Tegucigalpa – La tormenta Sara no solo dejó devastación en Apacilagua, sino que también sepultó las últimas esperanzas de miles de agricultores que, tras enfrentar una sequía extrema, ahora ven sus campos inundados y sus cosechas perdidas. El alcalde Carlos Alberto Martínez Mendoza revela una realidad devastadora: más de dos mil familias han quedado damnificadas en esta región del sur de Honduras.
«Primero la sequía nos castigó sin piedad, y cuando pensábamos que las lluvias traerían alivio, la tormenta Sara nos golpeó con toda su fuerza durante siete días consecutivos», lamenta Martínez Mendoza, mientras describe cómo las esperanzas de su pueblo se desvanecen con cada gota de lluvia.
En este municipio, donde ocho de cada diez familias dependen de la agricultura, la situación ha alcanzado niveles críticos. Más de 2,070 familias aguardan asistencia urgente, mientras ven cómo sus medios de sustento desaparecen bajo el agua.
«Ya no hay esperanza ni siquiera de sembrar un grano de maíz», señala el edil, evidenciando la gravedad de la crisis.
La mirada ahora se dirige hacia Tegucigalpa. «Tenemos fe en que el gobierno central responderá», expresa Martínez Mendoza, consciente de que sin ayuda inmediata, estas familias no podrán sostenerse hasta abril. El tiempo corre, y con él, las esperanzas de todo un pueblo que se debate entre la resilencia y la desesperación.
Esta crisis no solo representa números en un informe: son historias de familias enteras que han perdido no solo sus cosechas, sino también sus sueños y planes para el futuro.
Apacilagua, como tantas otras comunidades agrícolas de Honduras, enfrenta ahora el desafío de reinventarse en medio de una naturaleza cada vez más impredecible.
