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Me siento violada por el gobierno de Rusia: Dirigía una escuela, pero tuvo que huir de Ucrania

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Cada vez que los rusos consiguen tomar una porción en el este de Ucrania, despliegan rápidamente una batería de normas y asumen la gestión administrativa del lugar. Renombran calles y avenidas; imponen su idioma; intentan, torpemente y contra la voluntad de la población, comenzar a gobernar. Por ejemplo, si las clases estaban suspendidas por el escenario de guerra, ordenan que todos los niños y los docentes vuelvan pronto a las escuelas. Deja de izarse la bandera ucraniana y a partir de ese momento se eleva al cielo la rusa.

Porclarín

Es la colonización política y cultural que viene después de los tiros, de la muerte y de los territorios arrasados por las tanquetas. El país invasor asegura la zona con la intención de que sea para siempre, aún cuando todavía es alto el riesgo de una contraofensiva de las fuerzas ucranianas. Eso está ocurriendo en casi todo el cordón oriental de Ucrania.

El viernes se pudo ver en fotografías el modo en que sobrevivientes del asedio a Mariupol cambiaban un cartel con el nombre de la ciudad en ucraniano por otro similar pero escrito en ruso. Del mismo modo, en la región de Jersón, pegada a Crimea, las fuerzas rusas rápidamente intentaron imponer el rublo como moneda oficial. Ordenaron a todos los empleados públicos administrativos que regresaran a las oficinas y buscaron impulsar un retorno de los civiles a la vida normal.

Lo consiguieron a medias, ya que la misma población salió a la calle a protestar contra la invasión y el nuevo órden del Kremlin. Y además, a denunciar una práctica que los rusos también ejecutan cada vez que consiguen controlar ciudades o regiones: hacen listas de opositores y activistas, investigan a cada voluntario, interrogan a estudiantes y referentes sociales y, finalmente, según denuncias recogidas por el equipo de Clarín, encarcelan y torturan a los disidentes. Otras informaciones hablan directamente de ucranianos deportados de los lugares donde nacieron, se criaron, prosperaron, fueron libres y armaron su vida, a los confines de Rusia.

Ludmila Gerasimenko tuvo mucho miedo de que le sucediera algo parecido a eso, y una noche lo miró a su marido, que tanto le insistía para salir, y le dijo: “Está bien, tenés razón, tenemos que irnos ya mismo de acá”. Tomaron sus cosas y dejaron Dniprorutne, una de las ciudades de la región de Zapohiriya que está desde marzo bajo control total de los rusos.

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