Por: Salvador Camarena | El País
La democracia mexicana ha amanecido en 2024 con la excelente noticia de que un orondo representante de la ultraderecha no alcanzó los apoyos necesarios para ser incluido en la boleta presidencial de las elecciones de junio.
Una noticia que, sin embargo, no significa el fin del peligro derechista. Eduardo Verástegui ha hecho buenas las advertencias de quienes no veían en él a un demócrata. Apenas se supo la resolución del tribunal que le negó la ampliación del plazo para recolectar firmas de adhesión a sus ensoñaciones proselitistas, ha recurrido a la mueca descalificatoria.
Frente a su fracaso, el también actor no se pregunta qué ha sucedido, que no pudo conseguir, ni de lejos, el casi millón de firmas que demanda la ley a quienes pretenden una candidatura sin partido; en vez de revisar la raíz de su ineficacia, despotrica contra el INE. Mal perdedor donde los haya. Cual trumpista, orgulloso que es, Verástegui revela su talante en la breve frase con la que escupió su frustración: “yo salí a defender al INE, ‘¡el INE no se toca!’, qué ingenuo fui”. Se equivoca: el INE funcionó muy bien, y él fue el exhibido.
El Instituto Nacional Electoral, en decisión ratificada esta semana por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, denegó su solicitud de más tiempo a fin de recabar las firmas que le faltaban. El aspirante alegaba fallas en la plataforma oficial de captura de esos apoyos.
“Esto no es justo. Están jugando con mi tiempo y con mi dinero, porque yo pagué esta campaña con la ilusión de juntar un millón de firmas. Ahora entiendo al presidente López Obrador cuando él decía que el INE no sirve. Ahora entiendo el dolor que sintió cuando le robaron la Presidencia, Calderón”, reportó Expansión a partir de una entrevista de Verástegui con en el programa Despierta América. La osadía de Verástegui: compararse con López Obrador, que en cada elección logró millones de votos, no como el actor, que apenas juntó unos cuantos cientos de miles de firmas; y tratar de presentarse, sin años de brega, en la política nacional, como una víctima de un sistema opresor.
El cuento no pega. El feliz —para México— final de temporada del pequeño drama, en todos sentidos, de Verástegui obliga empero a preguntarse, visto que él no lo hará en público, qué hizo que un representante de la ultraderecha no pudiera alcanzar las firmas de apoyos para poder hacer campaña presidencial. Por qué la ultraderecha mexicana, con amigos y padrinos allende las fronteras y el océano, no cuajó una opción electoral en la figura de Verástegui. ¿Es que les falló el personaje o es que la estrategia de estos grupos para colar sus agendas, para ejercer influencia, va por otra vía?
Verástegui no es la primera figura de la ultraderecha que fracasa en este sexenio, que muy temprano provocó expresiones de personas que apelaron a dios o a la virgen para posicionarse como opositores a las políticas de López Obrador. Fue el caso del empresario Gilberto Lozano y su movimiento FRENA (Frente Nacional AntiAMLO). En los albores del sexenio Lozano tuvo un efímero protagonismo al encabezar algunas marchas, y expresiones mediáticas, donde fustigaba al tabasqueño. Promovió un plantón que movió a la risa —no solo a López Obrador, sino a cualquiera que haya visto genuinos movimientos sociales— antes que a la preocupación. Aunque con la ultraderecha cualquier ligereza puede ser costosa, Lozano, sin embargo, no solo ha perdido fuerza, sino que incluso se ha metido en contra de políticas como Xóchitl Gálvez y Lilly Téllez, que podrían haber ayudado, la segunda sobre todo, a algunas de las banderas de los antiderechos.
Porque si algo no se ha de equiparar es la noción de que una vez expulsado Verástegui —por su incapacidad, antes que nada, reiterar— de la venidera campaña, la causa de la ultraderecha queda huérfana o sus promotores resignados a no promover su agenda política. Los movimientos de ultraderecha mexicanos tienen décadas jugando al camaleón. Están por doquier mas no quieren figurar en descampado. Quizá en parte eso explique el fracaso del actor. Si desde las sombras han logrado poder e influencia, qué tanto les convenía tanta visibilidad de Verástegui.
Como antes hiciera el MURO (Movimiento Universitario de Renovadora Orientación) y más recientemente el Yunque, la ultraderecha jugará con políticos que ya tengan recorrido o que pronto puedan ganar tracción. México no tendrá a un Milei en la boleta en 2024, pero mileis bonsai sobran. La visita en septiembre de 2021 del español Santiago Abascal al senado mexicano, donde el líder de Vox fue arropado por legisladores panistas e incluso priistas, recordó a los mexicanos que la ultraderecha sabe encontrar interlocutores en los militantes de los partidos más tradicionales de México. En esa ocasión la polémica provocó algunos deslindes, como el de la propia senadora Gálvez, que hoy encabeza la candidatura del PRIAN más el PRD, pero dejó claro que esas organizaciones partidistas no están reñidas con los movimientos más radicales de la derecha, nacional y de otros países.
No por nada, hace lustros fue el PRI su facilitador al bloquear en los Estados la interrupción voluntaria del embarazo que avanzaba en Ciudad de México. Y apenas en 2023 se ha tenido otra evidencia al respecto cuando en el marco del triunfo del argentino Javier Milei a mediados de noviembre, un vocal antiderechos de la mujer, la precandidata Gálvez y los expresidentes Felipe Calderón y Vicente Fox respaldaron a ese candidato o saludaron su victoria.
La influencia electoral de la ultraderecha, igualmente, no puede descartarse en el ámbito de las llamadas organizaciones de la sociedad civil que circundan la candidatura de Gálvez. Si bien algunos de esos grupos intentan desmarcarse de esas expresiones ultra, a final de cuentas todos —incluidos quienes han promovido las megamanifestaciones—, operan en la lógica de que hoy hay que sumar a los más posibles, dado que el adversario a vencer —López Obrador— es muy poderoso. El partido de la Revolución Democrática, PRD, tendría que ser más activo a la hora de marginar grupúsculos de ese tipo que gravitan en el entorno de la aspiración de Xóchitl Gálvez, pues de otra forma no solo traicionarán sus principios progresistas, sino que fracasarán al intentar atraer a izquierdistas decepcionados por el proceder, militarista o autoritario, de Andrés Manuel.
El peligro no está conjurado. Quienes crean que ya se evitó un Bolsonaro, quizá olvidan que no fue tras el periodo de Lula que llegó el exmilitar a la presidencia de Brasil, sino luego de un Gobierno acosado, y lastrado por corrupción, como lo fue el de Dilma Rousseff, que triunfó ese ultraderechista. Y lo mismo en Argentina: abusos y negligencia de los peronistas kirchneristas pavimentaron el hartazgo que elevó a Milei. He ahí la lección para Morena. Las puertas de Palacio Nacional se abrirán a opciones que son retrógradas si siguen cobijando toda corrupción y negligencia de sus militantes. Agazapada, la ultraderecha tiene amigos en panistas como Julen Rementería, que lleva a ejemplares internacionales al Senado, o en altos puestos de las dirigencias del PAN. Verástegui no será candidato presidencial, albricias por eso, pero la causa reaccionaria está muy lejos de haber sido derrotada.
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