Por: José Luis Sastre | El País
Hemos confundido, y en parte es culpa nuestra, el éxito con la popularidad, y todo lo que antes era inmaterial e inmensurable se traduce ya en números concretos, que por algo vivimos la época dorada del cuantativismo aplicado a nosotros mismos. Cada cosa que hacemos y pensamos es un Excel en alguna parte, una estadística capaz de predecir nuestros deseos en esta sociedad de los números que complica más aún los anhelos de felicidad: siempre podremos conseguir un número más grande y más redondo. Al cabo, esa es la clave del malestar que trae este capitalismo emocional, que nunca va a saciar a todos del todo.
Convertirse en viral se ha vuelto una aspiración para mucha gente que toma el éxito como un fin, no como el resultado de un proceso.
Somos, cada vez en más ámbitos, los seguidores que tenemos o los likes que recibimos, y así se mide si una cosa va bien o va mal y si funciona, que ahora las cosas ―aunque sean recuerdos― tienen que funcionar como si fueran relojes o freidoras de aire. De todo se podrá exigir un rendimiento para que pueda decirse si triunfa. O si fracasa.
Ocurre, para no ir demasiado lejos, con tantos textos en principio periodísticos, lo que obliga a escribirlos según una nueva jerarquía que se aprende antes en la escuela de datos que en la de periodismo: la que premien los algoritmos. De esta columna, por ejemplo, se dirá si ha funcionado mejor o peor según las lecturas o la difusión que haya obtenido. Y eso buscamos, tan prosaico y a menudo engañoso: un número que diga más de nosotros que aquello que nosotros mismos escribimos.
Sucedió siempre: que los textos o las canciones o las películas debían hacerse para atraer el interés del público. La diferencia es que antes eso podía pretenderse hasta con las artes de la seducción, buscando maneras creativas que provocaran y despertasen interés. Ahora que todo se mide no hay tiempo de romanticismos. Ahora todo es sexo inmediato: sobra la seducción si la seducción no se consigue en los diez segundos que damos a una canción antes de pasar a la siguiente.
En ese mundo habitamos, en el que cada día hay un nuevo vídeo viral y los algoritmos descubren nuevas famas. Es un mundo ruidoso y volátil, hecho de popularidades fugaces en el que ha cambiado también la incidencia que tienen los referentes, más vinculados ya a la popularidad que al éxito. Por eso importa tanto el valor y el testimonio de figuras como Ricky Rubio, porque demuestra lo que los referentes todavía son: aquellos que, retirados del foco de la popularidad, explican con su ejemplo dónde está el éxito de verdad.
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