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Dormir en el vestidor: los habitantes de Kiev se adaptan a bombardeos nocturnos rusos

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Cuando suenan las sirenas antiaéreas, la familia de Liudmila Denisenko se refugia en el vestidor o en el pasillo de la casa, al igual que en muchos hogares de Kiev confrontados a una intensificación de los bombardeos nocturnos rusos.

Denisenko, una mujer de 44 años con tres hijas, contó que al principio cuando escuchaban las sirenas, la familia se refugiaba en una recodo de su apartamento, y ahí seguía con sus actividades diarias, como los cursos de música online.

Pero, a medida que los ataques nocturnos se volvieron cada vez más frecuentes, Denisenko y su marido compraron colchones y los instalaron lejos de las ventanas.

“Todos se levantan, recogen su almohada y su manta y se van a dormir” a un lugar específico, contó la mujer.

“No es muy cómodo, pero al menos las chicas duermen lo suficiente. De otro modo, no podrían estudiar”, afirmó.

Esta madre, que aseguró que se reprime de sentir miedo para reafirmar a sus hijas, duerme en un vestidor con Tusia, que tiene cuatro años.

Su marido comparte el pasillo de la casa con Katia, de 10, y Tonia, de 7. Sus perros duermen a sus pies.

“Las alarmas suenan cuando los misiles están en el aire”, explicó Tusia. “Nos vamos al vestidor y yo llevo mi juguete conmigo”, dice Tonia.

Como si fuera una película

Las autoridades han efectuado reiterados llamados a los habitantes para que utilicen los refugios antiaéreos, pero los habitantes de Kiev prefieren quedarse en sus apartamentos y suelen buscar protección en los pasillos, los vestidores, depósitos de almacenamiento, trasteros o los baños.

Muchos edificios no tienen sótanos que puedan ser utilizados como refugios y para otros, las estaciones de metro están demasiado lejos.

Sergiy Chuzavkov, un fotógrafo de 52 años, relató que una noche vio las defensas aéreas golpear los drones y misiles rusos desde su balcón, una imagen como “la Guerra de las Galaxias”.

Todas las noches, se va a la cama tarde, ya que se queda revisando las redes sociales buscando cualquier indicio de que haya un bombardeo ruso inminente.

Cuando cree que hay un riesgo importante despierta a su mujer y a su hija Nastia, de 14 años.

Este mes, cuando fueron derribados misiles supersónicos rusos Kinzhal que sobrevolaron Kiev, las explosiones fueron tan potentes que Sergiy protegió a su hija con un casco y un chaleco antibala. Después se escondieron en el pasillo.

Pero, Nastia afirmó que no tiene miedo.

“La primera noche fue aterradora, pero después me acostumbré y ahora siento más rabia contra los rusos que miedo”, dice.

Los odiamos

Cada mañana, después de que hay un bombardeo, los usuarios de las redes sociales elogian el trabajo de las defensas antiaéreas que logran derribar la mayoría de los drones y los misiles lanzados contra Kiev.

En los primeros meses de la invasión, solamente entre un 20 a un 30% de los misiles rusos fueron interceptados, pero en mayo esta cifra fue de un 92%, según la edición ucraniana de la revista Forbes.

Este avance se debe en gran medida a los envíos de armamento entregado a Ucrania por los países occidentales, incluyendo el sistema estadounidense Patriot, que permitieron interceptar los misiles Kinzhal.

Pese a que disminuyeron las pérdidas y la destrucción, el estrés constante por las noches sigue.

“Cuantas más sirenas haya, más llamadas recibimos”, dijo Sergiy Karas, un médico en un servicio de emergencia de Kiev.

Karas afirmó que en promedio las llamadas se incrementaron desde un nivel de 1.000 en los meses anteriores, a entre 1.300 y 1.400 en mayo.

Los jóvenes sufren ataques de pánico y de ansiedad, y las personas de edad presentan cuadros de hipertensión y aritmias.

“Lo más frecuente es que los calmantes sean suficiente, pero a veces hay infartos o ataques cerebrales”, indicó Karas.

Cada vez que suenan las sirenas, Olena Mazur, una madre soltera baja a un apartamiento subterráneo del edificio vecino junto su hijo Sasha, de 5 años.

A veces, van dos veces en una misma noche, pero a la mañana siguiente, sin importar si lograron dormir o no, ella va a trabajar y el niño acude a la guardería.

“Nos adaptamos porque tenemos que vivir”, afirmó la mujer de 42 años que trabaja como contable, que dijo que les desea a los rusos que soporten “aunque solo sea una semana de noches” como las suyas.

“No es posible odiarlos más de lo que ya los odiamos”, aseguró.

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