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Cómo nació Jurassic Park: un guionista poco valorado, Spielberg saltando de la butaca y la dinosauriomanía

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La idea de la película Jurassic Park había empezado como un fracaso. Ningún director aceptaba el guión y ningún estudio estaba dispuesto a financiarla (The Grosby Group)

 

Con Jurassic Park: Dominion se termina la franquicia que revolucionó el modo de hacer cine –al menos desde lo técnico- de 29 años atrás. Si en la actualidad son varias las generaciones que saben sobre dinosaurios, sus especies y diversas características, sólo se debe a la profunda influencia que provocó Jurassic Park (también sus continuaciones) cuando se estrenó en 1993 de la mano de Steven Spielberg. Para esta última entrega, que se estrena hoy, regresan Sam Neill, Laura Dern y Jeff Goldblum, los actores del film inicial.

Por infobae.com

Un proyecto que nadie quería siquiera analizar, un guión que parecía infilmable, la unión de dos de los hombres más exitosos de la industria del espectáculo, la incertidumbre sobre si era posible recrear a los animales prehistóricos en pantalla, una tecnología que revolucionaría la industria, un éxito sin antecedentes y las consecuencias de la inesperada e imparable dinosauriomanía que desató Jurassic Park.

Todo empezó con un fracaso. Esa es la gran paradoja. Un hombre exitoso que casi no conoció el rechazo o la derrota profesional, forjó su éxito más notable en un fracaso. Más de una década antes escribió un guión cinematográfico que ningún director le aceptó y que ningún estudio le financió. En esa historia un joven científico lograba darle vida a dinosaurios y con ello armaba un parque temático. La historia estaba contada a través de los ojos de un chico. A Michael Crichton mucho no le importó. Siguió publicando novelas que vendían millones de ejemplares y dirigiendo algunas películas.

Pero esa historia siguió dando vueltas en su cabeza. Trataba de pensar qué era lo que no funcionaba, cuál era el elemento que faltaba para que esa buena idea se convirtiera en una gran historia. Cuando encontró el punto de vista, encontró su novela.

Michael Crichton hacía años que navegaba con éxito entre el mercado editorial y Hollywood. Desde que era un ignoto médico que publicaba con seudónimo novelas que mezclaban las aventuras con lo policial, siempre en entornos científicos.

Hijo de un periodista, desde muy chico le gustó escribir. Sus primeros estudios universitarios fueron de literatura pero luego se pasó a la medicina. El origen de este cambio de interés está explicado en una anécdota (o leyenda) que Crichton difundió en diversas entrevistas. Un profesor no premiaba ninguna de sus esfuerzos, las calificaciones a cada uno de sus escritos era poco generosa. Hasta que plagió, línea por línea, un ensayo de George Orwell. La calificación, una vez más, no pasó de lo discreto. Denunció la arbitrariedad y se pasó a medicina. Desde chico también sentía una inclinación y una curiosidad natural por las ciencias. Le pareció un destino obvio. A las dos semanas de cursada se dio cuenta que la medicina no era para él pero continuó con sus estudios porque creyó que lo mismo le sucedía a sus compañeros. Creía que a nadie podía gustarle estudiar medicina.

Sus primeras novelas las publicó con seudónimo, John Lange. No vendieron demasiado pero lograron llamar la atención de algunos productores cinematográficos que compraron los derechos para adaptarlas. Desde el principio había algo en sus libros que era muy visual, que hacía que la gente de cine creyera que eran fácilmente traducibles al lenguaje fílmico.

A los 26 años tuvo un problema de salud. Varios meses de malestar, síntomas contradictorios y la imposibilidad de dar con un diagnóstico. Un neurólogo le dio la peor noticia. Le dijo que padecía una especie de esclerosis múltiple. Una vez que escuchó esas dos palabras, todo se oscureció para él. Luego de un tiempo de incertidumbre, descubrió que se había tratado de un diagnóstico errado. Esos meses de malestar los adjudicaron a factores psicológicos. Para Crichton esa fue la señal que necesitaba para dedicarse a escribir.

La primera novela que publicó con su verdadero nombre pasó inadvertida en las librerías, pero una vez más llamó la atención de los productores. Le pagaron 250.000 dólares por los derechos. El joven de 26 años empezaba a transitar un camino alejado del ejercicio de la medicina.

Luego, cada libro que escribió fue comprado por algún estudio. De a poco consiguió hacerse un nombre y eso también se transformó en ventas de ejemplares.

En 1973 logró dirigir un guión propio, Westworld. Un western de ciencia ficción en el que el elemento del parque temático aparece por primera vez en su obra (más de cuatro décadas después tuvo una reencarnación como serie de HBO).

Poco apreciado por los críticos y por los amantes de la literatura, el estilo de Michael Crichton siempre fue efectivo. Tramas intrincadas, llenas de suspenso, con acción y manteniendo el misterio y la tensión. Los personajes no tienen demasiado desarrollo, son planos y poco trabajados. Sus libros son artefactos poco cuidados desde lo estilístico, con un don para reconocer las escenas a narrar y para darle tensión a cada una.

La novedad temática y el verdadero toque Crichton siempre fue la incorporación en los argumentos de lo científico y las novedades tecnológicas. Con diferentes recursos -y cierto rigor- hizo incursiones en el mundo de la informática, de la medicina, de la genética, de los dinosaurios, viajes en el tiempo y hasta en la novela histórica. Su talento estaba en volver comprensibles cuestiones científicas complejas e incorporarlas con habilidad en las tramas. Sus maestros narrativos eran clásicos: Verne, Conan Doyle, Hitchcock. Con el pulso firme de los buenos divulgadores, con su habilidad para los argumentos, Crichton lograba hacer creer al lector medio que lo que estaba sucediendo podía llegar a ser posible, o ya estaba sucediendo; y que él lo podía entender a pesar de la complejidad inicial del tema.

En 1989 retomó un viejo proyecto al que en su momento no le había encontrado la vuelta. Su primer libro de no ficción lo había publicado a principios de los setenta. Era una colección de los mejores casos clínicos, de los más interesantes, que había conocido en su época de médico. Pero estaba convencido que su experiencia como doctor daba para algo más. Esa fue su idea para desembarcar en la televisión. Una vez más, le llevó años darle forma a su idea. Steven Spielberg se asoció a él. Mientras discutían ideas, pensaban formatos y personajes para esa serie, Spielberg le preguntó en qué novela estaba trabajando. Crichton recién terminaba de escribir Esfera (que una década después en su traslación a la pantalla protagonizó Dustin Hoffman) y un libro autobiográfico titulado Viajes. El escritor le explicó que se debatía entre dos argumentos. Cuando los contó, Spielberg le dijo que él filmaría sin dudarlo el de los dinosaurios. Esas reuniones con el director de ET fueron más que productivas para Michael Crichton: le dieron forma a E.R, la serie sobre vida hospitalaria que fue un enorme éxito, y lo decidieron a encarar la escritura de Jurassic Park.

Jurassic Park, la novela, apareció en noviembre de 1990. De inmediato se convirtió en un éxito de ventas. Pero también de crítica. Los críticos que hasta ese momento habían mirado su obra (y su habilidad) de soslayo, reconocieron la destreza de Crichton para mezclar dinosaurios, ADN, aventuras, Teoría del Caos, suspenso.

Las ofertas para su adaptación cinematográfica se acumularon en el teléfono de su agente. Richard Donner, el director de Arma Mortal, y James Cameron fueron algunos de los que se mostraron muy interesados. La base que a priori había puesto Crichton era muy elevada pero no asustó a nadie; confiaban que se trataría de una buena inversión.

El escritor exigía como mínimo un millón y medio de dólares por los derechos, más otro medio millón para participar del guión y un porcentaje de las ganancias. El interés original de Spielberg se impuso. Tres años después con el estreno de la película se consolidó lo que Crichton había iniciado con la novela. Los dinosaurios volvían a reinar.

La primera vez que el director y el escritor se cruzaron fue a principios de los setenta cuando a Crichton lo contrataron por primera vez como director. Spielberg también tenía contrato pero como estaba ocioso le encomendaron guiarlo por las instalaciones y contarle su historia. La timidez del escritor hizo que el diálogo fuera casi imposible; a pesar de ello entre los dos se forjó un lazo de amistad que creció con los años. Luego la relación se extendió en muchos proyectos. “Crichton trajo credibilidad a temas que eran increíbles. Fue un maestro en lograr sustento científico en la ciencia ficción para que pudiera ser creída por la gente de cualquier parte del mundo. Siempre pensé que cuánto más increíbles son las historias, más creíble tiene que ser la ciencia en la que se basan. Él era el mejor de todos en eso. Como un mago lo volvía a hacer en cada película, en cada libro”, dijo Steven Spielberg.

Crichton tenía adicción por el trabajo. Sus jornadas podían durar 16 horas. La ansiedad por finalizar una novela o un guión hacían que se levantara cuatro después de acostarse para seguir con el trabajo.

Pese a una timidez casi patológica y a sus problemas para relacionarse socialmente, que él explicaba desde lo incómodo de su altura (medía 2, 06 mts), se casó cinco veces. Sus múltiples fracasos matrimoniales los justificaba a través de su dedicación obsesiva al trabajo.

Luego del estreno de Jurassic Park y gracias a lo prolífico que era se convirtió en el rey del entretenimiento en Estados Unidos. Se calcula que durante varios años de los noventa recaudó más de 100 millones de dólares por año. Otro de sus logros: la revista People lo incluyó en su lista de los 50 hombres más sexies del mundo.

Entre 1994 y 1996, tres años consecutivos, logró lo que nadie había conseguido antes. Tener al mismo tiempo el libro más vendido, la película más taquillera y el programa de televisión que encabezaba el rating. En 1994 fue con Acoso sexual (luego adaptada con Michael Douglas), Jurassic Park y E.R; en 1995 con El Mundo Perdido, Congo, y E.R; y en 1996 con Aftermath, Twister y de nuevo E.R. En una viñeta publicada en el New Yorker se resume con precisión el monopolio del escritor en esos años. Una mujer entra en una librería y le pide al empleado: “¿Tiene algo que no sea de Michael Crichton?”.

El éxito, además de millones, tapas de revistas y reconocimiento le trajo algunos problemas. Presentaron decenas de demandas en su contra acusándolo de plagio. Todo aquel que alguna vez había escrito una historia en la que tuviera lugar un tornado, participaran dinosaurios o describiera una situación de acoso laboral se sentía plagiado por Crichton. Él no aceptó llegar a un acuerdo con ninguno y dejó que decidiera la justicia. Su nivel de ofensa era tan grande que una vez finalizados los juicios, cuando el demandante se acercaba a saludarlo, él se lo negaba. Nunca fallaban en su contra. Cuando en una entrevista le preguntaron qué podía decir acerca de sus problemas judiciales resolvió la cuestión con dos palabras: “Siempre gano”.

¿Pero cómo se creó ese gran éxito de taquilla? ¿Qué dificultades debió afrontar? ¿Por qué sólo Spielberg era el director indicado? Uno de los grandes inconvenientes que Spielberg debía afrontar eran los dinosaurios. Tal vez era el único verdadero problema. Eran los protagonistas. Sin ellos no había historia. Y no sabían si iban a poder recrear con verosimilitud su movimiento. La inversión inicial fue muy grande. Pero nada era seguro; era todo experimental. Hasta que un día el jefe de los efectos especiales llamó a Spielberg. “Tenés que ver esto”, le dijo. No le adelantó nada más. El director no sabía qué significaba eso. Entró a la sala, todo se oscureció y de pronto en la pantalla inmensa vio correr a un dinosaurio enorme. Saltó en su butaca. “Desde que George Lucas me mostró algunas escenas de Star Wars no había sentido algo igual. Se me cayó la mandíbula.”, dijo Spielberg tiempo después. Lo habían logrado. La película era posible.

Ese logro era el futuro. Cambió para siempre a los efectos especiales. A partir de ese momento pareció que nada era imposible de llevar a la pantalla. Para bien o para mal ese fue el decidido inicio de la era digital.

Para que todo fuera perfecto, Spielberg contrató a un equipo de paleontólogos encabezados por Phil Tippett para que los animales respondieran a lo que se sabía de ellos, para que existiera justeza (pre)histórica.

En algún momento, los productores creyeron que filmar con dinosaurios (hidráulicos y digitales) iba a ser un problema para completar el elenco. Pero el efecto fue exactamente el contrario. Todos los actores se mostraron encantados en compartir escenas con los animales prehistóricos. “Era el sueño de mi vida”, dijo Laura Dern.

Desde su estreno la película se transformó en un fenómeno. Recaudó más de mil millones de dólares en todo el mundo. Pero el efecto fue mucho más vasto que el de la venta de entradas. Se desató una dinosauriomanía. Una esfera del conocimiento que sólo era transitada por los nerds se volvió masiva. Había dinosaurios por todas partes. En los kioscos, en las librerías, en las jugueterías, en las casas de ropa, en los supermercados. Muchos de los actuales paleontólogos le deben su vocación a Spielberg y Michel Crichton.

Michael Crichton nunca había escrito una secuela. Se movía hacia ideas y territorios nuevos aunque siempre aplicara similares estrategias narrativas. Pero en 1995 hizo una excepción. No era para menos. Se puede creer que el éxito de la película, y las ventas renovadas de la novela, lo entusiasmaron. La empresa no tenía nada de apuesta. No había chance de que esa decisión no se transformara en (muchos) millones de dólares. Pero lo que lo motivó a volver al mundo de Jurassic Park fue un pedido de su amigo Steven Spielberg. Fue el director el que le propuso volver a trabajar juntos. “Si escribís una secuela, yo la filmo”, le dijo. ¿Quién podría resistir?

El Mundo Perdido fue un gran éxito como libro y también en su reencarnación cinematográfica, aunque los resultados artísticos en ambos caso hayan sido inferiores a los de la primera entrega.

Crichton se enfrentaba a un problema. Debía regresar al mundo de Jurassic Park. Pero si hacía estrictamente una secuela debía repetirse. Si iba por un camino nuevo, no se trataba de una secuela. El otro gran inconveniente lo solucionaría recurriendo a una convención que utilizó alguna vez uno de sus maestros, Arthur Conan Doyle. Revivió a su personaje principal, sin importarle que hubiera muerto en la primera novela.

Sus novelas se siguieron vendiendo y adaptando al cine durante años aunque su hegemonía se disipó lentamente.

En el 2008 murió de un cáncer. Cursó la enfermedad sin que la noticia se filtrara a los medios, con una discreción similar a la que tuvo en el resto de su trayectoria respecto a su vida privada. Se publicaron varias novelas de manera póstuma y se le encomendó a varios escritores de best sellers continuar algunos de los argumentos inconclusos que él dejó. La maquinaria Crichton sigue facturando.

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