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Mississippi en llamas: segregación, fanatismo y tres jóvenes brutalmente asesinados por el Ku Klux Klan

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Michael Schwerner, James Chaney y Andrew Goodman: los tres trabajadores de derechos civiles de CORE que fueron asesinados en Mississippi por miembros del Ku Klux Klan, el 24 de junio de 1964 (Underwood Archives/Getty Images)

 

A los tres los golpearon hasta cansarse. Después, a Michael Schwerner, que tenía veinticuatro años y era un chico judío de New York, le pegaron un tiro en la cabeza. A Andrew Goodman, que tenía veinte años, también era de New York y estaba a punto de llegar a la mayoría de edad en noviembre, también le dispararon en la cabeza. Con James Cheney se ensañaron un poco más: era local, de Mississippi, y negro, tenía veintiún años recién cumplidos. Primero lo balearon en el abdomen y luego en la cabeza.

Por Infobae

Uno de los asesinos, Alton Roberts, se acercó a Schwerner antes de matarlo para insultarlo: “Sos un amante de negros”, le dijo. Golpeado, sangrante y seguro de su final, Schwerner le dijo: “Señor, sé cómo te sientes”. Fue Roberts quien disparó primero al abdomen de Chaney Luego, otro de los criminales, James Jordan, le dio el disparo fatal. Después, se quejó con Roberts: “Me dejaste sólo al negro… Bueno, pero al menos lo maté”.

Todo ocurrió a lo largo de más de una hora, el 21 de junio de 1964, hace cincuenta y ocho años, en el condado de Neshoba, Mississippi. Los tres chicos muertos eran miembros del CORE, el Congreso por la Integridad Racial, que buscaba una mayor integración de la población negra a la sociedad, fomentaba su educación y los instaba a inscribirse en los colegios electorales para poder votar: integración, educación y voto eran derechos ignorado para los negros en el sur profundo de Estados Unidos, segregacionista, racista y defensor de la supremacía blanca, la misma que el 6 de enero de 2021 intentó tomar el Capitolio de Estados Unidos para evitar la designación del hoy presidente Joe Biden.

Aquel de 1964 era el huevo de la serpiente. Y los tres chicos asesinados eran, de alguna manera, uno de los últimos eslabones que quedaban intactos de la impronta que John Fitzgerald Kennedy había dado a su gobierno y a los Estados Unidos. En su discurso inaugural, el 20 de enero de 1961, Kennedy había anunciado: “La antorche ha pasado a una nueva generación de americanos”, con lo que abrió las puertas de la política a una generación que, luego del asesinato del presidente en 1963, iba a ir a parar a las trincheras de Vietnam. Creó los Cuerpos de Paz, con jóvenes voluntarios que viajaron a las zonas más pobres de América Latina, e impulsó la actividad de los universitarios en defensa de los derechos postergados de la ciudadanía negra.

En junio de 1963, un año antes de los asesinatos en Mississippi, Kennedy había plantado, en dos días, los objetivos finales de su gobierno y de su gobierno futuro, porque iba por su reelección en 1964. El 10 de junio, en la American University, planteó el final de la Guerra Fría y una nueva relación con la Unión Soviética: el mundo iba a demorar medio siglo en llegar a ese logro. Al día siguiente, desde la Casa Blanca, Kennedy pronunció un discurso en el que describió la realidad que vivía la población negra estadounidense y la necesidad ineludible de terminar con la segregación racial y con la desigualdad: “Nos vemos principalmente ante una cuestión moral. Es tan antigua como las escrituras y tan clara como nuestra Constitución”. Cinco meses y once días después, Kennedy yacía en una camilla del Parkland Hospital de Dallas, Texas, con la cabeza destrozada a balazos.

Quienes habían destrozado a balazos las cabezas de los tres jóvenes militantes del CORE, estaban lejos de todo principio moral. El asesinato de Kennedy les había devuelto bravura y decisión, el Ku Klux Klan, el grupo supremacista blanco que promovía con actos violentos el racismo, la xenofobia, el antisemitismo, la homofobia y el anticomunismo, había vuelto a las andadas en el sur profundo; las universidades que habían intentado prohibir la inscripción de estudiantes negros, la de Mississippi lo hizo con James Meredith, luego graduado en Ciencias Políticas y activista por los derechos Civiles, volvieron a coartar el derecho a la educación de los jóvenes negros.

Si en 1964 el activismo por los derechos civiles era combativo, en especial el liderado por Martin Luther King, la reacción era más fuerte en los Estados del sur, y había retornado al crimen como política. El presidente que había sucedido a Kennedy, Lyndon Johnson, de Texas, tenía un último representante del fervoroso gobierno anterior en su flamante administración, que llevaba sólo siete meses en la Casa Blanca. Era el ministro de Justicia, procurador general es el cargo, Robert F. Kennedy, hermano del presidente asesinado.

¿Qué hacían las autoridades de Mississippi frente a la violencia? Nada: formaban parte de ella.

Los asesinos de Schwerner, Goodman y Chaney, formaban una banda de diez personas, cargaron los tres cadáveres en un auto y los llevaron hasta la granja de uno de los miembros del grupo, Oleg Burrage, que aceptó esconderlos: “Me importa nada esconder a cien de estos tipos”, dijo aquella noche. No tuvo que esperar mucho: otro de los miembros de la banda, Herman Tucker, que trabajaba con maquinaria pesada, aportó a la mañana siguiente un bull dozer que cavó la fosa de los tres muchachos activistas. A Tucker le habían encargado la noche anterior, la de los crímenes, abandonar el Ford Fairlane azul en la que viajaban los asesinados en el vecino estado de Alabama. Pero el tipo lo abandonó en el condado de Neshoba, cerca de la autopista 21 y entre unos pastos altos, y le prendió fuego.

Esa misma mañana, la del 22 de junio, todos los complotados volvieron a reunirse para preparar las coartadas para el caso, poco probable, de que hubiera una investigación policial o judicial, para manipular las pruebas, o borrarlas y para destruir toda evidencia que pudiese incriminarlos junto con el grupo al que pertenecía la mayoría, los “Caballeros Blancos” del KKK, que lideraba en Mississippi Samuel Bowles.

Después de la reunión, alguien tomó la palabra y los arengó: “Bueno, chicos, han hecho un gran trabajo. Son todos un soplo de aire fresco para los blancos. Mississippi puede estar orgulloso de ustedes. Han dejado en claro a esos forasteros cómo actuamos en este Estado. Ahora, vuelvan a casa y olviden lo que pasó. Pero antes, déjenme decirles que mis ojos están sobre ustedes. El primero que hable, es hombre muerto. Si cualquiera de los que sabe algo de esto abre la boca ante cualquier foráneo, el resto de nosotros lo mataremos como hicimos con estos tres hijos de puta. ¿Está claro? ¡Cualquiera que se vaya de la lengua, está muerto, muerto, muerto!”

Quien hablaba así era el segundo sheriff del condado, Cecil Price. Era quien había apresado a los tres activistas, los había encarcelado primero, liberad luego, y por último perseguido, secuestrado y entregado a sus asesinos. Los tres muchachos estaban condenados de antemano y, a sabiendas o no, se habían acercado de manera inevitable a su destino fatal.

Schwerner había llegado a Mississippi como parte de su trabajo de campo en la defensa de los derechos cívicos de los negros. Había organizado un exitoso boicot afroamericano a un par de grandes tiendas de la ciudad de Meridian y llevaba adelante con éxito la inscripción de futuros votantes en los registros electorales. Se ganó de inmediato la ira de los supremacistas blancos. En mayo, Sam Bowles, “Mago Imperial de los Caballeros Blancos”, del Ku Klux Klan, dijo a los suyos que Schwerner, al que el Klan llamaba “Perita”, por su barba, o “Niño Judío”, iba a ser eliminado.

Como parte de su actividad en Mississippi, Schwerner había elegido una iglesia afroamericana del condado de Neshoba, para instalar en ella una “Escuela de Libertad”. Era la Iglesia Metodista de Monte Zion, que iba a funcionar como centro educativo y como impulsora de los derechos civiles. La noche del 16 de junio más de veinte miembros del Klan, todos armados, llegaron a la iglesia golpearon a varios feligreses y la incendiaron. Schwerner, que había viajado a Ohio para un curso de capacitación sobre derechos civiles, había regresado a Mississippi el 20 de junio, un día antes de su asesinato. Lo acompañaban un nuevo recluta del CORE, Goodman, y al chico Chaney, que era el enlace perfecto entre el CORE y la comunidad negra. Supieron entonces que, de la paliza a los fieles de Monte Zion, había tomado parte el segundo sheriff Price, que había obligado a los diáconos a arrodillarse frente a los faros de sus autos mientras eran golpeados por la gente del Klan con la culata de sus rifles. Todos habían tomado parte luego de la destrucción de la iglesia.

Cuando, luego de su breve investigación, que consistió en tomar testimonio a las víctimas, algo que la policía no había hecho, los tres muchachos iniciaron el regreso a la ciudad de Meridian en el Ford Fairlane azul, de dos tonos, chapa H25 503. El sheriff Price los detuvo dentro de los límites de la ciudad sureña de Filadelfia, sede del condado de Neshoba. Los acusó de manejar a una velocidad superior a la permitida, de haber incendiado la iglesia de Monte Zión y los arrojó a la cárcel del condado. Price, que también era miembro del Ku Klux Klan, los mantuvo en prisión siete horas, no les permitió hacer ninguna llamada, esperó la llegada de la noche, los liberó bajo fianza y los escoltó fuera de la ciudad.

Luego, el sheriff regresó en su auto a Filadelfia para dejar a un colega en su casa y, una vez solo, se lanzó a toda velocidad a capturar a los tres activistas del CORE. Los alcanzó justo en los límites del condado y de su jurisdicción. Minutos después llegaron otros dos autos cargados con miembros del Klan que habían sido avisados por Price de la captura. Los tres autos ingresaron en un camino de tierra sin marcar, llamado Rock Cut Road. Allí los asesinaron.

Schwerner debía saber que su suerte estaba echada. Había dejado un mensaje en la sede del CORE. Decía que, si no regresaba ese 21 de junio a las cuatro de la tarde, investigaran porque algo podía haberle pasado. Eso hizo el CORE, habló con las autoridades policiales de de Neshoba y de Meridian. Les dijeron que no sabían nada.

De manera que el 23 de junio, a dos días de la desaparición de los activistas y cuando nada se sabía de ellos, estalló un escándalo en Estados Unidos, el nombre y las caras de los tres muchachos estaban en la primera plana de los principales diarios del país y en los afiches del FBI que impulsaban su búsqueda. Quien intuía una tragedia era Robert Kennedy: presionó al FBI para que intensificara la investigación que ocupó a más de doscientos agentes federales y a decenas de tropas que rastrearon bosques y tantearon pantanos en busca de los cadáveres.

Mientras duraba la búsqueda del FBI, el 2 de julio de 1964, el Congreso americano aprobó la Ley de Derechos Civiles. El FBI le puso nombre al operativo de búsqueda de los activistas: “MIBURN”, acrónimo de “Mississippi en llamas”, que fue el título de la película que en 1988 dirigió el inolvidable Alan Parker, con Gene Hackman y Willem Defoe en los papeles principales.

El 10 de julio, el eterno director del FBI, J. Edgard Hoover, llegó a Mississippi para abrir una oficina federal. Con todo, no fue hasta que uno de los asesinos, Delmar Dennis, miembro del Klan, abrió la boca que el sheriff Price había exigido mantener cerrada. Dennis cobró treinta mil dólares y recibió inmunidad judicial a cambio de sus datos.

El 4 de agosto, por fin con pistas firmes, los equipos del FBI fueron enviados a un terraplén de la autopista 21, al sur del condado, una zona poblada de árboles que hacían muy difícil una búsqueda minuciosa. Desde un helicóptero notaron tierra removida en la granja de Olen Burrage, otro miembro del Klan y partícipe de los crímenes. A las tres de la tarde, los cuerpos de Schwerner, Goodman y Chaney habían sido rescatados y enviados a la morgue del Centro Médico Universitario de Jackson.

La investigación también dio con los autores y partícipes de los asesinatos, sin embargo, el estado de Mississippi no hizo ningún arresto. En Washington, el procurador Kennedy hervía de furia. El 4 de diciembre fue el Departamento de Justicia del gobierno quien acusó a los diecinueve partícipes, incluido el sheriff Price, por “violar los derechos civiles de Schwerner, Goodman y Chaney”. Violación de los derechos civiles era la única figura legal que daba competencia en el caso al Gobierno federal.

Intervino hasta la Corte Suprema que, después de una batalla legal de tres años, concedió defendió las acusaciones del Departamento de Justicia. Todos los hombres fueron a Juicio en Jackson, Mississippi, con el juez William Cox en el estrado. Cox era, también, un ferviente segregacionista al que le hacía nada de gracia juzgar a esa banda de criminales con la que tenía al menos afinidad. La presión de las autoridades federales y el temor a un juicio político hicieron que se tomara el caso con cierta seriedad.

Recién el 27 de octubre de 1967, un jurado compuesto por doce personas blancas declaró culpables a siete personas, entre ellas el segundo sheriff Price, y al Mago Imperial de los Caballeros Blancos” del KKK, Samuel Bowles. Si el segundo sheriff estaba acusado, el titular no podía no serlo. Era Lawrence Rainey, él también miembro del KKK y de los Caballeros Blancos. Lo acusaron de tramar la conspiración que terminó con la muerte de los tres muchachos del CORE: lo negó, aunque fue acusado de ignorar las agresiones hacia los ciudadanos negros que se habían producido en su condado. Según el sheriff, la noche de los asesinatos había visitado a su mujer enferma en el hospital de Meridian y que, más tarde, se había sentado frente a su televisor a ver un capítulo de la serie “Bonanza”, muy popular en aquellos años. Lo absolvieron.

Otros nueve acusados fueron absueltos y sobre tres personas restantes el jurado llegó a una especie de punto muerto sin definición.

El fallo fue celebrado como una victoria de los Derechos Civiles porque nunca antes en Mississippi había habido condena alguna por un delito cometido contra un trabajador por los derechos civiles. En diciembre, el juez Cox condenó a los culpables a penas entre tres y diez años de cárcel. Fiel a su estrella y a su ideas, Cox dijo de su sentencia: “Mataron a un negro, a un judío y a un hombre blanco. Les di lo que pensé que se merecían”.

Ninguno de los condenados cumplió más de seis años de prisión.

En 2014, el entonces presidente Barack Obama impuso a Schwerner, Goodman y Chaney la Medalla Presidencial de la Libertad, la más alta condecoración civil de Estados Unidos.

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