La Unión Astronómica Internacional exige una acción urgente contra la proliferación sin control de artefactos que dificultan la búsqueda de objetos con riesgo de impacto contra la Tierra.
Por El País
Tres horas antes del impacto, el asteroide 2024 BX1 era un completo desconocido para la ciencia. El astrónomo húngaro Krisztián Sárneczky fue la primera persona que lo observó y, rápidamente, envió una alerta al Centro de Planetas Menores; esa institución de referencia puso sus datos a disposición de la comunidad astronómica internacional y enseguida llegaron nuevas confirmaciones desde observatorios de toda Europa. Tan solo 70 minutos después del descubrimiento, el sistema Scout de la NASA confirmó que la probabilidad de impacto con la Tierra era del 100% y, en menos de media hora más, nuevos datos permitieron precisar la trayectoria y el tamaño del asteroide, de apenas un metro de ancho: era inofensivo.
Este encuentro celeste con doble final feliz, tanto por la ausencia de daños como por el éxito en la detección anticipada y la rápida reacción, ha sido un hito para los científicos que trabajan en los sistemas de defensa planetaria de la Tierra. Pero sus esfuerzos chocan con los planes de Elon Musk de añadir decenas de miles de satélites en los próximos años a la red Starlink, operada por su compañía espacial SpaceX para dar cobertura global de internet de banda ancha. Los astrónomos no ocultan su preocupación.
El centro de expertos de la Unión Astronómica Internacional acaba de publicar su primer informe sobre las constelaciones de satélites artificiales, como las de SpaceX, OneWeb y Amazon. Y el documento, que recopila todas las evidencias científicas hasta la fecha, urge a tomar medidas frente a la actual proliferación sin control, tras haberse constatado que —entre otros efectos negativos para la astronomía— amenaza la capacidad para detectar asteroides y cometas que pasan cerca de nuestro planeta: los denominados objetos próximos a la Tierra, conocidos como NEOs por su acrónimo en inglés.
Desde su puesto de observación en la estación astronómica Piszkéstető, en una montaña al noreste de Budapest, Krisztián Sárneczky afirma: “La tendencia es muy preocupante. Cuando empecé mi búsqueda intensiva de NEOs con este telescopio hace cuatro años, rara vez un satélite cruzaba el campo de observación. Pero hoy en día no hay una sola de mis imágenes que no tenga al menos una traza de un satélite”. Detectar un asteroide antes de que impacte con la Tierra es algo excepcional.
Solo ha podido hacerse en ocho ocasiones hasta ahora; y en tres de esas ocho, el tanto se lo apuntó Sárneczky, quien advierte de las consecuencias de este bum de nuevos satélites. “Si continúa a este ritmo, pronto nos pasará desapercibido un objeto celeste que viene hacia la Tierra, porque un satélite se cruce justo delante de él en una o varias imágenes astronómicas”, advierte Sárneczky. En 2020, la flota de Starlink no llegaba a 800 artefactos, ahora hay 6.000 y Musk tiene previsto llegar a 42.000 en los próximos años.
Ese pronóstico coincide con el de Siegfried Eggl, investigador de la Universidad de Illinois centrado en el estudio de los NEOs y en el impacto de las megaconstelaciones de satélites: “Hoy por hoy, su interferencia en la defensa planetaria es insignificante. Pero eso puede cambiar pronto, especialmente si no se reduce el brillo de los satélites. Además del reciente incremento en el ritmo de lanzamientos, la FCC [siglas en inglés de la Comisión Federal de Comunicaciones de EE UU] ya ha recibido solicitudes para lanzar cientos de miles más”.
Los asteroides cercanos a la tierra se clasifican en cuatro categorías, según la relación de sus órbitas con la de la Tierra.
Solo hay riesgo de colisión con los que tienen trayectorias orbitales que intersectan la de la Tierra.
Los cazadores de NEOs como Sárneczky y Eggl ponen especial atención en el crepúsculo, que es justo cuando pueden detectarse los asteroides más escurridizos. Son los que vienen desde el interior del sistema solar —con trayectorias de tipo Apolo y Atón, que se cruzan con la de la Tierra— y por eso, desde nuestro punto de vista cósmico, en el cielo aparecerán cerca del Sol: igual que los planetas interiores, Mercurio y Venus, solo pueden verse en las horas posteriores a la puesta de sol y en las anteriores al amanecer, y siempre a media y baja altura en el cielo. En mitad de la noche, permanecen ocultos bajo el horizonte.
Esas dificultades de detección hacen especialmente peligrosos a los asteroides de ese tipo que miden varias decenas de metros, como el de Cheliábinsk (Rusia), cuya explosión en 2013 a 30 kilómetros de altura liberó el equivalente a unas 30 bombas atómicas como la de Hiroshima; en la superficie, la onda expansiva provocó numerosos daños y heridos. Los sistemas de defensa planetaria actuales aspiran a poder detectarlos a tiempo, para avisar a las autoridades en caso de que el impacto pueda producir daños en zonas pobladas. Y los satélites como los de Starlink son una dificultad añadida: esas estrellas artificiales y móviles brillan sobre todo en las mismas horas y zonas en las que los astrónomos salen a cazar NEOs peligrosos.
“En general, durante las horas crepusculares hay muchas más trazas de satélites [las rayas que deja el movimiento de estos artefactos en las imágenes astronómicas]. Es el momento en que los satélites reflejan la mayor parte de la luz solar hacia nosotros porque todavía no han entrado en la sombra de la Tierra”, explica Eggl.
Estos pequeños satélites, que dan acceso a internet, están construidos con materiales muy reflectantes
De día, los satélites no se ven, igual que las estrellas. Los oculta el brillo del Sol, muchísimo mayor.
Tampoco se ven en la parte central de la noche, cuando los tapa la sombra de la Tierra. Los satélites no tienen luz propia.
Muchos satélites brillan débilmente al principio y al final de la noche. La luz solar rebota en su chasis y llega dispersada a un observador en la zona nocturna de la Tierra. El rayo central reflejado pasa de largo.
La noche avanza y, varias horas después, el Sol ya está entre 35° y 45° bajo el horizonte. Entonces se produce un fenómeno diferente y mucho más potente.
Es la hora de los destellos: los satélites que pasan justo por encima del Sol, con el ángulo adecuado, reflejan la luz directamente sobre el observador durante unos segundos.
Siegfried Eggl lidera el grupo de trabajo sobre el sistema solar dentro del LSST, un macroproyecto para realizar durante 10 años el censo del cielo más completo de la historia, desde el Observatorio Vera Rubin. Actualmente en construcción en el norte Chile y con fecha de inauguración prevista para finales de 2025, este nuevo gran telescopio estadounidense se convertirá, según Eggl, “en el centro dominante en el descubrimiento de asteroides cercanos a la Tierra en los próximos años y seguro que se verá afectado. Es difícil decir cuántos asteroides perderemos debido a las interferencias de las constelaciones de satélites, pero los resultados preliminares nos dicen que perderemos uno por cada cinco que descubramos. Eso pasará si los operadores no adoptan ampliamente medidas apropiadas para reducir el brillo de los satélites”.
Desde la Universidad de Washington (EE UU), Meredith Rawls trabaja en preparar el software del Observatorio Vera Rubin para operar con este cielo lleno de estrellas artificiales que viene, algo con lo que no se contaba cuando se presentó el proyecto. Esta investigadora explica que el nuevo telescopio “está diseñado para tener un campo amplio de observación y recoger un montón de luz, lo que le permite detectar objetos muy tenues [como pequeños asteroides] y barrer el cielo entero cada pocas noches. Eso le permitirá lograr nuestros objetivos científicos, desde catalogar los objetos del sistema solar hasta comprender mejor el destino del universo; pero eso mismo lo hace mucho más vulnerable que otros telescopios a grandes cantidades de satélites brillantes”.
Si los planes de SpaceX y otros operadores se materializan, los 10 años del proyecto LSST coincidirán con una gran explosión en el número de satélites en órbita. Por eso, el equipo de Rawls está probando y refinando un algoritmo para identificar las trazas de los satélites y “distinguirlas de las señales que son útiles para la ciencia, marcando cada píxel contaminado dentro de una imagen astronómica. El reto es lograr hacer esto con precisión y con rapidez”. El tiempo es oro, cuando se trata de determinar si una luz corresponde a un asteroide que puede impactar o rozar la Tierra en cuestión de horas, o si es contaminación lumínica de los satélites. La otra medida que se plantean en el Vera Rubin para contrarrestar este problema es repetir el escaneo de la parte baja del cielo durante las horas del crepúsculo, según explica Siegfried Eggl; lo cual, además de llevar más tiempo, se lo quita a otras tareas: “Eso reducirá nuestra capacidad de detectar supernovas y otros objetos transientes. Puede perjudicar las investigaciones cosmológicas”.
Además, el centro de expertos del que forman parte estos dos investigadores, dentro de la Unión Astronómica Internacional (IAU), ha optado por colaborar con SpaceX —que maneja más de la mitad de todos los satélites que hay ahora en órbita— y otros operadores, para desarrollar medidas que mitiguen el impacto de los satélites. Reducir el brillo de estos artefactos no es tarea fácil, y desafía el sentido común: alejarlos —dentro de una órbita terrestre baja— los hace un poco menos brillantes, pero agrava el problema.