La noticia de que tres individuos en San José de las Lajas, provincia de Mayabeque, se dedicaban a matar perros para vender su carne ha encendido el ciberespacio. Animalistas y personas en general comparten, horrorizados, la información; piden que caiga todo el peso de la ley sobre los implicados y lamentan el extremo que han alcanzado tanto la estrechez económica como la degradación moral en la sociedad cubana.
Por Cubanet
El suceso se ha hecho público gracias a Yenney Caballero, activista por los derechos de los animales, y pocos días después de que circulara en las redes el rumor de que un sujeto en La Güinera estaba vendiendo carne molida de perro en los envases de picadillo “El Cocinero”, uno de los pocos productos que las tiendas estatales venden a la población como parte de un módulo mensual cada vez más reducido.
Las autoridades de la capital se apresuraron a desmentir la información, pero después de lo ocurrido en San José de las Lajas la gente da por seguro que el caso de La Güinera también es cierto. No sería la primera vez que el hambre, la desesperación y la falta de escrúpulos se juntan para dar lugar a episodios similares.
Los cubanos recuerdan bien la hambruna de los años 90, cuando el gato dejó de ser solo un animal doméstico para convertirse en sucedáneo de la carne de conejo. Abundan los testimonios de personas a las que les pasaron, literalmente, gato por liebre, y quién sabe cuántas otras monstruosidades ocurrieron en aquellos tiempos oscuros, cuando no disponíamos de internet.
En la era digital casi todo se sabe, y los expedientes a que han recurrido cubanos hambrientos, en su mayoría defenestrados, han llegado a las redes. En septiembre de 2019, en la provincia de Artemisa, un individuo devoró un caracol gigante africano ―altamente perjudicial para la salud― luego de cocinarlo en un fogón artesanal. Durante los años más duros de la pandemia se reactivaron los cazadores de gatos y más de uno declaró en redes haber sobrevivido gracias a la carne de ese noble animal. En noviembre de 2023 un residente de Palma Soriano cazó un aura tiñosa ―ave carroñera―, la cocinó y se la comió. Un mes después, la organización animalista BAC Habana denunció públicamente al mismo individuo, que habría matado un perro para comérselo en Nochebuena.
En la mayoría de los casos citados es evidente la crueldad animal, una violación flagrante del Decreto-Ley de Bienestar Animal que fue aprobado en febrero de 2021. Pero también pone el foco sobre la seguridad alimentaria, tan omnipresente en el discurso oficial como distante de la realidad que castiga a los cubanos.
Lo ocurrido en San José de las Lajas no solo demuestra que en Cuba el maltrato animal sigue siendo una licencia cotidiana, sino que el hambre ha nublado el juicio de los nacionales al punto de hacerlos comprar carne de dudosa procedencia a sujetos que, nada más verlos, inspiran absoluta desconfianza a cualquier persona con un mínimo de cordura.
En un país donde la seguridad alimentaria es letra muerta dentro de una agenda política enfocada hacia la continuidad, muchísima gente ha quedado a la deriva, con ingresos que nada representan frente a la inflación descontrolada de los precios, y con atrasos imperdonables en la distribución de una canasta básica que ha disminuido drásticamente.
Hay que estar muy desesperado para comprar carne ―o cualquier otra cosa― a individuos de semejante catadura. Y tal grado de desesperación solo es posible en un país cuyo gobierno ha ido en dirección opuesta a las decisiones que podrían conducir a un estado de verdadera seguridad alimentaria, que no es otra cosa que la disponibilidad suficiente y estable de alimentos, así como la garantía de acceso a ellos por parte de toda la población.
Las miles de mipymes aprobadas están lejos de lograr esa meta y el gobierno lo sabe. Mientras los inspectores asedian a guajiros y ganaderos que intentan vender sus productos sin intermediarios, las mipymes venden pan, leche y huevos importados a precio de oro, encareciendo la vida más allá de lo razonable e incluso de lo justificable en medio de la crisis, empujando a buena parte de la población a extremos muy peligrosos.
Hay demasiada gente en Cuba al borde de la inanición, y otras tantas dispuestas a sacar provecho de la situación infrahumana y violenta que nos ha sido impuesta, sustentada en un absoluto desprecio por la vida propia y ajena.
Con la certeza de que las condiciones no van a mejorar a corto o mediano plazo, la indolencia manifiesta de un gobierno corrupto e ineficiente, y la escasa vigilancia sobre lo que ocurre en las calles de un país que castiga la disidencia política con mayor rigor y celeridad que los delitos contra la vida, ¿cuántos malhechores no estarán haciendo lo mismo que sus pares capturados en San José de las Lajas?
Pese a nuestra mala memoria, todavía recordamos que a finales de 2022, en Santiago de Cuba, dos empleados del Hospital Clínico Quirúrgico “Ambrosio Grillo” fueron acusados de robar “dos corazones de posible procedencia humana”, según declararon las autoridades (que no ofrecieron más detalles). Días antes, en redes sociales se había hecho viral la noticia de que un trabajador de ese centro de salud se dedicaba a sustraer vísceras humanas para triturarlas y venderlas como picadillo.