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Los 11 imprescindibles de un viaje a Nepal

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El país asiático es el destino para los amantes del senderismo y de los paisajes de montaña, un lugar para dejarse embaucar por la naturaleza y también por pueblos medievales y sus templos, sin olvidar una pausa en Katmandú, la capital.

Por El País

Hay muchos imprescindibles en cualquier viaje a Nepal, empezando por Katmandú, la puerta principal del país que muchos viajeros suelen saltarse, con las prisas por llegar a las rutas senderistas. Pero merece la pena quedarse un tiempo en la ciudad para pasearse entre sus templos y bahals (patios budistas), probar una comida fantástica y curiosear en sus bazares. Para algunos la aventura puede comenzar en las afueras de Katmandú: circunvalar la estupa de Bodhnath al atardecer, en compañía de una multitud de peregrinos, es una mágica experiencia. Todo entre el sonido de 1.000 banderas de oración al viento, los cánticos de los monjes, el olor del incienso y el cielo del ocaso. Otra experiencia imprescindible es el Terai, una zona fascinante y un cruce de caminos entre los inmensos centros de población de las llanuras indias y las culturas surgidas en el hermoso, poco poblado e inclemente Himalaya. En este fértil paisaje sobreviven las sociedades indígenas del Terai y la fauna de Nepal, protegida en varios parques nacionales.

Los pocos visitantes que exploran la región de Katmandú a Pokhara son unos afortunados. El río Trishuli ofrece rafting en aguas bravas para los más aventureros, además de tranquilos resorts, y la estación de montaña de Bandipur, con su ambiente europeo y vistas del Himalaya. Y mientras, los aficionados a la historia pueden disfrutar con los palacios y templos del distrito de Gorkha. Y lo mejor de todo: unas increíbles panorámicas sobre el Himalaya en casi todos los rincones del país: en Nepal no hace falta caminar semanas para tener maravillosas vistas. A veces, por paradójico que parezca, cuanto más lejos se esté de las montañas mejor se ven.

1. Katmandú, maravilla medieval de Nepal

La capital de Nepal es un microcosmos del sur de Asia: espiritual y comercial, familiar e insólita, frenética y serena. Katmandú es una ciudad moderna sobre una trama medieval de templos, estupas, fuentes hundidas y santuarios. Los calle­jones desembocan inesperadamente en bahals centenarios, y las puertas dan paso a mandirs (templos hin­duistas) de techos escalo­nados ajenos al paso del tiempo. Aunque también hay centros comer­ciales climatizados y hoteles modernos, sus años de historia siguen asomándose aquí y allá.

La mayoría de los viajeros eligen el barrio mochilero de Thamel como campa­mento base. En esta apretada maraña de callejones, montañeros y estudiantes de medi­tación se mezclan con porteadores, guías, místicos, agentes de trekking y vendedores ambulantes de toda clase de mercancías, desde flautas y símbolos ceremoniales chapados en latón hasta falsos plu­míferos North Face. Thamel es probablemente el mejor sitio de la ciudad para comer, beber, comprar y dormir, con mu­chos bares y locales de música en directo, tiendas de recuerdos, hoteles para todo tipo de bolsillos —desde mochileros adolescentes hasta montañeros septuagenarios—y res­taurantes de lo más variado. Comodidades que se agradecen, sobre todo cuando se vuelve después de semanas recorriendo las montañas del país.

2. Seayambhunath y Bodhnath: budismo con vistas

Es probable que el punto de interés más famoso de Katmandú sea la estupa sagrada de Swayambhunath, surgida, cuentan, de una flor de loto que flotaba en un lago que ocupaba en época remota el valle de Katmandú. Cuando el bodhisattva Manjushri abrió un agujero en el costado del valle con su espada, el milagroso santuario quedó varado. Los geólogos han confirmado la existencia del lago glaciar, y la gran estupa corona este monte al oeste de la capital nepalí desde al menos el año 460. La ciudad se fundó en este paraje en parte por su proximidad a este centro de peregrinación. Muchos visitantes vienen aquí a contemplar la ciudad, y los peregrinos que practican el budismo tibetano se congregan a diario para circunvalar ritualmente la base de este monte sagrado.

También de visita obligada es el barrio de Boudha, dominado por una gran estupa. Es probablemente el más espiritual de Katmandú; una mini Lhasa de exiliados tibetanos instalados a las afueras de Katmandú en las últimas décadas. Una marea continua de peregrinos rodea la gran estupa cada día bajo banderas de oración al viento y la mirada vigilante del Buda desde la dorada aguja central. Esta estupa es de los pocos sitios del mundo donde la cultura budista tibetana se muestra sin restricciones. Las callejuelas que la rodean están repletas de monasterios y talleres que fabrican accesorios para la práctica de esta fe. También se puede visitar la estupa de Chabahil, más pequeña, y el templo hinduista y crematorio de Pashupatinath.

3. El valle de Katmandú, el corazón cultural

El valle de Katmandú representa lo que es Nepal: ciudades medievales, templos fascinantes y siete conjuntos de monumentos y edificios representativos que son patrimonio mundial de la Unesco. Este valle forma un óvalo de 30 kilómetros de ancho que constituye el cora­zón político, histórico y cultural del país. Creado, según los budistas, del lecho de un lago sagrado drenado por la espada de Manjushri, es un mo­saico cada vez más urbaniza­do de bancales de cultivo y pueblos sagrados con templos de ladrillo rojo que exhiben el genio de los arquitectos y artesa­nos newares.

Su patrimonio artístico es la herencia de tres reinos Malla medievales (Katmandú, Patan y Bhak­tapur), que competían no solo por la supremacía militar sino por la excelencia artística. De aquella rivali­dad surgió un conjunto de plazas públi­cas, templos tipo pagoda y palacios reales con frontispicios dorados. Además, siglos de comercio e intercambio cultural con el Tíbet y la India han legado una fusión perfecta de influencias estéticas y prácticas religiosas.

Aparte de los imprescindibles si­tios patrimonio mundial de Pa­tan y Bhaktapur, el va­lle esconde muchos templos rurales, lugares de pere­grinación y pueblos típi­cos newares poco visita­dos pero fáciles de explo­rar en autobús, taxi o a pie. Curiosamente, aquí, a solo 10 kilómetros de la capital, hay muchos menos turistas de los que se encuentran durante las excursiones de días por las rutas de trekking del An­napurna o el Everest.

4. Patán: mucho brillo y una extraordinaria imagen de Buda

El conjunto de templos, patios palaciegos y monumentos de la plaza Durbar de Patan es tal vez la muestra más extraordinaria de arquitectura newar de todo Nepal (la cultura newar es la del pueblo indígena del valle de Katmandú, una de las culturas más ricas y complejas del Himalaya). Pasear por esta plaza, o contemplarla desde la plataforma de un templo, es uno de los momentos estelares de cualquier visita al país.

Patan fue en su día una ciudad-Estado celosa de su independencia y una de las tres grandes urbes medievales del valle, pero en la actualidad solo el fangoso río Bagmati separa Patan de la gran ciudad de Katmandú. Mucha gente aún la conoce por su nombre en sánscrito, Lalitpur (“ciudad de la belleza”). Su encanto está en su trama medieval de tole (plazas) y bahal, que en conjunto acogen a más de mil monumentos budistas y algunos de los templos y palacios más notables del país, la mayoría de los siglos XVI y XVII, época de esplendor de la dinastía Malla. Por todo ello, merece una excursión de un día completo desde Katmandú, o incluso hacer noche para disfrutar a solas de sus callejuelas.

5. Bhaktapur: un paseo medieval y ‘street food’ al estilo newar

La tercera de las ciudades-Estado medievales del valle de Katmandú es la que mejor conserva el ambiente atemporal de un típico pueblo newar. Muchos nepalíes conocen aún Bhaktapur por su antiguo nombre de Bhadgaon, o por el newar de Khwopa, que significa “ciudad de devotos”. Un nombre que le cuadra, porque los altos templos que llenan sus tres plazas son ejemplos importantes de la arquitectura religiosa nepalí. Más allá de las plazas medievales, la vida cultural newar discurre apaciblemente por sus calles, solo alteradas por los espectaculares festivales que jalonan el calendario local. La mayoría visita la ciudad en una excursión de un día, pero es una experiencia maravillosa dormir en el casco antiguo y pasear por sus plazas y templos una vez que los turistas han regresado a Katmandú. Gracias a la relativa ausencia de tráfico, es la ciudad medieval del valle que más se disfruta deambulando sin más.

Aunque su arquitectura medieval parezca atemporal, la ciudad está en constante mutación. En la plaza Durbar, por ejemplo, hubo muchos más edificios que en la actualidad. El devastador terremoto de 1934 derribó numerosos templos y edificios palaciegos, y el de 2015, muchos más, entre ellos los templos de Vatsala Durga y Fasidega (ambos ya reconstruidos). Además, muchas casas de ladrillo tradicionales fueron reconstruidas con hormigón antisísmico, lo que alteró aún más la cara de la ciudad. Las calles de Bhaktapur fueron restauradas en la década de 1970 con fondos alemanes del Bhaktapur Development Project, además del alcantarillado y el tratamiento de aguas residuales. Buena parte del encanto de Bhaktapur se debe a estos planes con visión de futuro.

El sitio más auténtico para probar comida callejera newar a la sombra de los templos es un pequeño puesto sin nombre situado entre la plaza Durbar y Taumadhi Tole y regentado por la misma familia desde hace 50 años. Lo único que ofrece es wo al estilo newar (bara, en nepalí), una tortita que se hace con una mezcla de harina de lentejas negras y verdes, cocinada sobre una plancha y servida con salsa de garbanzos. El wo se pide solo, con huevo o mixto (huevo con carne de búfalo), y se come en la plataforma exterior o dentro, junto a la parrilla con vistas al patio real del Tadhunchen Bahal, morada de las tres Kumari (diosas vivientes) de Bhaktapur.

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