Los consumidores sienten que cada vez se les pide un pago extra por más servicios y no tienen claro cuándo ni cuánto pagar.
Por El País
La propina se vive de manera muy diferente en todo el mundo. En Japón puede resultar insultante, pues se considera que prestar buen servicio es un deber que va en el sueldo. En Europa, las propinas suelen ir asociadas al agradecimiento por un buen trato y, en todo caso, son relativamente bajas. En Estados Unidos, sin embargo, son prácticamente una obligación, pues constituyen una parte sustancial de la retribución de los empleados de hostelería y otros sectores. La impresión general entre los estadounidenses es que esa obligación va conquistando cada vez más terreno y los consumidores están cada vez más despistados sobre cuánta propina dejar y cuándo.
El fenómeno de las propinas tiene raíces en la Inglaterra del siglo XVI y hasta el siglo XIX era más habitual en Europa que en Estados Unidos. Pero las tornas se dieron la vuelta hasta tal punto que a principios del siglo XX los camareros de los restaurantes de moda de Estados Unidos tenían que pagar al dueño por trabajar allí (y así cobrar las propinas). Las represalias a los clientes que no aflojaban el bolsillo eran variadas y en Chicago la policía desarticuló una red que envenenaba a los que no dejaban propina.
Las normas no escritas generan inseguridad jurídica. A falta de ley, la costumbre se impone, pero cuando las costumbres son cambiantes, el lío está garantizado. Un informe publicado el mes pasado por el Pew Research Center muestra que solo un tercio dice que es muy fácil saber si ha de dejar propina (34%) o cuánto (33%) por los distintos tipos de servicios, según los resultados de una macroencuesta a 11.945 personas.
En lo que sí coincide la mayoría (72%) es en que cada vez se encuentran con que se les pide propina en un mayor número de sitios, en un fenómeno bautizado como propinflación (tipflation, en inglés) y espoleado en parte por la pandemia. Mientras que en países con menos tradición asentada al respecto, como España, el retroceso de los pagos en efectivo ha afectado a las propinas, en Estados Unidos ha encontrado un vivero en el que reproducirse. Las pantallas con propinas sugeridas se multiplican y aparecen por todas partes: cadenas de comida rápida, autoservicios, túneles automáticos de lavado y hasta en algunas tiendas de mercancía. Incluso los robots, como uno que prepara batidos en San Francisco, quieren su propina.
Los restaurantes con servicio completo en mesa siguen siendo los reyes de las propinas. Alrededor de nueve de cada diez adultos que comen en ellos (92%) dicen que siempre o a menudo dejan propina. Una compensación del 15% se considera el mínimo aceptable y es más frecuente el 18% o 20%, aunque las conclusiones dependen mucho de la guía que se consulte.
Más allá de los restaurantes, también son muy frecuentes las propinas al cortarse el pelo (78%), por el reparto de comida a domicilio (76%), al pedir una bebida en un bar (70%) o al usar un taxi o un servicio de transporte compartido (61%). En cambio, pocos estadounidenses dan propina siempre o a menudo cuando compran un café (25%) o comen en un restaurante de comida rápida (12%), pero las pantallas de pago sugieren hacerlo cada vez con más frecuencia.
Para complicar aún más las cosas, cada vez en más restaurantes de grandes ciudades como Nueva York o Washington, la cuenta viene acompañada de un sobrecargo o de un cargo por servicio (que se quedan los dueños) al que luego hay que sumar los impuestos y también la propina (esta va por ley a los camareros). Los restaurantes lo justifican por la inflación y por las leyes que han ido exigiendo mejorar la retribución de los camareros. Algunos, rizando el rizo, argumentan que cobran un sobrecargo para no tener que subir los precios. ¡Qué considerados! Se merecen una propina.