Por: Lluís Bassets | El País
La historia es prolífica en ironías crueles, que convierten a las víctimas en verdugos, a los oprimidos en opresores y a los antifascistas en fascistas, unas metamorfosis perturbadoras que no suelen aceptar de buen grado quienes las sufren, pues ven atacada su buena conciencia y destruida el aura angélica de la condición inicial bajo la que han actuado siempre. Ahora pesa sobre Israel, país fundado por las víctimas del genocidio más característico del siglo XX, la sospecha de que puede haber cometido crímenes como los que le otorgaron una merecida legitimidad en sus aspiraciones de una patria segura donde vivir en paz. Y pesa en los más altos tribunales, no en el tosco y casi siempre despreciable comercio de la retórica política.
Son dos los procesos en marcha ante el Tribunal Internacional de Justicia, instados por mayorías abrumadoras de la Asamblea General de Naciones Unidas, en los que se trata de dilucidar si en Gaza se está cometiendo un genocidio y en el conjunto de los territorios palestinos ocupados el crimen internacionalmente tipificado como de apartheid. Aunque son resoluciones meramente consultivas, su valor político y sobre todo reputacional está fuera de discusión.
Tras la primera vista, celebrada en enero, aunque el tribunal impuso unas medidas cautelares para evitar que se cometa un genocidio, no entró en el fondo de la demanda. No hay datos que corroboren el cumplimiento de las órdenes del tribunal, al que debe rendir cuentas a finales de febrero el Gobierno de Netanyahu. La segunda vista, ahora en marcha, con intervención oral de 51 países, responde a la solicitud de un dictamen sobre las consecuencias jurídicas de la violación del derecho del pueblo palestino a la autodeterminación, la ocupación y anexión de territorio y la modificación de la composición demográfica y del estatuto de Jerusalén.
Israel acudió a la primera vista pública motivado e indignado por la acusación de genocidio, pero no se ha dignado comparecer a la segunda. Sí ha querido acudir EE UU, pocas horas después de su veto a la resolución del Consejo de Seguridad que exigía el alto el fuego inmediato en Gaza. Esta vez también para oponerse a un fin inmediato de la ocupación si no se garantiza a la vez la seguridad de Israel. No fue una defensa cerrada de la posición de Israel, pues mostró su rechazo a la ocupación permanente de territorios por la fuerza y defendió una negociación que conduzca a los dos Estados.
Palestina se ha convertido en la piedra de toque del sistema de Naciones Unidas y del derecho internacional. No hay forma de justificar sin avergonzarse esa doble vara de medir cada vez más visible y descarnada. Hay un abismo que se ensancha con la guerra y el boicot reiterado al cumplimiento de las resoluciones internacionales sobre Palestina por parte de Israel y EE UU, dos países considerados por tantos conceptos como ejemplares. Solo los regímenes más tiránicos pueden alegrarse de tanta impotencia.
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