El motín protagonizado por el jefe mercenario Prigozhin debilitó la figura del líder ruso.
Por Infobae
Al comienzo del verano, cuando los estudiantes secundarios se gradúan de sus escuelas, en San Petersburgo se realiza una de las fiestas más populares de todo Rusia, la de las Velas Escarlatas. Barcos, botes y yates recorren el río Neva entre una multitud que los viva desde las orillas y los fuegos artificiales haciendo de techo en el cielo. Entre ellos, va un antiguo buque de velas escarlatas que es tan querido como el vodka que corre a la par del río. Los chicos beben en la costanera y los oligarcas en sus yates. Precisamente, en uno de esos yates, el de Yuri Kovalchuk, amigo íntimo del presidente y uno de los oligarcas más influyentes del país, navegaba Vladimir Putin el sábado 24 de junio cuando su otro amigo, Yevgeny Prigozhin, se le amotinaba y debilitaba su poder después de 23 años.
Este es un ejemplo que ponen los que ven que Putin está desde hace tiempo fuera de la realidad y que ya no controla su gobierno con mano de hierro como lo hizo, al menos, hasta antes de la pandemia de 2020. En Moscú se habla de que dejó el manejo de cuestión pública directamente en manos del directorio de la FSB, la policía secreta sucesora de la KGB. Y que podría haber abortado el motín de Prigozhin simplemente atendiendo alguno de sus innumerables llamados, incluso si hubiera ordenado a algunos de sus secretarios que recibiera el mensaje. No lo hizo y se fue a participar de su fiesta favorita en su ciudad natal.
“En opinión de mis fuentes cercanas al círculo íntimo de Putin -funcionarios, administradores, periodistas, empresarios y demás-, se trata de la prueba más clara hasta la fecha de que el presidente está divorciado de la realidad. Sigue creyendo que lo tiene todo bajo control y que la rebelión de Prigozhin no ha cambiado en nada la situación política. Pero se equivoca. No sólo la atmósfera que rodea a Putin es fundamentalmente diferente, sino que también hay un creciente apetito de cambio, incluso entre las personas cercanas al presidente. Para muchas de las personas con las que hablé, el sistema de gobierno de Putin simplemente no puede durar mucho más”, escribió Mikhail Zygar, el ex director del canal independiente de noticias Dozhd y autor de “Guerra y castigo: Putin, Zelensky y cómo Rusia decidió invadir Ucrania”.
Los que conocen con detalle las intrincadas callecitas empedradas del Kremlin creen que otro signo de debilidad por parte de Putin fue dejar a otro de sus amigos, el dictador bielorruso, Alexander Lukashenko, ser el mediador en la crisis y aceptar que el “traidor” Prigozhin fuera a un exilio protegido en Misnk. Lukashenko sugirió que había sido él quien convenció a Putin para que no matara a Prigozhin. “Le dije a Putin: ‘Sí, podríamos eliminarle, no sería un problema, si no funciona la primera vez, lo haría la segunda’. Yo le dije: ‘No lo hagas, porque después no habrá negociaciones y estos tipos estarán dispuestos a todo’”. Lukashenko es un famoso narrador poco fiable -una vez afirmó que su padre murió luchando en la Segunda Guerra Mundial, un conflicto que terminó nueve años antes de que él naciera-, así que, si bien vale la pena no tomarse al pie de la letra todas sus afirmaciones sobre lo sucedido, está claro que desempeñó un papel importante.
Otro aspecto que hay que tener en cuenta en el balance de lo que queda del amotinamiento de la semana pasada, es que la economía ya no está tan bien como cuando Putin lanzó la invasión a Ucrania en febrero de 2022. En una entrevista con la Deutsche Welle, la analista Elina Ribakova del centro de estudios Bruegel, dijo que “si los precios del petróleo hubieran subido, Putin habría podido seguir dando limosnas a su antiguo cocinero (en referencia a Prigozhin) y destinando más recursos al gasto social. Nada de esto hubiera sucedido”. Pero la realidad es que el precio del petróleo bajó y que los ingresos energéticos de Rusia cayeron más de un 50% en el primer trimestre de 2023. El mes pasado, el ministro de Finanzas ruso, Anton Siluanov, admitió que las sanciones occidentales, que obligaron a Rusia a vender petróleo con descuento a países como India y China, empezaron a afectar a los ingresos.
El politólogo ruso Kirill Rogov, que fundó y dirige la plataforma “Re: Rusia”, cree que los altos precios del petróleo fueron en primer lugar los que convencieron a Putin de que podía invadir Ucrania y que su baja, ahora, será también la variante por la que tendrá que desistir de su aventura militar. “Creo que en el caso de que los precios del petróleo se mantengan bajos durante dos años, habría un deterioro real del nivel de vida y, tras ello, un gran descontento”, afirma Rogov. Cuando Europa dejó de comprar el crudo ruso en protesta por la invasión, inmediatamente India y China pasaron a ocupar ese lugar. Esto llevó a Rusia a un superávit comercial récord de 227.000 millones de dólares. Ese grifo se cerró, el viento de cola cesó, y ahora Putin se verá obligado a hacer ajustes presupuestarios que van a afectar de una u otra manera la guerra.
Mikhail Zygar, que conoce profundamente el entramado del poder ruso, cree que todo esto va a llevar a que el apoyo de la elite de oligarcas que rodean a Putin comience a resquebrajarse. “La rebelión ha desacralizado a Putin, debilitando sustancialmente su autoridad. Antes de este motín, gran parte de la sociedad rusa, y especialmente los burócratas del Estado, creían que siempre tomaba las decisiones correctas, que era mucho más astuto, sabio y estaba mejor informado que nadie. Pero los acontecimientos del fin de semana pasado han mostrado a Putin bajo la peor luz posible: débil, vacilante, incapaz de ejercer el control. Él es el único culpable de lo ocurrido, algo obvio para todos menos para él”, escribió en la nota de opinión que publicó en el New York Times.
Y agregó: “Para muchos miembros de la élite gobernante, ahora está claro que Putin ha dejado de ser el garante de la estabilidad que fue durante tanto tiempo. Está surgiendo rápidamente una nueva situación y es imposible saber qué ocurrirá a continuación. Pero sería prudente, y no sólo para los rusos, empezar a prepararse para lo que vendrá después de él”.
El Ucrania temen que esta “debilidad” de Putin pueda llevar a mayores desastres, particularmente en la central nuclear de Zaporizhzhia. Rusia está reduciendo su presencia en el lugar que controla desde que comenzó la invasión hace 16 meses. Así lo informó la Dirección de Inteligencia Militar de Ucrania (GUR), que pidió al personal que se traslade a Crimea. Kyrylo Budanov, el jefe de GUR, aseguró en una entrevista que el Kremlin había aprobado un plan para volar la central y minaron cuatro de las seis unidades de energía, así como un estanque de refrigeración. La semana pasada, el presidente ucraniano, Volodymyr Zelenskiy, afirmó que Rusia estaba tramando un “atentado terrorista”.
Según la GUR, varios representantes de la agencia estatal rusa de energía nuclear, Rosatom, ya se fueron. A los empleados ucranianos que permanecían en la planta y habían firmado contratos con Rosatom se les ordenó que evacuaran antes del lunes, “preferiblemente a Crimea”. La agencia de inteligencia dijo específicamente que tres altos cargos -el inspector jefe de la planta, el jefe del departamento jurídico y el adjunto encargado de los suministros- que ya habían partido. También se redujo el número de soldados rusos en la central y en la cercana localidad de Enerhodar. Desde la toma de la central el año pasado, el ejército ruso la convirtió en una base militar. Trasladó material a las salas de turbinas, incluidos vehículos blindados y munición. Los soldados utilizaron el lugar para lanzar desde allí bombardeos a ciudades ucranianas al otro lado del embalse del río Dnipro.
Cuando se suman los dos elementos, el de la debilidad y las maniobras que se están produciendo en Zaporzhzhia, las deducciones son terribles. Mientras que, si bien las defensas de campos minados y estructuras de hormigón “dientes de dragón” están dificultando el avance de las tropas ucranianas, lo cierto es que la contraofensiva está en su esplendor y desde la salida de los mercenarios del Grupo Wagner en la periferia de la destruida ciudad de Bakhmut, los soldados locales están recuperando terreno a velocidad regular.