El giro en las relaciones de fuerzas y la revolución tecnológica son factores clave en la desestabilización de un planeta marcado por nuevas guerras devastadoras y peligrosos pulsos de potencia.
Por El País
Guerras devastadoras, pulsos peligrosos, cambios disruptivos. El mundo atraviesa una fase de relaciones internacionales turbulentas, como evidencian la invasión de Ucrania, el conflicto entre Hamás e Israel o la descarnada competición entre Estados Unidos y China, cuyos líderes —Joe Biden y Xi Jinping— se disponen a reunirse este miércoles en California. Pese a las señales alentadoras con las que se inició, el siglo se ha ido torciendo. ¿Qué ocurrió?
Varios factores contribuyen a esta gran desestabilización. Uno esencial para entenderla es el profundo y rápido cambio en los equilibrios de poder internacional, con el ascenso vertiginoso de China, una Rusia que se sintió más fuerte después del colapso de los años noventa, países emergentes que avanzan, un Occidente que pierde peso relativo.
Esta reconfiguración de equilibrios tan veloz como todo en nuestro tiempo espolea nuevas afirmaciones de los intereses nacionales, reivindicaciones de cambio del orden mundial a través de la potencia —militar, política o económica— y contundentes reacciones.
En paralelo discurren otros fenómenos desestabilizadores globales, como la asombrosa revolución tecnológica —a la vez terreno de competición muy dura e instrumento de alboroto y polarización, a través de las redes sociales y, ahora, más aún, a través de la inteligencia artificial— o el cambio climático, que agudiza reproches, exigencias.
Por otra parte, hay cuestiones específicas relevantes, como las tribulaciones de las democracias, que sufren problemas de populismo e ineficacia, encumbrando a líderes que contribuyen al alboroto global como Donald Trump.
Ante este escenario turbulento, las instituciones internacionales que deberían gestionar las contiendas muestran gravísimos límites y son a su vez objeto de reivindicaciones de cambio.
El panorama es sombrío, pero no todos los elementos clave de nuestro tiempo conducen al abismo. Hay otro que compensa al menos en parte: un nivel de interdependencia desconocido anteriormente. La guerra lanzada por Rusia demuestra que no necesariamente esto puede impedir acciones disruptivas. Pero sin duda es un elemento de contención, y la reunión entre Biden y Xi es un símbolo de cómo esa interdependencia es un estímulo poderoso al entendimiento.
A continuación, una mirada sobre este momento geopolítico marcado por nuevas, grandes guerras, a través de los puntos de vista de algunos expertos. Algunos, como Ivo Daalder, director ejecutivo del Chicago Council on Global Affairs y exembajador de EE UU ante la OTAN (con la administración Obama), creen que “este es el momento más peligroso desde el fin de la Guerra Fría, posiblemente desde la crisis de los misiles de Cuba”. Otros evitan definir comparaciones temporales, pero coinciden en la inquietud ante el alto potencial de riesgo en este momento de inestabilidad.
El cambio en el equilibrio de poder
El mundo entró en el siglo XXI con la democracia en expansión global, con un entendimiento entre la OTAN y Rusia firmado en 1997, con China que se disponía a entrar en la OMC, con los acuerdos de Oslo sobre el conflicto israelí-palestino firmados en los noventa.
Pero una serie de abruptos giros ha ido tensionando y cambiando el panorama global a lo largo de lo que va de siglo: la reacción de Bush hijo al 11-S metió a EE UU en dos prolongadas guerras —la de Afganistán y la, ilegal, de Irak— que desgastaron a sus Fuerzas Armadas y dirigieron su desarrollo más hacia ese tipo de operaciones que hacia la perspectiva de choques entre potencias; la crisis de 2008 propinó un terrible golpe a las economías europeas; China ha ido creciendo a ritmos desorbitados, Rusia se consolidó rápidamente después del colapso de los noventa, Irán se fue reafirmando en una senda antagónica, la India acelera, Israel dio la espalda a cualquier intento negociador con los palestinos ante un mundo que se desinteresaba cada vez más de la cuestión. Una serie de acontecimientos que ha provocado una transición de un escenario unipolar —con EE UU superpotencia indiscutida y con preeminencia de sus aliados occidentales— a uno multipolar agitado, asertivo.
“Sin duda asistimos a un punto de inflexión en las relaciones internacionales”, comenta Harsh V. Pant, vicepresidente del centro de estudios indio Observer Research Foundation. “Hay mucha corriente en el sistema, una falta de claridad acerca de la dirección en la cual evoluciona el orden mundial. El equilibrio de poder cambia muy rápidamente, casi en directo. Varios conflictos que estaban latentes han aflorado. Todo se convierte en menos predecible y por tanto emerge el miedo, porque cuando hay incertidumbre acerca del futuro la gente se asusta”, dice el experto.
“Nos hallamos en un momento de reafirmación de las potencias y del poder”, reflexiona Pol Morillas, director del centro de estudios CIDOB, con sede en Barcelona. “Potencias grandes o medianas entienden que hemos entrado en una nueva fase del orden internacional en la que hay que impulsar una decidida salvaguarda del interés nacional, con las máximas cuotas de poder duro o blando”.
“Por primera vez desde el fin de la Guerra Fría, quizá desde la crisis de los misiles de Cuba, hay una creciente desconfianza entre las mayores potencias —especialmente entre China y EE UU—”, dice Daalder. “Asistimos a una competición estratégica entre un EE UU que busca mantener y fortalecer un orden internacional basado en reglas y una China que ha crecido en poder y busca desafiar la visión estadounidense y crear un orden más adapto a sus intereses. Hay pues una competición entre dos potencias que no se entienden, no hablan la una con la otra como lo hicieron EE UU y la URSS y esto crea posibilidades de malentendidos, incidentes, escaladas”.
“En paralelo, el estallido de dos guerras complica las cosas”, prosigue Daalder. “La de Ucrania opone a EE UU y Occidente a China, ya que Pekín ha decidido respaldar a Rusia. No lo hace suministrando armas, que sepamos, pero sí sosteniendo la capacidad de combate rusa apoyando su economía, limitando los daños de las sanciones. Y la guerra en Oriente Próximo, a diferencia de la de Ucrania, es una donde EE UU puede verse involucrado directamente. En conjunto, las dos guerras son distracciones para EE UU que abren un espacio que China puede usar para profundizar en la proyección de sus intereses en el sureste asiático”. Taiwán es el mayor foco de riesgo.
Todo esto estará sobre la mesa en la reunión en California entre los líderes de las dos mayores potencias. Otro encuentro entre los dos, al margen de la cumbre del G-20 de Bali, hace un año, dio esperanzas de que la relación pudiese estabilizarse, pero no fue así.
Moscú, por su parte, ha lanzado una campaña frontal de subversión del orden. Empezó en Georgia en 2008, siguió en Ucrania desde 2014, y en Siria, en 2015. Ante la blanda reacción de Occidente se envalentonó para el gigantesco paso de la invasión a gran escala de Ucrania en 2022.
China, que ha prosperado mucho en el vigente orden, es más prudente, pero su actitud ha cambiado. Xi Jinping ha abandonado la doctrina de Deng Xiaoping, según la que convenía fortalecerse en la sombra sin llamar la atención, y adopta un perfil mucho más asertivo. Pekín construye redes internacionales, desarrolla a gran ritmo sus arsenales, habla abiertamente —de la mano de Rusia— de su voluntad de buscar un nuevo orden internacional que relativice los valores de democracia y derechos humanos y da oxígeno a aquellos que lo intentan con la disrupción como Moscú, Teherán o Pyongyang. Según reconoce Washington en su última Estrategia Nacional de Seguridad, China no solo tiene la intención, sino cada vez más la capacidad de reconfigurar el orden global en su favor.
Tecnología y democracia
Junto al cambio de los equilibrios de fuerza, hay otros factores que alborotan el escenario. Uno de ello es la tecnología.
“El avance tecnológico es fuente de progreso, pero sus características de disrupción parecen tener cada vez más protagonismo”, opina Pant. “Es evidente su poderío, puede plasmar las sociedades, sobre todo en las democracias. Crea divisiones, polariza y puede ser usado para guerra de información. Esta también existía antes, pero la dimensión ahora es mucho mayor”.
El factor tecnológico es sin duda uno de los elementos que explica las dificultades que azotan el modelo democrático. Los principales centros de estudio coinciden en observar que, después de una fase expansiva posterior a la caída del Muro, la democracia en el mundo sufre una erosión, y el número de países que dispone de un modelo democrático sólido, pleno, encoge.
Esto tiene a que ver con factores estructurales socioeconómicos, de funcionalidad política, pero también con un entorno tecnológico que ha facilitado el avance de ciertos tipos de discursos, a través de las redes sociales, la recolección y compraventa de datos individuales y ahora, de forma más amenazante aún, con las poderosas herramientas de la inteligencia artificial. Esta base ha facilitado la llegada al poder de un líder como Trump, cuyas políticas han sido uno de los elementos que han contribuido a la agitación global.
“Sin duda hay una erosión democrática”, apunta Daalder. “Hay una fuga de los electores hacia los extremos. Hay problemas que complican la capacidad de actuar. Pero no debe olvidarse que las mismas democracias que afrontan estos desafíos han sido capaces de responder a la agresión rusa en Ucrania con un considerable nivel de fuerza. Putin no se lo esperaba”.
La relevancia de la tecnología como factor clave de potencia es antigua, pero los extraordinarios desarrollos recientes, la aceleración de los procesos y la multiplicación de las capacidades ha otorgado una renovada intensidad a la competición en la materia. EE UU busca ahora con contundencia defender sus ventajas, cortando el acceso a productos estratégicos de Pekín, que considera la maniobra un descarnado intento de impedir su desarrollo mientras replica con otras medidas. La tecnología es un foco de tensión.
Daalder apunta a otro factor que es un fuerte elemento de cambio en los equilibrios de poder. “La tecnología es terreno de competencia, causa disrupción; pero para mí el aspecto más relevante es cómo el poder está trasladándose hacia actores no estatales, las grandes compañías tecnológicas, que ya son determinantes en la percepción del mundo por parte de las personas”.
Hay pues un cambio de equilibrio de poder no solo entre Estados, sino entre sector público y privado.
Instituciones globales
Mientras factores como la modificación de los equilibrios de fuerza, la revolución tecnológica o el cambio climático agitan y causan tensión, el mundo asiste a la impotencia de las instituciones internacionales disponibles para gestionar estos problemas.
“El orden internacional se resquebraja. La lógica multilateral, el juego de suma positiva, es inexistente. Todas las principales instituciones internacionales muestran señales de agotamiento. Hay un cuestionamiento de estructuras diseñadas en otro tiempo, y por tanto son más endebles”, resume Morillas.
La ineficacia de la ONU queda patente ante conflictos como aquellos entre Rusia y Ucrania, Hamás e Israel o la ofensiva de Azerbaiyán en el enclave armenio de Nagorno Karabaj. La tensión geopolítica repercute incluso en instituciones que no tienen mucho a que ver, como la OMS, que se encontró con enormes dificultades para esclarecer lo ocurrido en China en la pandemia, además de mostrar muy escasa eficacia. Las instituciones económicas, en concreto, son objeto de una vibrante campaña por parte de los países emergentes para reconfigurar sus equilibrios de poder y conceptos de funcionamiento. El cuestionamiento es total. “Hay un colapso del orden global, que es más bien un desorden global”, dice Pant.
Interdependencia
Si los anteriores vectores propios del tiempo moderno representan corrientes que crean peligrosos remolinos, también hay factores de contención.
“Vivimos en un momento de alta interdependencia, por el volumen de intercambios comerciales, tecnológicos, de mano de obra, inmigración, cultural, energético… Es una lógica que sigue vigente y representa un factor de contención”, apunta Morillas.
El comercio mundial ha experimentado un enorme crecimiento en las últimas décadas. Incluso aquel entre EE UU y China, pese a las guerras de aranceles y sanciones, ha seguido creciendo. En el sector tecnológico hay muchas interdependencias. Nadie es capaz de fabricar por sí solo microchips de alto rendimiento.
Esto es un elemento importante. La fuerte conexión de Rusia con Europa por la vía energética, que le reportaba grandes beneficios, no ha sido suficiente para inhibir su agresión. Pero el caso de China, el país decisivo para decantar el dilema entre cambio reformista o conflictivo del orden mundial, es diferente. Pekín está mucho más imbricado en el sistema, y de su continuidad depende en enorme medida su capacidad de seguir creciendo.
“La buena noticia es que todavía hay más vectores de conexión que de desconexión entre China y Occidente”, dice Philippe Rheault, director del China Institute de la Universidad de Alberta, en Canadá.
El exdiplomático canadiense señala otro factor esperanzador. “China afronta una fase de ralentización económica. La esencia de la legitimad interna del régimen descansa sobre la habilidad de proporcionar prosperidad, crecimiento económico a sus ciudadanos. Creo que un tiempo de ralentización no es el momento de ser particularmente asertivos, pienso que China evitará asumir riesgos. Varias señales apuntan a que Xi está buscando afianzar un suelo en las relaciones con EE UU”, comentaba Rheault hace dos semanas, antes de que se conociera la noticia del encuentro con Biden, anunciado el pasado viernes.
Ante el riesgo de que, en algún momento, más adelante, el régimen pueda tener la tentación de recurrir al nacionalismo para desviar la atención de eventuales fallos en la gestión económica, Rheault cree que, si bien este tipo de tácticas ha sido parte del manual del régimen en el pasado, es improbable que se use en el medio y corto plazo para jugar con el fuego en la cuestión más explosiva, la de Taiwán.
Así se configura el cuadro geopolítico general. El devenir de algunos factores de riesgo de corto plazo podrá tener consecuencias importantes. De entrada, el incierto desarrollo del conflicto entre Israel y Hamás. Pero el plano político también contempla dos desenlaces importantes: el año que viene están previstas elecciones de peso, en la UE, en la India y precisamente en Taiwán o en EE UU. ¿Cómo se desarrollaría esta fase de especial turbulencia con un regreso de Trump a la Casa Blanca?