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La ilusión y la decepción moldean la percepción de la realidad en los niños

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Son dos aspectos clave que influyen en el desarrollo infantil. A través de experiencias tempranas, los chicos aprenden a diferenciar sus pensamientos y emociones, un proceso esencial para construir relaciones saludables a lo largo de su vida.

Por Infobae

Para los niños y niñas, la ilusión juega un papel fundamental en el establecimiento del contacto efectivo con el mundo y los otros.

Nuestra percepción de la realidad se va forjando como una amalgama entre los objetos del mundo exterior, las personas, los vínculos y las experiencias subjetivas, donde se combinan tanto las vivencias del pasado como las de nuestro presente. Ese proceso comienza desde muy pequeños con sensaciones e impresiones. Tanto las personas como los objetos tienen un significado único para cada quien, y nuestra relación con ellas tiene la marca fundacional de la ilusión.

En los bebés la ilusión se construye primero desde la creencia que la madre es parte del sí mismo, son uno. La mamá también lo debe creer para lograr la identificación de las necesidades físicas y emocionales del bebé. Poco a poco la madre o el cuidador primordial deberá desilusionar al bebé, prestando atención al mundo, para lograr la conciencia que son dos sujetos separados. La etapa que llamamos psicología, yo y no-yo.

Los niños no nacen con la capacidad de reconocer sus propios sentimientos y pensamientos, y dependen de sus relaciones y experiencias tempranas en la vida con los cuidadores primarios para forjar el complejo aparato psíquico y con ello el desarrollo del concepto de sí mismos. La conciencia en los niños de sí mismos, como personas distintas, con pensamientos y sentimientos, es crucial para la formación de relaciones con otros, sin ella el sujeto colapsa.

Los niños comienzan a reconocerse a sí mismos después del primer año de vida, a medida que adquieren un sentido de sí mismos separados de su cuidador principal.

En un experimento clásico de Lewis y Brooks (1978), se colocaba a niños de 9 a 24 meses frente a un espejo después de que se les pusiera un poco de rubor en la nariz y sus madres fingían que limpiaban algo de la cara del niño. Si el bebé reaccionaba tocando su nariz en lugar del “bebé” en el espejo, indicaba que el niño reconocía el reflejo como él mismo.

Descubrieron que, entre los 15 y los 24 meses, la mayoría de los bebés desarrollan un sentido de conciencia de sí mismos.

Nacemos en la ilusión y alienación de ser otro y desde esa matriz imaginativa nos enfrentamos al mundo que nos rodea, al interactuar con los otros también nos desilusionamos. Nuestra lente tiene grabado el prisma particular de nuestras vivencias y creencias con las que evaluamos y esperamos del otro que nunca podrá satisfacer nuestra demanda.

Para Freud la ilusión es una especie de deshonestidad con uno mismo, pero otros autores como Richard Tuch sostienen que sin ella no podríamos vivir sin creernos a salvo. No existe la ilusión sin la decepción concomitante.

La decepción, por regla general, es una emoción dolorosa que se genera cuando sucede algo inesperado en base a una expectativa construida en torno al comportamiento de otra persona o acontecimiento. Sucede cuando se rompe el hechizo de la ilusión, el creer que iba a resultar de otra manera.

Los niños y niñas no escapan de experimentar estas dolorosas emociones. La decepción en la infancia puede variar en intensidad y gravedad, desde situaciones cotidianas y menores hasta experiencias más traumáticas.

Desde una edad temprana, los niños y niñas pueden enfrentar pequeñas decepciones en su vida cotidiana: que los papás no traigan el regalo prometido, que el regalo no sea lo que imaginaron, que un amigo no le preste un juguete, no lograr vestirse solo cuando están seguros de poder hacerlo, perder en un juego, etc.

También viven experiencias más tristes como cuando se separan los papás, una mudanza, o graves como vivir malos tratos, negligencias u otras formas de violencia. Para estas últimas no hay una manera de atemperar la traumatización de sentir que quien te debería amar y cuidar te daña, pero sí existen modos de recuperación de este dolor.

Mientras que la decepción común tiene un impacto relativamente menor y es manejable con el apoyo adecuado, las decepciones traumáticas tienen un impacto profundo y duradero que requiere intervención especializada.

Las decepciones comunes contribuyen al desarrollo de la capacidad de afrontamiento en la infancia, por el contrario, las experiencias traumáticas pueden dañar estas capacidades si no se abordan de manera adecuada.

Un niño o una niña que fue decepcionado gravemente en la infancia puede conducirse con desconfianza exagerada en la adultez, como así también con ilusiones desmedidas, intentando volver a creer en el mundo que lo defraudó. Por ello es muy importante trabajar sobre estas formas graves para prevenir sus consecuencias o por los menos atemperarlas.

Las decepciones comunes son una parte natural del crecimiento y aprendizaje, las experiencias traumáticas requieren una atención y un cuidado mucho más profundo para asegurar el bienestar emocional y psicológico del niño.

Proporcionar un entorno de apoyo y buscar ayuda profesional cuando sea necesario es crucial para ayudar a los niños a superar tanto las decepciones cotidianas como las más graves y traumáticas.

Una manera de afrontar este sentimiento doloroso es reconocerlo y ayudar a valorar las expectativas, las ilusiones, que el niño tenía, por ejemplo, podría ser ir a un cumpleaños y regresar decepcionado porque la realidad con la que se encontró fue distinta a lo que esperaba.

También aceptar y validar su sentimiento doloroso porque es real, aunque sus expectativas no estuvieran sostenidas en posibilidades ciertas. Poder ubicar un límite acerca de lo que es posible o no. No todos los deseos se harán realidad ni los otros niños se comportarán como esperan. Tampoco los adultos.

Es imposible no ilusionarse ni prevenir las decepciones comunes en la infancia, porque es estructural de lo humano, pero sí se pueden trabajar para prevenir las que dejan secuelas, las traumáticas y construir entornos de circulación de la palabra que posibiliten la elaboración de las que dejan huella.

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