José “Pepe” Mujica trascendió la historia de su natal Uruguay para convertirse en un referente de la austeridad, la izquierda y el anticonsumismo. A sus casi 90 años, falleció por un cáncer de esófago que se extendió por su cuerpo. Desde enero de 2025, el expresidente de Uruguay anunció que no se sometería a más tratamientos.
A su lado, como desde hace más de medio siglo, estuvo su esposa, la exsenadora y referente de la política uruguaya, Lucía Topolansky, a quien conoció en los años setenta durante la militancia guerrillera compartida. Compartieron una vida sencilla en la zona rural, fiel reflejo de una existencia marcada por la austeridad y la coherencia.
Nacido el 20 de mayo de 1935 en Montevideo, Mujica creció entre el campo y la ciudad, escenarios que forjaron su carácter y su visión del mundo. En la década de 1960 se unió al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, la guerrilla urbana que combatió a la dictadura militar uruguaya. Su lucha le costó más de 15 años de cárcel, en distintos períodos, durante los cuales sufrió torturas y condiciones inhumanas. Fue liberado en 1985, cuando la dictadura llegó a su fin.
La historia política de Mujica dio un giro inesperado: de guerrillero pasó a ser presidente. En 2010, como candidato del Frente Amplio y dirigente del Movimiento de Participación Popular (MPP), asumió la jefatura del Estado uruguayo. Fue el primer político en América del Sur en alcanzar la presidencia democrática tras haber empuñado las armas contra esa misma institucionalidad.
Durante su mandato (2010-2015), Mujica asombró al mundo no solo por sus políticas progresistas, sino por su estilo de vida. Donaba casi todo su salario presidencial a causas sociales, vivía en su casa rural sin privilegios ni lujos, y viajaba en su viejo Volkswagen. Fue llamado “el presidente más pobre del mundo”, pero se convirtió en uno de los más admirados por su integridad.
Su gobierno dejó huellas profundas: Uruguay legalizó el aborto, el matrimonio igualitario y el mercado de la marihuana bajo regulación estatal, una medida innovadora para enfrentar la violencia del narcotráfico. También fortaleció la redistribución de la riqueza a través de la política tributaria y el gasto social, aunque la inflación fue uno de sus dolores de cabeza.
En latinoamérica fue un referente especialmente destacado. Apoyó procesos internacionales como la paz en Colombia, recibió a exdetenidos de Guantánamo y a refugiados sirios, y mostró cercanía con el modelo brasileño de Lula da Silva, marcando distancia con el socialismo bolivariano, sin ser un opositor.
Un crítico mordaz del capitalismo y la sociedad de consumo
Tras dejar la presidencia, Mujica regresó a su vida de agricultor, aunque siguió participando activamente en el debate público de toda la región. Su discurso crítico hacia el capitalismo y el consumismo no perdió fuerza.
En una entrevista reciente con la BBC reafirmó su postura: “El grueso de nuestras sociedades está sometido a una autoexplotación… ¿Cuándo soy libre? Cuando me escapo de la ley de la necesidad. Si la necesidad me obliga a gastar tiempo para conseguir medios económicos con los que tengo que pagar el consumo que tengo, no soy libre”.
Esa coherencia ideológica también se refleja en su defensa del Planeta y su crítica a líderes como Donald Trump o Javier Milei por su negacionismo climático. Mujica fue para la izquierda latinoamericana y también europea, una referencia de honestidad, sobriedad y pensamiento profundo, que le dio un nuevo aire a la ideología de izquierda.
Mujica vivió con poco, pensó en grande y actuó con consecuencia. Su legado, más allá de las leyes o los discursos, es el ejemplo de una vida entera en busca de justicia social.