Por El País
Hay animales que viven mucho tiempo, como las tortugas o las ballenas boreales. Otros parecen inmunes al cáncer, como los elefantes o el ratopín rasurado. Los hay que ni cortándoles la cabeza dejan de regenerarse, como las planarias.
Hay incluso unos bichitos microscópicos, los tardígrados, que sobrevivirían a casi todos los cataclismos imaginables. Pero no hay otro animal que sea capaz de hacer lo que hacen algunas especies de medusas: una vez que llegan a la edad adulta pueden deshacer el camino, volviendo a ser jóvenes.
Ahora, investigadores de la Universidad de Oviedo han secuenciado su genoma, desvelando las claves para que sea biológicamente inmortal. Esto podría dar pistas para el envejecimiento y el deterioro celular en otras especies, como la humana.
La Turritopsis dohrnii es una pequeña medusa que se puede encontrar desde el Pacífico hasta el Caribe, pasando por el Mediterráneo. Pertenece a la familia ampliada de las anémonas y los corales. Muchas de las especies de este grupo tienen capacidades de regeneración celular que ya las quisieran los humanos. Pero la T. dohrnii va más allá. En condiciones normales, su ciclo vital se divide en cuatro partes: tras la unión de los gametos masculino y femenino aparece una larva o plánula. Después se fija en el lecho marino como pólipo, igual que las anémonas. Pero mientras estas viven y mueren pegadas a la roca, los pólipos de la protomedusa se liberan como éfiras, la fase previa a la madurez sexual, que alcanzan ya como medusas. Estas se reproducen de forma sexual y vuelta a empezar. Pero si las condiciones no son normales, si se estresan por alguna amenaza ambiental, se dan la vuelta: tras reproducirse pueden regresar a las fases anteriores, volviendo a ser pólipos.
Además, por lo que sabe la ciencia, pueden repetir el proceso de forma indefinida, algo que no pueden otras medusas. Por eso se dice que son biológicamente inmortales. Obviamente, se las puede comer un depredador o caer en manos de un bañista, pero no mueren de viejas.
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