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El auge de la Inteligencia Artificial y el futuro de la comunicación en una nueva era tecnológica

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El auge de la inteligencia artificial plantea dilemas éticos difíciles de resolver, y la comunicación es uno de los sectores más afectados.

Por Infobae

Partimos de la base de que lo que aquí está escrito pertenece ya al pasado y quizás, al publicarse estas líneas, se haya producido algún cambio relevante en nuestra vida cotidiana vinculado al crecimiento exponencial de la inteligencia artificial (IA). Es posible que ese nuevo avance esté vedado al conocimiento público por las dudas que tienen sus propios creadores respecto de los efectos de su implementación en la aldea global. Tal vez, pueda afectar la seguridad, el funcionamiento de la economía global, las libertades civiles o bien pueda provocar el colapso de alguna de nuestras actividades cotidianas, con imprevisibles consecuencias.

Esto es lo que está ocurriendo en este preciso instante, mientras sesudos tecnócratas e intelectuales discuten sobre los límites éticos, los derechos de autor, la evolución inmediata de ciertas tecnologías y los sistemas para controlar esta caja de Pandora. Lo cierto, dicho en términos futbolísticos, es que la pelota está en juego y no para de rodar. No habrá silbato que la detenga, ya que nadie, ni el más sapiente, está en condiciones de proyectar dónde estará la humanidad y qué dilemas deberá resolver dentro de un lustro.

¿Avanzar a fondo o ralentizar la Inteligencia Artificial?

Al respecto, enfrentamos una verdadera disyuntiva que nos obliga a considerar dos alternativas. Por un lado, la ideología controversial –nacida en Silicon Valley, cuna de los tecnócratas– de avanzar sin restricción alguna, acelerando todos los procesos sin poner ningún tipo de límites. En la vereda de enfrente, están quienes defienden a ultranza regulaciones, controles y comités de ética, con la idea de generar conciencia y gobernar una realidad que puede desmadrarse fácilmente.

El dilema es complejo, porque a ambos extremos les asiste, en alguna medida, la razón. Por un lado, los tecnócratas de “acelerar o morir” se apoyan en la convicción de que todo lo creado puede ser vulnerado y finalmente utilizado sin control; con lo cual, si tuviéramos que regular cada paso que diésemos, nunca avanzaríamos. Basta citar el caso del argentino Julio Ardita, estudiante universitario de 21 años que, desde el garaje de su casa, se infiltró en 1995 en la base de datos de la CIA y el Pentágono, solo una travesura que lo hizo famoso para siempre.

Por el otro, quienes apoyan las normas y quieren establecer controles defienden, con razón, la necesidad de evitar el colapso y de prevenir una mayor inequidad social, que podría profundizarse si no se llegara a encontrar una forma de regular la IA. Defienden, en suma, el mantenimiento de una organización básica y una gestión de estos cambios que, como también ellos saben, ocurrirán invariablemente y afectarán tanto al mercado laboral como a cada faceta de la economía mundial.

Entre los más cautos, llama la atención la posición de Brad Smith, presidente de Microsoft, la compañía más valiosa del mundo, quien recientemente ha declarado: “Debemos encontrar la manera de ralentizar o apagar la inteligencia artificial”. Esa peculiar cautela de quien asegura que este es el principal invento desde la imprenta tiene una muy justificada preocupación.

Es difícil ensayar una respuesta ante lo desconocido y, evidentemente, hay un miedo casi ancestral a estos sacudones que alteran nuestro mundo. Queremos mantener los avances bajo control y permitir que ellos sirvan, de verdad, a un mundo más justo, equilibrado y que dé respuestas reales a los problemas de la humanidad, al cambio climático, a la seguridad y a la paz mundial. El miedo a lo desconocido se acrecienta por la incertidumbre y por el hecho de saber que estamos viviendo la génesis, el momento “en pañales”, de lo que está por venir.

Así, mientras analizamos las tendencias y patrones de lo que se viene, vemos a diario que se diluyen profesiones y oficios, y son reemplazados por herramientas como Rask AI, que traduce automáticamente 60 idiomas y hasta imita la propia voz del usuario; Mediktor, una aplicación móvil desarrollada para guiar al usuario desde la aparición de los primeros síntomas hasta que el especialista médico brinda una solución a sus problemas de salud; o RBfracture, un sistema inteligente que permite detectar fracturas en pocos segundos y ayudar al médico a tratar rápidamente al paciente. Son muchos los ejemplos que podemos citar: desde la precisión en las respuestas de los exámenes académicos –con resultados superiores a los del alumnado promedio– hasta las conocidas victorias de las máquinas frente a los humanos en complejos juegos como el ajedrez, entre tantos otros.

La revolución en el mundo de la comunicación

Obviamente, la comunicación, esa capacidad que diferencia al ser humano de cualquier especie animal, no es la excepción. Es más, me arriesgaría a decir que es un centro de atención central de la IA, y que afecta por igual a legos y profesionales, a estrategas y a gente de a pie. Todos caerán bajo su influencia, e imagino ahí un mundo muy diferente en un tiempo muy corto. Ya estamos transitando ese tiempo, que hará que nuestras vidas sean infinitamente distintas a las de hoy.

Podemos marcar, de manera sucinta, una serie de hitos relevantes en los últimos seis siglos:

  • En 1440, Johannes Gutenberg inventa la imprenta de tipos móviles, fechada a partir de su impresión de la Biblia. -En 1835, Samuel Finley Morse crea la clave Morse, método de transmisión utilizado para el telégrafo.
  • En 1839, Louis Daguerre inventa una técnica fotográfica revolucionaria: el daguerrotipo, primer método practicable y comercializable en el mundo.
  • En 1876, Graham Bell crea el teléfono y convierte en realidad una comunicación inmediata a larga distancia.
  • En 1943, gracias a las ideas de Alan Turing, EE. UU. comienza a usar la computadora Colossus para descifrar los mensajes codificados de los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
  • En 1946, la firma AT&T presenta en el mercado el primer sistema de telefonía móvil para el público. En 1973, Motorola crea el primer teléfono celular portátil. En 1979, el primer sistema celular comercial comienza a funcionar en Tokio.
  • En 1981, IBM lanza su primera computadora personal (PC), una revolución en el campo de la informática.
  • En 1989, bajo el impulso del científico británico Tim Berners-Lee, nace la world wide web (www), es decir, la internet tal como hoy la conocemos.
  • En 2007, se presenta en sociedad el primer teléfono inteligente de Apple (iPhone), desarrollado por Steve Jobs.
  • El 30 de noviembre de 2022, OpenAI lanza ChatGPT, la herramienta de inteligencia artificial que revolucionó al mundo.

Algunas certezas y mucha incertidumbre

En este marco de innovaciones cotidianas, donde como dijimos al inicio, lo aquí escrito ya es viejo al publicarse y hay novedades permanentes que a su vez crean nuevas necesidades y expectativas que se multiplican en miles de laboratorios que buscan sacar provecho, ser pioneros en nuevos sistemas que nos permitan interactuar mejor y fundamentalmente más rápido en la alocada carrera por informar primero a cualquier costo vamos por estos nuevos senderos de nuestras existencias que ya fue anticipada hace un siglo por el gran padre de la ciencia ficción Isaac Asimov (1920-1992): “El aspecto más triste de la vida en este momento es que la ciencia reúne el conocimiento más rápido de lo que la sociedad reúne sabiduría”.

Creemos no saber a dónde vamos en este mundo en el que, como nunca, las certezas pierden por goleada ante la incertidumbre global, y mucho más en estos temas donde los grandes unicornios del mundo investigan, invierten miles de millones de dólares y compiten en forma despiadada por ser la centralidad donde la comunidad mundial se informe. Esto ya se vio reflejado en 2001: Odisea del espacio (1968), film en el que el genial Stanley Kubrick, nada menos, dio a conocer uno de los más inteligentes retratos de la IA a través de su mítica y misteriosa computadora HAL 9000. Allí, captó desde las emociones genuinas que podrían ser posibles en el futuro hasta la malignidad que ello podría autogenerar contra la especie humana.

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