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Ari Folman lleva a Cannes la crisis de refugiados a través de Ana Frank

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Cannes (Francia) – El israelí Ari Folman quería recuperar la historia de Ana Frank para que el Holocausto no caiga en el olvido y preparando su nuevo proyecto de animación se topó con la crisis de refugiados. El resultado es una preciosa cinta de animación que peca de idealista, presentada hoy en Cannes.

Una película destinada a los niños para recuperar la historia de un diario, el de Ana Frank, que hace años era casi una lectura obligada en los colegios, y que ahora es un texto desconocido por la mayoría de los estudiantes.

Y que guarda paralelismos con la situación actual, las guerras, los refugiados, los desplazados…»Queríamos hacer durar la herencia de Ana Frank y aplicarlo a lo que ocurre en el mundo de hoy», explicó en rueda de prensa Ari Folman tras la proyección del filme, que se presenta fuera de competición en el festival.

«Hay muchas organizaciones que ayudan a los niños en guerra hoy en día, no hablamos solo de la memoria del Holocausto. Hay millones de niños que se encuentran en zonas de guerra. Un niño de cada cinco está en peligro», lamentó el realizador.

«Where is Ana Frank» (Dónde está Ana Frank), un título que prescinde expresamente de la interrogación, se compone de dos historias paralelas.

La de Ana Frank y su familia, encerrados durante casi dos años y medio en un apartamento oculto en un edificio de Amsterdam para huir de los nazis, convertido hoy en día en un museo dedicado a su figura.

En ese museo y en la actualidad se sitúa la acción principal de la película, protagonizada por Kitty, la amiga imaginaria a la que Ana Frank escribía su diario. De las letras de ese cuaderno surge la figura de una Kitty que desaparece cuando se aleja del texto y que en la vida real conoce a Peter, un chico que gestiona un albergue para refugiados.

«Kitti sigue a Peter, hace todo lo posible para ayudar». Y ese es el mensaje que quiere lanzar Folman con una película dirigida al público de 9 y 10 años. No se trata, aseguró de «preservar la iconización de Ana Frank».

Es cierto que ahora el diario de Ana Frank está en los fondos de las bibliotecas y que querían recuperar su mensaje, como reconocieron los productores.

Y también que Folman, hijo de supervivientes de Auschwitz, tiene miedo de que una vez muertos todos los que vivieron aquella situación, el Holocausto deje de ser observado desde el punto de vista actual, porque los jóvenes ya casi ni se acuerdan de que existió.

Pero más allá de la historia en sí, lo que querían el director y los productores con la película era alertar tanto del creciente antisemitismo como el de los extremismos de las guerras y la violencia contra civiles.

Y aunque aseguraron no tener un objetivo político, sí dijeron esperar que la película sirva para abrir un debate necesario.

Más de 200 personas han trabajado en el proyecto -de ellos alrededor de un centenar de animadores-, que presenta un cuidado aspecto visual mucho más infantil que «Waltz with Bashir» («Vals con Bashir», 2008), la tremenda historia de animación sobre la matanza de Sabra y Chatila que dio a conocer a Folman.

Si en aquella ocasión, Folman conmocionó a Cannes con una película de animación que con sus amarillos y negros supo captar el horror de la matanza de palestinos en Sabra y Chatila (Líbano) en 1982, ahora ha cambiado a un estilo mucho más colorista e inocente, una historia dura con un envoltorio dulce.

Son «nuevos métodos» para contar dos historias conocidas, la del Holocausto de la Segunda Guerra Mundial y la de la crisis de refugiados que vivimos en la actualidad, que el director incluyó en 2015 en una película que ha tardado una década en realizarse.

Con un final demasiado inocente e idealista, que hace perder fuerza al relato de una película bien intencionada, la película ha sido recibida con fuertes aplausos en Cannes pero se queda lejos de la profundidad y complejidad de «Waltz with Bashir».

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