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Ruta de la muerte: La inhumana travesía de un venezolano con su hijo pequeño desde el Darién hacia EEUU

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John Yépez y su hijo

 

Emprendió una larga travesía a través de la “ruta de la muerte” para alcanzar el tan anhelado sueño americano y encontró las peores pesadillas. Prefirió enfrentar grandes riesgos para escapar de su tierra. Se adentró en el Tapón del Darién, uno de los cruces más temibles de Sudamérica y pasó horas de caminatas sobre lodo, días de hambre y hasta fiebre. En su espalda llevaba el peso de la angustia y en sus brazos a su hijo de tan solo cinco años. El temor a ahogarse junto a su pequeño lo tambaleó en aquella selva que ha cobrado cientos de vidas.

El peligro se hacía inminente, el desconsuelo se aferraba ante la realidad, pero la mejor alternativa era seguir. La desgarradora historia de John Yépez se hizo viral en TikTok y en el mundo. Esa popularidad lo sacó de numerosos aprietos y a su vez, lo motivó a no rendirse. El joven venezolano contó a La Patilla los testimonios más amargos de esta experiencia y reveló cómo en medio de tantas penurias logró sobrevivir durante un mes y 20 días hasta llegar a Estados Unidos.

Por: Elizabeth Gutiérrez y Luis Eduardo Martínez | lapatilla.com

John Yépez es oriundo de Palo Negro, estado Aragua. Desde hace 4 años se encontraba en Colombia junto a su esposa y dos hijos. Con resignación detalló que la relación entre su pareja y él terminó. La joven lo abandonó y le dejó a su hijo pequeño para que se hiciera cargo. “Me traje a mi mamá para que me apoyara. Mi mamá estaba con mi otro hijo. Trabajé de domiciliario, tenía una moto y la situación también era muy pesada. Colombia se estaba poniendo muy complicada, no me alcanzaba para nada”, recordó.

Una moto era lo único que tenía, la vendió y con 450 dólares en su bolsillo tomó una de las decisiones más difíciles de su vida. Sin una dirección ni pasaporte, apenas contaba con su cédula de identidad y la partida de nacimiento del pequeño. El mejor plan fue “perseguir personas” y continuar el camino con otros migrantes. “Dije: ’tengo que irme por un mejor futuro’. Compré el pasaje para Medellín y el de mi mamá para que fuera para Cúcuta. Nos despedimos llorando, fue algo duro”, señaló.

Los cazadores de migrantes

Aunque el joven de 31 años desconocía cómo lo lograría, tenía en mente el destino a donde quería llegar: Estados Unidos. “Sabía que tenía que ir a Medellín y de allí a Necoclí. Luego, agarrar una lancha. Iba preguntando. Tenía dos sitios que me habían comentado que era el más rápido, es lo único que sabía”, mencionó. Pisó Necoclí en horas de la noche donde pagó 20 mil pesos para dormir en un hotel. Al día siguiente, canceló 50 dólares para irse en lancha hasta Capurganá. 

Referencial. Foto: OIM /Gema Cortes

 

En este tipo de travesías es muy común encontrar a los “coyotes” o “guías”, unos verdaderos expertos en el tráfico de migrantes. Permanecen al acecho y toman ventaja de la angustia de sus víctimas para obtener una buena cantidad de dinero.

Además de la extorsión, forman parte de una red de estafadores y entre sus “servicios” incluyen violencia y agresión sexual. Los afectados por esta operación ilegal son de distintas nacionalidades. Brian Fincheltub, asesor consular de la Embajada de Venezuela en Estados Unidos, expresó a La Patilla que muchos de los casos de abuso en el Tapón del Darién no son reportados por lo cual no se maneja una cifra exacta. Se estima que podría ser más del 80 % donde las mujeres y niñas se encuentran entre las más vulnerables.

John fue uno de los tantos inmigrantes desesperados que acudió a estos delincuentes. “En Capurganá estaba perdido, no sabía qué hacer. Los guías decían que te montaras en una tricimoto y te llevan a un lugar. Ellos cuadran todo, por dónde quieres ir y cuánto tienes que pagar”, explicó.

Agregó que durante el primer pase por Carreto canceló 300 dólares. “Nos montaron en una moto y nos llevaron a un sitio. La guía a la que pagamos nos llevó a una casa, almorzamos y nos quedamos ahí hasta las 6:00 de la tarde. Nos llevó al mar y en la noche nos montamos en una lancha. Eso era horrible, daba miedo. No se veía y tienes prohibido encender luces por la policía”.

El monstruo del Darién

El trayecto en lancha les llevó dos horas y confesó que le “daba miedo porque de noche pega más fuerte el oleaje”. En Carreto los recibió un “guía” que les dio cena. Para ese entonces, estaba totalmente incomunicado. “A la mañana siguiente, el guía nos dio café y dijo ‘vámonos de una vez’. Entregó una ficha y teníamos que esperar a otro guía. Cuando llevábamos una hora caminando todo el mundo empezó a botar muchas cosas: zapatos nuevos, ropa, toallitas húmedas”, manifestó.

Yépez contó que el sendero era muy inclinado. Pasaron tres días de recorrido “luchando, sufriendo. Uno se llena de mucho barro. Llega un momento en el que se te hunde el pie como hasta la rodilla”, recalcó. Se vio obligado a despojarse de los bolsos que llevaba consigo, botó la carpa, solo se quedó con un teléfono.  En cada paso, Yépez y su niño perdían fuerzas. Tuvo que cargarlo y continuar hasta acampar. “Mi hijo tampoco podía caminar y recuerdo las palabras que me dijo: ‘Papá, ¿por qué me trajiste para acá?’. Me puse a llorar porque me dio mucho sentimiento”.

Referencial. EFE/ Mauricio Dueñas Castañeda

 

Cientos de migrantes aglomerados, sin dejar de mencionar los “guías” que se encargan de liderar diferentes grupos. El pánico a naufragar era inevitable porque no sabía nadar. Afortunadamente, se topó con un venezolano que los ayudó a desplazarse. “Hay ríos que son hondos y se los lleva la corriente. Nosotros vimos que el río se llevó a un haitiano y se ahogó con su hijo. Entonces, un muchacho me esperaba y me pasaba al niño. Se iba adelante y podía llegar rápido, pero me esperaba en el río y me ayudaba a pasar nuevamente al niño. Había partes que teníamos que pasar en cadeneta, siempre apoyándonos entre todos”.

El drama y la angustia disminuyeron cuando lograron salir de la selva al caer el tercer día y visualizaron un campamento. Sin embargo, el aragüeño recordó con horror cómo casi es vencido por la densa vegetación. “Uno se desespera en esa travesía en la selva, yo dure tres días sin comer, me estaba desmayando, no tenía agua ni nada, entonces yo me paraba y tomaba agua del río. Un amigo me regaló azúcar para reponer energía”.

En el viaje, muchas personas se quedaron atrás, algunas perdieron la vida, como un joven que venía siguiéndole los pasos y fue mordido por una víbora.

Perder lo poco 

En el campamento, la cantidad de personas era exorbitante. Llegar con hambre no sirve de nada, pues la cola para poder comprar comida pasaba de tres horas. John inició su travesía con 450 dólares y para entonces ya no le quedaba suficiente dinero, y no había cruzado a Panamá. Al día siguiente, debía seguir su camino, tuvo que realizar una fila para subirse en una canoa y avanzar hasta otro campamento. El problema, costaba 25 dólares cada puesto. Como pudo, le imploró al “guía” poder avanzar gratis ante su precaria situación económica.

“Nos montamos en la canoa con chaleco -si tu te mueves mucho se puede voltear-, llegó un momento en que el agua se metía y con una garrita tienes que sacar el agua de la canoa porque se puede hundir. Tardamos aproximadamente como dos horas en arribar”. 

Atravesó dos campamentos para poder llegar a Panamá donde tuvo que dirigirse a un refugio de Acnur. Fue la primera vez en toda la travesía donde recibió atención gratuita. Les regalaron ropa, comida, juguetes y demás. Los relatos que escuchaba no eran alentadores, con casos de violación en niñas y mujeres que terminaban requiriendo ayuda psicológica.

La suerte de John comenzaba a desvanecerse. Cuando salió del refugio para seguir la ruta se quedó sin dinero, y su hijo enfermó. “Empezó a vomitar y nuevamente empecé a llorar, le pedí disculpas a mi Dios: Dije: ‘perdóname por haberlo traído‘. Me había arrepentido de haberme ido”.

Sin un centavo, se sentó en el piso con su hijo enfermo. Comenzó a pedir para poder subsistir y a medida que fueron transcurriendo las horas logró conseguir lo justo para pasar la noche en el hotel más sencillo de la zona. La noche transcurrió entre pensamientos, frustraciones y anhelos. A la mañana siguiente, se envalentonó y decidido a cumplir con su objetivo, tomó nuevamente rumbo hacia el norte.

El negocio de la migración 

A su llegada a Costa Rica, se había quedado sin dinero para pagar a los coyotes y seguir avanzando como otros migrantes. “Me tocó duro. Cuando llegué era de noche, me tocó dormir en el terminal sentado y si no había asientos me tiraba en el piso con mi hijo”, rememoró. En su búsqueda desesperada encontró una alternativa: Crear una cuenta en TikTok y subir videos donde preguntaba qué ruta debía seguir. Lo que nunca imaginó fue que su contenido se haría viral. “Me sorprendí”, aseguró.

La ley del más vivo, en ocasiones para sobrevivir, es lo que se desarrolla día a día en cada rincón de Latinoamérica. Lamentablemente, son pocas las personas que con honestidad reconocen las situaciones adversas de quienes tienen al frente. A John le tocó enfrentar en Nicaragua dos situaciones particulares.

En la frontera, le exigían pagar un salvoconducto para poder cruzar y transitar sin problemas por Nicaragua. De nuevo, la carencia de sustento económico obligó al joven oriundo de Palo Negro a rogar al Ejército que lo dejara avanzar. Las súplicas hicieron mella en el carácter férreo de un oficial quien lo ayudó a pasar desapercibido y a evitar un próximo control migratorio.

Un grupo de migrantes caminan en caravana. EFE/Juan Manuel Blanco

 

A pesar de ello, los locales se aprovechan de la crisis migratoria en Centroamérica para lucrarse con la diáspora. “Los buses, los choferes y el recolector, te cobran más caro el pasaje. Si el pasaje vale 5 te lo cobran en 15 y de paso te tratan mal. Todo el emigrante representa un negocio, no les importa si vienes sufriendo. A ellos lo que les importa es que les den dinero”, denunció.

Entre autobús y autobús, y apelando al sentido de humanidad de otros para evitar pagar las tarifas en cada alcabala, fue avanzando hasta llegar a Honduras.

Insistir ante la calamidad 

Se trasladó a Honduras y pagó un mototaxi que lo acercó a un refugio de migración donde le indicaron que debía esperar tres días por un nuevo salvoconducto gratuito. Cambió su dirección y se quedó en otro refugio. Pudo mantenerse gracias al respaldo de varias personas que le colaboraron con algo de dinero. “Una señora de aquí de EEUU me regaló 50 dólares. Fue la primera en transferirme. Busqué a un hondureño y le pedí sus datos porque no tenía pasaporte”, exteriorizó. 

Le aterraba la idea de ser capturado por la policía al no portar el salvoconducto, pero preguntó y tomó el autobús. Migración intentó quitarle dinero más de una vez. Sin embargo, imploró protección hasta que lo dejaron continuar. “Estaba sucio, horrible. A veces, los veía y me hacía el dormido, abrazaba a mi hijo. Cuando pasaban se regresaban, me tocaban y no me despertaba y cuando lo hacía, les decía que no tenía nada que por favor me ayudaran. Tuve que hacerlo así porque si no nunca iba a avanzar”.

Le tocó esperar otro bus. Pagar menos nunca fue un privilegio, todo lo contrario, le aseguraba mayor incomodidad: Ocho horas sentado en el piso, apretado con “demasiadas” personas y apenas podía respirar. El joven migrante narró que en Guatemala había otra alcabala donde los coyotes están organizados con la policía y la única manera de cruzar es con efectivo en mano. “Le dije al coyote que no tenía dinero, que por favor me ayudara y me dejaron pasar por una montaña. Atravesamos y luego tienes que pagar 40 dólares por persona para que te monten en carros particulares, te pasen por tres alcabalas de la policía, pero tienes que pagarle a juro”. 

Sin dinero, ni alternativa, indicó que tomó a su hijo, lo cargó y empezó a caminar. “Llegué a la primera alcabala. El policía preguntó: ‘¿De dónde eres?’. Respondí: ‘De Venezuela’. Él dijo: ‘Dele pa’ atrás’ y yo: ‘amigo, por favor’ ‘Dele pa’ atrás’. Ni me dejaba hablar. Luego de tanto suplicar, me dejó avanzar”. Caminó cerca de tres horas hasta la segunda alcabala. Nuevamente se encontró con la frialdad de las autoridades. Con lágrimas en sus ojos imploró sin cesar y lo logró. Se montó en un autobús que lo condujo hacia la tercera alcabala. El chofer lo ayudó para que pasara sin problemas.

Una travesía viral 

La situación se seguía tornando cuesta arriba para él y su pequeño hijo por la falta de dinero. Fue entonces cuando supo que una lugareña ayudaba a los migrantes venezolanos que iban de paso. Dar con ella resultó complicado, pero finalmente la halló. A su llegada a una enorme finca, descubrió que ella era la dueña, y sin mediar palabras recibió el apoyo que necesitaba. Ropa limpia, comida y 30 dólares le permitieron continuar su travesía.

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Este joven venezolano vio apremiante llegar hasta la capital de Guatemala y fue entonces cuando se percató de la importancia de su cuenta de TikTok que llegó a más de 100 mil seguidores en menos de 20 días. Un seguidor lo había contactado para esperarlo y darle refugio, pero John desconfiaba por tratarse de un extraño. “Estaba asustado con tantas cosas que suceden. Uno no sabe en quien confiar”. 

Y aunque el desconocimiento lo abrumaba optó por acceder a su invitación. Tomó un mototaxi y emprendió rumbo a la dirección que le había indicado. Cuando descubrió quién era, todo cambió. “Era un padre católico y adentro se encontraban más padres y me recibieron como en casa, me dieron un cuarto con dos camas, había Wi-Fi, comida, me bañe, me trataron excelentemente”, señaló. 

Cuando el sacerdote corrió la noticia, ocho familias también seguidores de John en TikTok, le llevaron dinero, ropa y comida. Llegada la noche, John debía continuar su camino y se preparó para retomar la ruta. “Un policía que conocía al padre me visitó y me llevó al terminal. El cura más viejo me regaló los pasajes y se los dio al policía para que me llevara en una moto al terminal”, dijo.

Rechazo a los venezolanos

Nunca pensó que vendría otra experiencia amarga producto de la xenofobia. “A las 12:30 pm no me dejaron abordar el bus por ser venezolano. Le decía: ‘Señor, ¿cómo usted me va a decir eso a mí? No sabe todo lo que vengo sufriendo para llegar aquí y que tengo mi pasaje en mano’ y respondió: ‘No, usted no puede’”.

Grabó un video donde difundió la indignante situación y despertó la ira de los que estaban a su alrededor. Describió cómo lo agredieron, querían arrebatarle el teléfono y a empujones lo sacaron del terminal. “Lo hicieron de lo peor, como si fuera un delincuente. Me quedé afuera llorando con mi hijo”. Inmediatamente, se comunicó con el padre quien fue con un policía para reclamar por lo sucedido. Le regresaron el dinero y lo trasladaron hacia otro terminal para dirigirse a la frontera con México.

En la parada siguiente, lo esperó una seguidora que contactó anteriormente al padre para ayudarlo, le entregó dinero y siguió.  “Me monté en el bus y 20 minutos antes de llegar a la frontera con México, empezaron a bajar a todos los emigrantes: ‘Los emigrantes llegan hasta aquí’. Los hacen bajar para que paguen más y yo no me bajé. Me quedé ahí y llegué a la frontera.

John sacó de su bolsillo 40 dólares para pagarle a un coyote y lograr cruzar en balsa la frontera hacia México. Una vez en tierras aztecas, contactó al joven que lo ayudó a atravesar los ríos en el Darién. Él había llegado antes y se quedaba en una casa alquilada junto a otros migrantes. “Agarré un taxi y me fui para donde él estaba, llegué y habían como seis personas y pagué mi parte”, dijo.

Con el dinero acumulado de su estancia con el sacerdote en Guatemala, el aragüeño se armó con ropa, comida, medicamentos y un coche para bebés porque se avecinaba otra nueva travesía que le llevó dos días para poder tramitar la visa y permanecer en el país, pero no fue sencillo. “Empezamos a caminar y vi a muchas personas desmayándose, cansadas de caminar“.

Una vez en el área de migración, alquiló una habitación para una semana debido a la cantidad de personas que esperaban tramitar la visa. Luego de extensas horas de espera y hambre, John logró su cometido al tercer día. Una vez con el documento tomó sus cosas y reanudó su ruta.

El final del camino 

Aunque al llegar a la capital de México ya no tenía mucho dinero por colaborar con otras familias en igual condición que él, seguidores de su cuenta de TikTok lo reconocieron y además de tomarse selfies con John, lo apoyaban económicamente para poder comprar un pasaje que los acercara un poco más a su anhelada meta.

El infortunio lo derrumbó. Luego de pasadas dos horas en bus, migración devolvió el vehículo. “Tenía ganas de matarme en ese momento, no solamente yo, muchas personas“, rememoró. Pero no desistió en su lucha y pudo burlar nuevamente los obstáculos hasta poder llegar a Monterrey. Allí se empezaban a agolpar los inmigrantes que llegaban en caravanas y los coyotes hacían de las suyas apoyados de la policía local para pedir cuantiosas sumas y poder llevarlos a tierras soñadas. 

Tal vez lo hubiera intentado por esa vía, pero ante la falta de dinero, se arriesgó solo, y al tercer intento, después de cinco días, logró cruzar el río Bravo. “Te agarra la Patrulla Fronteriza, te quitan los teléfonos, te quitan todo y te tratan horrible, pero es parte del proceso. No te discriminan, pero te tratan mal porque dicen que rompiste las leyes”.

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Como John, cerca de 40 mil venezolanos han cruzado la frontera estadounidense en los últimos meses, según datos reportados a La Patilla por Fincheltub. “La crisis humanitaria en Venezuela continua y en consecuencia seguirá existiendo migración, dada la imposición de visas la migración será por vías más peligrosas”, expuso.

No obstante, constató que en la frontera entre México y EEUU se han evidenciado secuestros y extorsiones por parte de los denominados coyotes. Al mismo tiempo, sostuvo que estos criminales mienten a los migrantes sobre las condiciones del viaje, políticas migratorias y aseguran beneficios falsos. “También conocemos de casos donde los migrantes, no específicamente venezolanos, han sido abandonados a su suerte por coyotes en el desierto o llevados por rutas más peligrosas para justificar el dinero que cobran”.

Una lucha que no acaba 

Yépez declaró que permaneció detenido durante 5 días. “No te dejan cepillarte, solamente te quedas con tu teléfono, tu dinero y tus papeles. Te ponen una cinta con tu nombre y tu código. Después, te hacen la prueba del Covid. Te dan unas hojas y un teléfono para que te tomen fotos, pero las hojas son de deportación. Hay que tener cuidado con eso, si desconfían ya tienen tu ubicación con el teléfono, dónde te van a recibir y todo”. Posteriormente, lo liberaron y un contacto pagó 100 dólares para que lo trasladara al terminal y desde aquí, abordó un avión con destino a Miami.

Este arriesgado venezolano no oculta su felicidad y se siente muy contento tras cumplir su objetivo, aunque aún queda mucho por recorrer. Una amiga lo recibió en Miami e inmediatamente comenzó sus gestiones para legalizarse y conseguir un puesto de trabajo sin dejar de lado la educación de su pequeño Yoneiker.

En casi dos meses de travesía, John calcula que gastó cerca de 3 mil dólares, en un camino que solo había iniciado con 450 y espera que lo que él sufrió no lo vivan otros. “Que le pidan mucho a Dios. No hagan la locura que cometí. Si hubiese sabido que esto era así no me traería a mi hijo, me hubiese venido solo”, acotó.

Amenaza latente

Estas largas travesías exponen a los migrantes a cualquier tipo de vulnerabilidades, Fincheltub enfatizó en que de haber un caso de abuso se recurra a las instancias pertinentes del país donde se suscitaron los hechos. En México, hay organizaciones como Sin Fronteras y el Instituto para las Mujeres en la Migración. Si ocurre al cruzar el Tapón del Darién, el Estado panameño está obligado a garantizar, en el plazo de 72 horas posteriores al contacto, dar acceso a retrovirales para prevenir el VIH y anticonceptivos.

En los casos de fraude, desde la Embajada venezolana en EEUU se sugiere hacer los reportes primeramente a la policía local, y también a la Unidad de Investigaciones del Departamento de Seguridad Nacional (HSI por sus siglas en inglés).

“Entendemos las razones por las que vienen a EEUU a buscar un mejor futuro, pero es muy importante que las personas sepan que es peligroso y que el proceso luego tampoco es fácil. Los coyotes engañan y su motivación es el dinero. El cruce en la frontera representa, por condiciones climáticas y de control por parte de grupos criminales un gran riesgo para la vida y seguridad de quienes emprenden el viaje y no recomendamos a nadie que lo haga. Su vida e integridad física están en riesgo real”, puntualizó Fincheltub.

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