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Gabriel Boric es el presidente electo de Chile

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Santiago. – Chile abraza una nueva izquierda en el poder. Gabriel Boric será el próximo presidente del país después de derrotar a José Antonio Kast en la segunda vuelta de las elecciones, con el 55.87 por ciento de los votos, frente al 44.13 por ciento del candidato de extrema derecha, con más del 99 por ciento escrutado.

La victoria está cargada de épica y de hitos: este domingo votaron 8.3 millones de personas, el 55 por ciento del censo nacional, el mayor porcentaje desde que el voto es voluntario (2012) y ocho puntos más que en la primera vuelta del 21 de noviembre.

Además, Boric es el primer candidato en ganar en una segunda vuelta después de salir segundo en el primer turno. Pero la marca más asombrosa es que cuando jure como presidente el 11 de marzo tendrá 36 años y se convertirá en el más joven en ponerse la banda en la historia del país.

Gabriel Boric abre las puertas de La Moneda a una generación muy joven, forjada al calor de las demandas sociales de las revueltas de 2011 y 2019. El guiño a la historia será que, en marzo, Sebastián Piñera cederá el poder a quienes se movilizaron durante su primer y segundo mandato.

La de Boric es la primera generación lanzada a la política ya en democracia. Boric tenía cuatro años cuando el dictador Augusto Pinochet entregó el poder a un gobierno civil. Y por eso mira hacia adelante, sin el lastre militar.

Es la generación que se crio “sin miedo”, y rompió con la centro izquierda tradicional que entre 1990 y 2010 condujo la transición democrática bajo el paraguas de la Concertación.

Chile ha dado además la espalda a la memoria de la dictadura, al discurso de orden y seguridad que defendió su rival, José Antonio Kast, para mirar hacia un futuro que ahora se abre lleno de incógnitas, con deudas por saldar y muchas promesas por cumplir.

El nuevo presidente quedó segundo en la primera vuelta del 21 de noviembre. En un primer momento, se antojaba difícil que pudiese dar vuelta al resultado en el desempate -no hay antecedentes en Chile de algo semejante- pero su estrategia fue un camino hacia el éxito.

Boric tendió una mano a los partidos de la Concertación, la Democracia Cristiana y el Partido Socialista, y consiguió el apoyo de los padres fundadores. Fue el gesto que necesitaba para sumar los votos del centro, aquello que le habían escapado por su alianza con el Partido Comunista. Arrasó en los barrios pobres, entre las mujeres y entre los votantes menores de 30 años.

Boric ha ganado las elecciones con promesas de cambios profundos, estructurales. Sus propuestas son las mismas de la calle alzada, aquella que reconoce el crecimiento de la economía chilena, la caída estrepitosa de la pobreza y el aumento inusitado del consumo durante la transición. Los jóvenes chilenos saben que son más ricos y, por supuesto, infinitamente más libres que sus padres, que vivieron en dictadura.

Pero se han cansado de la herencia de aquel experimento neoliberal, que dejó a las empresas la administración de los servicios públicos -en la Constitución chilena, aprobada en 1980, el agua es un derecho privado – y terminó por forjar una sociedad desigual, de familias endeudadas y con un Estado mínimo y ausente. Las nuevas generaciones quieren recibir los beneficios del “milagro chileno”, un país con una estabilidad y unos indicadores que son la envidia de sus vecinos.

Apenas confirmado su triunfo, Boric cumplió con una vieja tradición de la democracia chilena, que dice que el presidente saliente y el electo dialogan para intercambiar felicitaciones. “Me parece importante respetar las tradiciones republicanas, me ha llamado Kast, y eso habla muy bien de Chile”, dijo Boric. Antes de cortar la comunicación, Piñera hizo una recomendación a su sucesor: ” Sáquese una foto cuando entre a La Moneda y otra cuando salga, para que vea que este es un trabajo duro y difícil”.

Boric votó muy temprano a la mañana en Punta Arenas, en el extremo sur de Chile, al pie del estrecho de Magallanes. “Entré en la política con las manos limpias, con el corazón caliente, pero con la cabeza fría”, dijo luego de depositar en la urna la papeleta. Luego viajó a Santiago de Chile, donde esperó los resultados.

Al mismo tiempo votó Kast, pero en Paine, una pequeña ciudad al sur de la capital, donde su familia, inmigrantes alemanas, forjaron una pequeña fortuna. El discurso de orden y progreso de Kast caló en la primera vuelta entre una clase media y media baja harta de los rezagos de la violencia de 2019, pero perdió fuelle en el desempate de este domingo.

El candidato ofreció siempre una promesa de pasado, lejos del futuro que prometía Boric, y no pudo nunca despegarse del todo de sus vínculos con la dictadura de Pinochet. Kast hizo campaña en 1988 por la continuidad del dictador en el plebiscito.

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