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De espía a objeto sexual: la trampa de las bandas latinas para las mujeres que buscan una mejor vida

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Karina entró con 12 años en los Trinitarios buscando “protección” y “por amor” a su novio pandillero. Con 25 años relata a Efe su doloroso paso por unas organizaciones que ven en las chicas jóvenes como herramienta sexual y de las que se sirven para espiar a sus rivales.

Hace ocho años Karina acudió a una iglesia de Madrid por recomendación de una compañera del colegio tras cinco intentos de suicidio, confiesa a Efe mientras se toca el tatuaje de su brazo izquierdo, muestra de un pasado que le aterra.

“En las pandillas las chicas son espías y novias. Muchas son obligadas a tener relaciones sexuales con los miembros de las bandas y tienen prohibido hablar con hombres de otras organizaciones”, explica Karina.

“EN LOS TRINITARIOS ENCONTRÉ UNA FAMILIA”

Sólo en Madrid, las fuerzas de seguridad detectaron casi 90 grupos de bandas latinas, unos 400 miembros, que cada vez son reclutados a edades más tempranas: entre los 11 y 12 años.

Ante el incremento de su actividad tras el primer año de la pandemia, la Policía, fundaciones, instituciones educativas y exmiembros de pandillas se han involucrado en la concienciación, con charlas a los adolescentes para evitar que acaben en las garras de estos grupos.

Es el caso de Karina, que cuenta su experiencia para poder concienciar sobre el rol de la mujer en eso grupos violentos.

Vivía en un hogar donde su padre que maltrataba constantemente a su madre. “Encontré en los Trinitarios una familia. Pero luego me di cuenta de que, como mi mamá, allí solo era maltratada”, dice.

Como miembro de la banda, tuvo que drogarse, robar, asaltar a hombres ebrios en discotecas y buscar la amistad de chicos de pandillas rivales para sacarles información.

A los 17 años buscó ayuda para salir de la banda, tras un aborto en casa que casi le causa la muerte.

REDUCIDAS AL MERO PAPEL DE “CUEROS” (PROSTITUTAS)

No hay datos contrastados de cuántas chicas forman parte de las bandas latinas en España, que operan sobre todo en la Comunidad de Madrid, pero quienes trabajan para combatir a estos grupos las cuentan por decenas.

La mayoría son adolescentes, inconscientes de que están atrapadas y explotadas sexualmente, hasta que su permanencia en el grupo les pasa factura.

“Son una demostración de los pasos en reversa que se dan en la lucha por la igualdad entre hombres y mujeres. Dentro de las bandas, a las mujeres las denominan ‘cueros’, que significa en su lenguaje ‘putas’ y no son consideradas parte de la estructura”, explica a Efe Mónica Cubillos, psicóloga y policía local de Torrejón de Ardoz, localidad próxima a la capital.

Cubillos, con una amplia experiencia en estos grupos, recuerda que además son utilizadas como “informadoras” y para el transporte de armas y drogas.

La agente afirma que estas menores “normalizan tener relaciones sexuales con toda la cúpula de la banda bajo el consumo de sustancias que las desinhiben. Encima, tienen la percepción de que lo hacen desde la libertad”, aunque les prohíben flirtear con chicos de otras bandas.

También lo ha constatado María Oliver, investigadora de doctorado en el proyecto Transgang en Madrid, que estudia a grupos juveniles de calle en doce ciudades del mundo y que cifra en un 30 % el porcentaje de chicas en las bandas.

Coincide con Cubillos en que “muchas chicas se acercan al grupo porque les llama la atención algún chico y ellos las aceptan para abusar sexualmente de ellas. Algunas lo normalizan”.

“ENTRÉ EN LOS LATIN KINGS COMO ACTO DE REBELDÍA”

Oliver también se integró en una banda, en los Latin Kings, “como un acto de rebeldía contra la discriminación”. Con 24 años fue procesada por asociación ilícita y condenada a seis meses de prisión.

Tras cumplir su pena, comenzó a estudiar lengua inglesa mientras crecía su activismo contra la violencia y a favor del feminismo. Ahora comparte su experiencia para evitar que otras chicas ingresen.

Relata a Efe que el abuso a las adolescentes en bandas como la mara Salvatrucha, de origen salvadoreño, comienza desde el mismo momento de su ingreso.

Los varones sufren una paliza grupal de trece segundos y si la resisten, ya serán respetados. En el caso de las mujeres, el ingreso se inicia o con una paliza o con relaciones sexuales con los “reyes” de la banda.

EL MIEDO A DECIR NO

Estefanía tenía 15 años cuando quiso “coquetear” con una banda en Madrid. “Hice amistad con un par de chavales. Me invitaron a una fiesta y cuando llegué vi las ventanas cerradas, chicos tocando a las chicas, todos fumaban y tomaban. Decidí irme”, relata.

Después, los mismos amigos de la banda que le habían ofrecido “protección” le intimidaron para que no se acercara a otras pandillas. “Tenía miedo”, reconoce.

Desde el Movimiento Contra la Intolerancia, organización que lleva 30 años trabajando contra la violencia en España, su presidente, Esteban Ibarra, crítica la falta de prevención por parte de las administraciones ante la proliferación de estos grupos.

Oliver también cuestiona la forma de abordar el problema. “En vez de perseguir, hay que involucrarse con las pandillas a través de programas de pacificación”, opina.

EFE

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