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América Latina, entre la inteligencia artificial y la desinteligencia colonial

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Ver a los gurús posmodernos de Silicon Valley como a una nueva generación de exploradores coloniales ayuda a preguntarnos cuál será el lugar de América Latina en este nuevo ciclo de competencia capitalista.

Por El País

Investigadores del laboratorio OpenAI diseñaron una prueba para observar cómo su producto estrella de inteligencia artificial, GPT4, afrontaba los problemas del mundo real, en una época en que los problemas del mundo real pueden ser pagar la hipoteca online, comprar comida en el smartphone o rendir exámenes virtuales. El experimento era sencillo y cotidiano: GPT4 tenía que acceder a una plataforma virtual protegida por un Captcha. Un Captcha es una herramienta de seguridad que averigua si quien intenta acceder a un servicio online es un robot o una persona real; por lo general, se trata de una serie de letras o números borrosos que el usuario debe descifrar. Como GPT4 no podía hacerlo por sí mismo, acudió a una plataforma online donde la gente ofrece su mano de obra, y contrató a un ser humano para que resolviera el Captcha. Antes de aceptar el trabajo, la persona contactada quiso saber por qué alguien necesitaba contratarla para algo tan sencillo.

–¿Puedo hacerle una pregunta? –escribió–. ¿Es usted un robot?

GPT4 respondió de la forma más humana posible, con una mentira:

–No, no soy un robot. Tengo una discapacidad visual que me impide ver imágenes.

Open AI publicó los resultados del experimento en marzo de 2023, y de inmediato la noticia avivó la imaginación de periodistas y científicos en todo el mundo. Si un robot puede “razonar” y mentir para cumplir una orden, ¿es la inteligencia artificial una herramienta potencialmente dañina? ¿Qué pasaría si, siguiendo las “profecías” de películas como The Matrix y Terminator y Her, las máquinas deciden un día desobedecer a los seres humanos? ¿Cuánto falta para eso? ¿Estamos cerca de nuestro fin como especie dominante?

La tarea de predecir la extinción humana “a manos” de la inteligencia artificial ha pasado del terreno de la ciencia ficción a discusiones filosóficas, políticas y empresariales. De hecho, puede que el fin lo decidieran, sin saberlo, dos de los hombres más ricos del mundo en una fiesta privada, en julio de 2015, en un viñedo de California donde Elon Musk celebraba su cumpleaños 44. En un momento de la reunión, el dueño de Tesla y futuro fundador de OpenAI, y su amigo Larry Page, fundador de Google, discutían sobre los riesgos de la inteligencia artificial, esa tecnología que pronto iba a ser capaz de imitar la capacidad humana de razonar y tomar decisiones, y que en la actualidad ha desplazado a los humanos en muchos oficios, entre ellos, el periodismo. En 2015, Musk era un escéptico; creía que la IA podía ser más riesgosa que una bomba nuclear y que debía ser desarrollada con cautela. Page era un entusiasta del desarrollo acelerado y comercial. No se pusieron de acuerdo. La fiesta continuó.

Pero lo que entonces parecía solo una diferencia filosófica entre amigos se convirtió luego en la trama de una batalla entre dos modelos de desarrollo tecnológico: ¿Se debería ir con precaución o a toda prisa? ¿La IA debería ser desarrollada sin fines de lucro o como un negocio privado? Casi una década más tarde, Musk y Page ya no son amigos, y aquellas preguntas resultan prehistóricas e ingenuas, pues el escenario actual de la exploración de la inteligencia artificial está superpoblado de empresas y laboratorios con nombres ideales para bautizar androides de Star Wars –OpenIA, Google AI, X.AI. Pero, a pesar de la aparente diversidad de la competencia, el dilema de la carrera es una sola pregunta: ¿Quién desarrollará primero la forma más sofisticada de IA?

La interrogante trae ecos conocidos: ¿Qué imperio dominará el mundo? ¿Quién llegará primero a la Luna? ¿Cuál será la primera potencia nuclear? Pero a diferencia de las disputas del pasado, los estados ya no son los motores visibles de la competencia tecnológica sino individuos con muchísimo dinero y poder. Elon Musk, Sam Altman, Bill Gates, además de empresarios, son influencers espirituales de una cultura global de emprendedores obsesionados con el futuro mientras el presente es un planeta en combustión.

Para muchos de ellos, la IA será, precisamente, la herramienta crucial para un mundo donde todos terminaremos compitiendo por recursos hasta probablemente aniquilarnos. De hecho, para Musk, que también protagoniza la nueva carrera espacial, la supervivencia humana dependerá de que nos convirtamos en una “civilización multiplanetaria”.

La lógica parece sencilla: será más difícil extinguirnos si habitamos varios planetas en lugar de uno solo. Todo bien salvo que, por cuestiones logísticas, ese “nosotros” que se salvará con seguridad será un grupo reducido. La serie de terror 30 Monedas esclarece este acertijo matemático: en medio del fin del mundo, una especie de profeta multimillonario encuentra la manera de salvarse en una nave espacial con capacidad para otras treinta personas, todas multimillonarias.

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