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Sucesión de los ‘baby boomers’: sus hijos heredarán más riqueza y desigualdad

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La herencia que dejarán los nacidos entre 1958 y 1975 supondrá la mayor transferencia de recursos de la historia entre generaciones.

Por El País

“En el pasado no ha habido una transferencia mayor porque nunca hemos sido tan ricos”, zanja Olga Cantó, catedrática de Economía en la Universidad de Alcalá, quien alerta sobre la dificultad de dibujar con tanta antelación qué consecuencias sociales y económicas traerá consigo esta Gran Sucesión, que empezará a producirse allá por 2040. Sin embargo, todo apunta a que, lejos de limar la brecha entre jóvenes y mayores de la que tanto se habla hoy en día, avivará aún más la mecha de la desigualdad.

Antes de entrar en los impactos de largo plazo hay que entender la magnitud del acontecimiento. Los baby boomers españoles, los nacidos entre 1958 y 1975, son muchos: representan más del 30% de la población total. También son el grupo que más patrimonio ha acumulado a lo largo de su vida, una bolsa que en España está constituida sobre todo por ladrillo, que se ha revalorizado de manera espectacular en las últimas décadas y que ha disparado el valor de sus bienes.

Sus hijos, en cambio, los jóvenes —y ya no tan jóvenes— de la actualidad, son menos numerosos que sus padres, por lo que la herencia que recibirán se concentrará en menos manos. Su trayectoria vital también es muy distinta: han sido castigados por dos profundas crisis económicas, el crac financiero y la pandemia, y han quedado atrapados entre salarios bajos, precariedad, un mercado inmobiliario inaccesible y políticas públicas enfocadas a los mayores —sobre todo vía pensiones—, todos elementos que han limitado su capacidad de ahorro, emancipación y acumulación de riqueza. Por ello, aunque la familia de Inés sea ficticia, refleja bien la mecánica que en la actualidad se replica en muchos hogares y que ha puesto un punto final al relato de que los hijos siempre viven mejor que sus padres.

Es suficiente con echar un vistazo a un puñado de datos para ilustrar el distinto recorrido generacional. A finales de los años ochenta, menos de tres años de sueldo íntegro bastaban para comprarse una vivienda. Ahora hace falta más del doble: 7,3 años. A inicios de este siglo, los menores de 35 años tenían una riqueza media de 108.000 euros. Ahora atesoran 68.000, un 40% menos, según la última Encuesta Financiera de las Familias del Banco de España. En el mismo periodo, el patrimonio de los más mayores ha seguido el camino opuesto. La riqueza media de los hogares donde el cabeza de familia tiene entre 55 y 65 años duplica la del conjunto: 330.427 euros frente a 122.000. Si se amplía la horquilla a las cohortes más mayores, de entre 65 y 74 años, la media alcanza los 360.000 euros.

En términos de renta, las disparidades son menos marcadas, también porque esta ha crecido y se ha concentrado a un ritmo menos intenso que la riqueza en los últimos años, tanto en España como en el extranjero. Pero también en este caso los jóvenes salen mal parados: son los que perciben menores ingresos, solo por detrás de los más mayores.

“A los baby boomers y a las generaciones previas les tocó la lotería con la entrada en el euro, lo que indujo una fuerte caída de los tipos de interés y una revalorización histórica de la vivienda”, resume Daniel Manzano, socio de Analistas Financieros Internacionales (Afi). El informe Finanzas de los hogares 2000-2022, del que es coautor, detalla cómo cerca de tres cuartas partes del patrimonio total de las familias españolas está constituido por vivienda, cuyo valor se ha triplicado en poco más de 20 años, de los dos billones de euros a más de seis billones.

“Los hogares españoles acumulaban a finales de 2022 un patrimonio neto estimado en 8,2 billones de euros. Teniendo en cuenta que los hogares de la generación baby boomer acaparan en torno al 45% de esa riqueza, estaríamos hablando de unos cuatro billones”, lanza el analista de Afi. “El cálculo es un poco grosero [implicaría que no hubiera ninguna depreciación de los activos, por ejemplo], pero ilustra en términos orientativos la que será la mayor transferencia de recursos hasta ahora y probablemente también la mayor que vaya a haber en varias décadas”.

La intuición también llevaría a pensar que esta Gran Sucesión reducirá la actual brecha intergeneracional. Pero ninguna realidad es monolítica. Los milenials y centenials se convertirán sin duda en las cohortes más ricas de la historia gracias a la herencia que recibirán, aunque solo sea por el mero hecho demográfico de que son menos que sus padres, pero no todos los boomers son igual de ricos. “Lejos de solucionar o mitigar el problema de la desigualdad, aumentará aún más la brecha dentro de la misma generación”, reflexiona Luis Bauluz, profesor de Cunef y coordinador de las series de riqueza del Laboratorio Mundial de Desigualdad, quien estima que son más de 100.000 millones de euros los que pasan de una generación a otra cada año vía sucesión y donación en vida.

“El tema no es tanto la cuantía que se va a transmitir, sino dónde se van a transmitir las mayores cuantías”, abunda Cantó. En otras palabras: la brecha que existe entre jóvenes y mayores esconde otra fractura, más clásica, entre ricos y pobres dentro del mismo grupo. La misma Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) alertaba sobre el posible aumento de las disparidades dentro del mismo grupo de edad en su último informe sobre el impuesto de sucesiones y donaciones, en el que invitaba a elevar la fiscalidad de las herencias para mitigar las desigualdades. “Como la riqueza está cada vez más concentrada y los hogares ricos tienden a recibir más herencias y de mayor valor, es probable que también aumente la desigualdad intrageneracional”, señalaba.

“Dividir la sociedad entre jóvenes y mayores solo tiene sentido para pedir un mayor gasto social en los primeros”, razona Berna León, director gerente del centro de estudios Future Policy Lab. “La división real en términos de riqueza es entre jóvenes y mayores ricos y jóvenes y mayores de clases medias y trabajadoras, puesto que los jóvenes ricos heredarán en vida o tras el fallecimiento de sus padres esas fortunas”.

Según un artículo del investigador Pedro Salas-Rojo y el catedrático Juan Gabriel Rodríguez, las herencias son las responsables de casi el 70% de la desigualdad de la riqueza en España, un porcentaje que sube hasta cerca del 75% en el caso de la riqueza no financiera. “Nuestros resultados señalan a las herencias como una variable fundamental para entender la distribución de la riqueza observada”, concluyen.

“En otras palabras, pensar que la desigualdad se estructura fundamentalmente por edad y no por clase es un espejismo”, sintetiza León, también investigador doctoral y profesor asociado en Sciences Po, quien detalla que quien se beneficiará “significativamente” de la Gran Sucesión serán los que ya tienen los mayores recursos: en torno al 10-20% más rico.

En efecto, si la mirada se amplía más allá del supuesto conflicto generacional, emergen realidades, si es posible, aún menos alentadoras. No solo la riqueza se ha concentrado cada vez más en pocas manos, sino que el patrimonio de las capas menos adineradas de la sociedad se ha esquilmado a ritmos vertiginosos. “La riqueza del 10% más rico, y sobre todo del 1%, está creciendo muy rápidamente. Esta dinámica antes no era tan fuerte en España”, alerta Cantó. “Pero lo más impactante es que el 50% más pobre ha dividido por dos su riqueza. Estas personas van a transmitir muy poco a sus hijos. Por eso es un error muy persistente hablar de generaciones: cuando se produzca la sucesión, esa generación va a tener muy distintas oportunidades. Lo que estamos viendo es que la riqueza va a marcar la diferencia”.

Los datos del Laboratorio Mundial de Desigualdad destacan que el 10% más rico en España concentraba más del 56% de toda la riqueza nacional en 2022. Dentro de este grupo destaca el 1% más acaudalado, con el 23% del patrimonio. En el otro extremo está el 50% de la parte baja de la distribución, con menos del 7%. Y eso que España no es ni de lejos de los países más desiguales.

En EE UU, la bautizada tierra de las oportunidades, el 1% más rico atesoraba en 2022 hasta el 35% de toda la fortuna del país, un dato que a nivel mundial sube hasta el 38,4%. En Alemania, los más acaudalados tienen en sus manos el 26,4% del patrimonio nacional; un 24% en Francia. Y estos países también se enfrentarán a la Gran Sucesión de los boomers, algo antes que España —en los demás países occidentales es la generación de la posguerra, la nacida entre 1946 y 1964—, pero con el mismo riesgo de que la desigualdad en la riqueza se enquiste de forma aún más profunda.

Tan solo en EE UU los herederos de los nacidos antes de 1964 recibirán una cifra astronómica para 2045, cerca de 90 billones de dólares, de acuerdo con la investigadora de mercado Cerulli Associates. Es más: el último Informe de ambiciones multimillonarias 2023 del banco UBS destacaba que, por primera vez, los nuevos multimillonarios adquirieron más riqueza a través de la herencia que por mérito propio. “Los herederos de los multimillonarios están ganando protagonismo”, incide el estudio, y lanza un aviso a navegantes: “Es algo que veremos con mayor frecuencia en los próximos 20 a 30 años, ya que más de 1.000 multimillonarios transferirán unos 5,2 billones de dólares a sus hijos”.

Esta transferencia, además, llegará cuando también los herederos sean mayores. Un dato en principio positivo, porque significa que se viven más años, pero que dejará el capital legado concentrado en las cohortes mayores —una vez más— y será más difícil que contribuya a una mejora de la productividad. “La riqueza es también una forma de facilitar el emprendimiento. Si una persona de 30 años recibe una herencia tiene la opción de emprender. Pero la esperanza de vida se ha alargado y el heredero medio tendrá entre 55 y 60 años, una edad un poco tardía para ponerse a emprender”, explica Bauluz. “En otras palabras, la riqueza cada vez está concentrada en edades avanzadas y no llega a las edades tempranas. Si llegase, podría facilitar un mayor dinamismo económico. Por tanto, desde un punto de vista meramente productivo, podría tener sentido redistribuir las herencias para que se reciban a edades más tempranas”.

La productividad, de hecho, es uno de los grandes retos económicos que depara el futuro, y que se suma a otros desafíos mayúsculos, desde el envejecimiento de la población, la transición hacia un mundo de cero emisiones o la misma reducción de la desigualdad. Fenómenos a los que hay que enfrentarse con políticas eficientes, y que estén respaldadas por ingresos suficientes para financiarlas, más aún ahora que las tesorerías de los Estados están maltrechas por la covid y el crecimiento se va estancando.

¿Gravar más las herencias ante la llegada de la Gran Sucesión podría ser la solución, o al menos suponer una bocanada de aire para las arcas públicas? El impuesto de sucesiones es una figura, a diferencia del tributo sobre la riqueza, más que tolerada en el mundo académico y jurídico, y no solo entre las voces más progresistas. También se han levantado en su defensa en los últimos años magnates, millonarios y personajes públicos. Pero, donde existe, recauda muy poco, su capacidad de redistribución es limitada y es denostado por el contribuyente, por el mismo hecho de ser un impuesto e ir vinculado a un momento vital delicado.

En los países de la OCDE que cuentan con una figura de este tipo se ingresó cerca de 0,6% sobre los ingresos fiscales totales en 2022. “El impuesto sobre las herencias no es una solución milagrosa”, señalaba Pascal Saint-Amans, en el último informe del organismo sobre el tributo, de 2021, cuando aún era director de su centro de Política de Administración Fiscal. “Otras reformas, particularmente en relación con la tributación de los ingresos del capital personal y las ganancias de capital, son clave para garantizar que los sistemas tributarios ayuden a reducir la desigualdad”, añadía en el informe.

En España la cifra se sitúa ligeramente por encima de la media, con un 0,7% (unos 3.500 millones al año). Su reforma, aunque lleve tiempo en el centro del debate y haya ocupado páginas y páginas del último Libro blanco para la reforma tributaria, es particularmente compleja, porque toda la imposición patrimonial en España está cedida a las comunidades autónomas, que prevén umbrales y bonificaciones distintas, lo que implica que hay que pagar más o menos impuestos en función de donde se muera.

“La imposición fiscal nunca va a cambiar la estructura de la riqueza. Los impuestos a la riqueza dan progresividad, legitimidad al sistema, pero para cambiar su distribución tenemos que buscar otras soluciones”, dice Cantó, quien también propone revisar la tributación del capital para adecuarla a la del trabajo, empezar a delinear una herencia universal e incidir en las políticas de vivienda y educativas, que considera “cruciales”.

“Un impuesto de sucesiones más ambicioso es condición necesaria pero insuficiente para atajar la desigualdad”, coincide León, quien también propone una profunda revisión del sistema fiscal y políticas que atajen las grandes fuentes de desigualdad del presente, con la vivienda como primer objetivo. Asimismo, aboga por una “suerte de herencia pública” que se enfoque a “desarrollar un proyecto económico, social o cultural”. “Si bien no garantizaría la igualdad de oportunidades, sí permitiría que todo el mundo tuviera al menos una oportunidad, así como redistribuir la riqueza nacional entre los mayores más ricos, y los jóvenes más pobres. Porque la alternativa a este tipo de mecanismos es la herencia tradicional, donde solo hay espacio para familias ricas y familias pobres”. Sin importar la generación a la que pertenecen.

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