionan gracias a un capital en la nube preparado para envenenar a la opinión pública. Explica por qué el paso a los coches eléctricos ha provocado la desindustrialización de Alemania, a medida que los beneficios de la ingeniería mecánica de precisión se sustituyen por los dividendos que obtienen los propietarios del capital en la nube dedicados a observar las rutas y los hábitos de los conductores. De repente tiene mucho más sentido la decisión de Elon Musk de comprar Twitter, como interfaz entre sus acciones de capital mecánico en Tesla y SpaceX y el capital en la nube. La nueva guerra fría entre Estados Unidos y China, especialmente desde que empezó la guerra de Ucrania, se explica como la repercusión de un enfrentamiento de fondo entre dos tecnofeudalismos con rentas de la nube, uno en dólares y el otro en yuanes.
¿No es alucinante? Todos esos avances científicos increíbles, esas fantásticas redes neuronales y esos programas de inteligencia artificial inimaginables, ¿para conseguir qué? Para crear un mundo en el que, mientras la privatización y el capital de riesgo vacían nuestro entorno de toda la riqueza física, el capital en la nube se dedica a vaciar nuestros cerebros. Para que podamos ser dueños individuales de nuestra mente, debemos ser dueños colectivos del capital en la nube. Cuando hayamos recuperado nuestra mente, podremos trabajar todos unidos para encontrar la manera de crear un nuevo capital común en la nube. Será rematadamente difícil, pero es la única forma de conseguir que nuestros artefactos basados en la nube dejen de ser un medio fabricado para modificar el comportamiento y se conviertan en un medio para la colaboración y la emancipación humanas.
Siervos de las nubes, proletarios de las nubes y vasallos de las nubes del mundo, ¡uníos! No tenemos nada que perder, salvo nuestras cadenas mentales.
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