Tegucigalpa.- Cinco años después de que Eta e Iota convirtieran el Valle de Sula en una inmensa planicie inundada, la vulnerabilidad geográfica de esta región productiva permanece como recordatorio de la fragilidad de Honduras ante fenómenos meteorológicos que exponen las deficiencias estructurales del sistema hidráulico nacional.
El 5 de noviembre de 2020 quedó grabado en la memoria colectiva como el día en que los ríos Ulúa y Chamelecón, con crecidas extraordinarias, alcanzaron niveles de desborde tan altos que sus caudales se fusionaron en algunas zonas, formando extensas áreas de inundación que sumergieron barrios enteros del corazón industrial hondureño.
Geografía convertida en trampa mortal
La configuración natural del Valle de Sula se transformó en una trampa geográfica cuando Eta llegó el 4 de noviembre como tormenta tropical, encontrando suelos ya saturados por lluvias continuas de finales de octubre que habían dejado la tierra vulnerable y frágil.
Sectores emblemáticos de San Pedro Sula como Rivera Hernández, las colonias Satélite, Jerusalén, Independencia y Guaymuras quedaron completamente anegadas, mientras que La Lima reportaba agua estancada en calles y viviendas con nivel creciente que presagiaba la devastación posterior.
El Aeropuerto Internacional Ramón Villeda Morales se encontraba inundado e inoperativo, complicando la logística de emergencia y convirtiendo la principal puerta aérea del norte hondureño en símbolo de la vulnerabilidad infrastructural.
Cuando dos ríos se convirtieron en uno
El fenómeno más devastador ocurrió cuando los caudales del Ulúa y Chamelecón se fusionaron, creando una masa de agua que no respetó los límites tradicionales de los cauces y convirtió el valle en un inmenso lago artificial que arrasó con décadas de desarrollo urbano.
Esta fusión hídrica evidenció la falta de planificación en el desarrollo territorial del valle, donde comunidades enteras se habían establecido en zonas de riesgo sin sistemas adecuados de drenaje o protección ante crecidas extraordinarias.
Doble crisis: pandemia y huracanes
La vulnerabilidad se amplificó porque Honduras libraba simultáneamente la batalla contra Covid-19, manteniendo alerta roja por emergencia sanitaria mientras activaba otra alerta roja por la amenaza meteorológica.
Este doble estado de alerta complicó la movilización de recursos, la evacuación de poblaciones vulnerables y la atención en albergues, con centros ya bajo presión por saturación hospitalaria que agravó la crisis humanitaria.
Menos de dos semanas después, Iota golpeó zonas que seguían en recuperación, con suelos aún saturados, ríos al borde de sus márgenes y comunidades en proceso de limpieza, multiplicando la devastación en la región más productiva del país.
Cifras que dimensionan la vulnerabilidad
Las estadísticas revelan la magnitud de la vulnerabilidad expuesta: 88 personas fallecidas, más de 159,000 en albergues, 27 instalaciones de salud en Cortés inoperativas, dejando alrededor de 500,000 personas sin acceso adecuado a servicios médicos.
En viviendas, más de 85,000 casas resultaron dañadas y 6,000 completamente destruidas, mientras Copeco reportó 2,941,525 personas afectadas solo por Eta, 21 puentes destruidos y 171 tramos carreteros afectados en la región.
La Central Hidroeléctrica Francisco Morazán alcanzó niveles críticos de 288.8 metros sobre el nivel del mar, obligando a descargas controladas de emergencia para evitar un colapso que habría devastado aún más el Valle de Sula.
Lecciones no aprendidas
Cinco años después, el episodio de Eta e Iota dejó de manifiesto la fragilidad de los sistemas de alerta temprana y puso en evidencia las deficiencias de la infraestructura hidráulica, vial y sanitaria en Honduras.
Los campos bananeros del Valle de Sula y los bajos de El Progreso resultaron seriamente dañados, con cultivos inundados, tierra erosionada y caminos de acceso destruidos, evidenciando la vulnerabilidad del modelo productivo concentrado en zonas de riesgo.
Para diciembre de 2020, aún permanecían albergadas más de 94,000 personas en más de 800 refugios en 16 departamentos, demostrando que la gestión de múltiples crisis simultáneas requiere recursos, coordinación y capacidades que el país debe fortalecer.
Valle vulnerable: amenaza latente
La conmemoración de Eta e Iota no solo es ejercicio de memoria sino recordatorio de que la vulnerabilidad estructural del Valle de Sula permanece como amenaza latente ante futuros fenómenos meteorológicos.
La fusión de los ríos Ulúa y Chamelecón demostró que la naturaleza no respeta los límites del desarrollo humano cuando este se establece sin considerar los riesgos geográficos inherentes a una región que concentra gran parte de la actividad económica nacional.
Cinco años después, Honduras enfrenta el desafío de fortalecer su resiliencia ante crisis múltiples, aprendiendo de la tragedia que convirtió el valle más productivo en un recordatorio permanente de vulnerabilidad nacional.









