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Recordando a Daniel Moyano: Un artista argentino con instinto de supervivencia

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Tegucigalpa. – Moyano, un artista que narró desde sus entrañas y construyó su relato a partir de sus propias vivencias, se alejó de la escritura de época, donde la armonía y las historias se teñían de complejidad y tomó el camino de la simplicidad de la escritura sin por eso perder elegancia y contenido.

Eligió contar la rutina a un lector que compartía su misma epifanía. Les habló a sus vecinos, amigos, al pueblo de a pie, y les transmitió a través de la lectura su visión del mundo, mutándose en personajes, interpelando la realidad que se invoca día a día en distintas versiones, muchas de ellas duras, de las que sacan el aliento. Daniel afirmó «No me he evadido de la realidad sino que he tocado fondo en ella».

Moyano nace el 6 de octubre de 1930 en Buenos Aires. Sus padres, Cayetano Moyano y María Bellini tuvieron cinco hijos, de los cuales sobrevivieron sólo él y Blanca. Tanto su infancia como su adolescencia transcurrieron en la provincia de Córdoba, lugar a donde Moyano junto a su hermana fueron trasladados en 1934 al perder a su madre, víctima de femicidio. Su padre, quien queda detenido, se convierte en una sombra, un mal sueño y un arbusto de espinas para el resto de la vida de este escritor. Moyano junto a su hermana viven su infancia en formato nómade, vegetando en distintas casas de familiares que albergan sus realidades frente a una adopción forzada.

Ya cruzando la vereda de la adultez, este artista con diecisiete años se instala en la ciudad de Córdoba en búsqueda de trabajo y formación. Ejerciendo la albañilería y plomería logró el título básico de Enseñanza Primaria, herramienta que despertó la indagación del conocimiento autodidacta de la música y la literatura.

Para el año 1959, Moyano se muda de provincia una vez más, pero esta vez acompañado de su compañera Irma Capellino, quien lo invita a gastar algunos años en su Rioja natal. Con la ayuda del poeta Ariel Ferraro encontró, luego de mucho esfuerzo y persistencia, un trabajo que combinaba con sus instintos e inquietudes intelectuales. Supo encajar rápidamente en el grupo «Calíbar», espacio de producción y promoción de la vida cultural de la provincia. Haciendo un recorrido de su participación en el mundo cultural de La Rioja se pueden mencionar su participación en la génesis del Conservatorio Provincial de Música y del diario riojano El Independiente, del que llegó a ser codirector. Fue corresponsal de diferentes diarios argentinos, entre los que se destacan La Gaceta de Tucumán, La Prensa y Clarín de Buenos Aires y La Unión de Catamarca.

Tanto el desarraigo como la construcción de su propia identidad les dieron combustible a sus obras literarias y a su música. Moyano se identificaba con un Rulfo antes que con un Borges o un Cortázar. Oriundo del interior profundo de la Argentina por admisión y por exilio, Moyano se identificó con la realidad del argentino de campo, de pueblo, antes que con la ciudad. De esta manera, su obra estuvo comprometida con los desafíos que enfrentaban los argentinos, con esas verdades que se huelen en las calles, pero son ajenas en los diarios. Develó en sus cuentos historias de madres, padres, hermanos, niños huérfanos inmersos en un insomnio consciente que desgarraba los huesos (quizá su autorretrato), animales presos del maltrato y el exilio, siempre el exilio.

De esta manera, La Rioja supo ser el lugar en donde Moyano se cultivó tanto como escritor como músico. No sólo nacieron sus hijos, Ricardo, Beatriz (quien fallece con apenas cinco años de leucemia) y M.ª Inés, sino que también les dio vida a siete libros de cuentos, Artistas de variedades (1960), El rescate (1963), La lombriz (1964), El fuego interrumpido (1967), El monstruo y otros cuentos (1967), Mi música es para esta gente (1970) y El estuche del cocodrilo (1974), y tres novelas Una luz muy lejana (1966), El oscuro (1968) y El trino del diablo (1974). A su vez, su obra supo contar con presencia y reconocimiento internacional gracias a las traducciones de E. H. Francis al inglés o con la obtención de la Beca Guggenheim que le permitió viajar y disertar en universidades de EEUU y Canadá.

Se puede descubrir el exilio en casi todas las obras de Moyano, incluso vestido de aliento, escape, sueño y hasta de justicia. El desarraigo se disfraza de libertad, pero enviste dolor, aquejo y muerte: esa muerte que se presenta con el olvido, la indiferencia, el agobio y el hartazgo. Pero al mismo tiempo podría decirse que la escritura y la música fueron para Moyano la otra cara del exilio, su cable a tierra. El recreo exacto y atinado para que a través de su propia deportación de su interior pudiera escribir e interpretar obras musicales que lo alejaran de esa niñez gastada antes de aprender a jugar a la rayuela. Este tipo de destierro fue quizá lo que le ayudó a sobrellevar una vida de sobredosis de obstáculos.

Al margen del camino, Moyano supo inventarse un don, ser un Arquitecto de la narración, un diseñador de verdades contadas desde distintos enfoques, un fotógrafo que dio zoom, haciendo justicia, a aquellos personajes olvidados, aquellos protagonistas que no venden novelas. Supo describir escenarios repletos de una miseria extrema que al leerlas despiertan en el lector una pregunta que se repite una y otra vez “¿hasta cuándo va a continuar este cuento trágico? ¿algo más le tiene que pasar?” rogando, en vano, entre hoja y hoja llegar a un final feliz.

Como todo lo que impactó en su obra, lo vivido a partir de 1976 no será una excepción. Obligado a convertirse en exiliado político, luego de haber sido encarcelado, encontró en España otro hogar. Si bien tuvo que empezar de cero en un país qué solo tenía en común un idioma, dominó la palabra y desde el destierro se puede hallar su percepción de la represión política argentina en El vuelo del tigre (1981), Libro de navíos y borrascas (1983), Tres golpes de timbal (1989) y Un sudaca en la corte (1992).

Perspicaz y astuto se reinventa en una metamorfosis más compleja y reconocida por el mundo de la escritura. Ingresa al universo literario desde Madrid, es invitado a participar de varios encuentros y dicta cátedras en donde presenta su obra. Moyano sigue creciendo como artista y sus colegas desde la Argentina lo citan, lo recuerdan y lo publican. Un océano no separa a las plumas, antes que callarse los artistas cantan. Retorna la democracia en Argentina, pero Moyano no cruza las fronteras. Es reconocido con distintos premios, publicaciones e invitaciones.

El 1ro de julio del año 1992 Daniel Moyano en Madrid experimenta la muerte en primera persona. Este militante de la supervivencia se exilia por última vez. No obstante, deja resabios de su existencia a través de una novela corta, Un sudaca en la corte, un libro de cuentos Un silencio de corchea y una novela que no llegó a edificar por completo, Dónde estás con tus ojos celestes.

Moyano no se quedó con la contemplación de lo clásico, lo tradicional, lo cómodo, sino que rompió el hiato a través del arte con una destreza sublime y auténtica.  Hoy sólo nos resta trabajar para que este artista no sufra el peor de los trastornos, haciendo legítima su lucha por darle palabra a los nadie, a las mayorías, a los que no tienen voz. Hoy sólo debemos hacer de su obra una institución y alejarlo del olvido, la mejor cara del exilio.

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