18 C
Tegucigalpa
InicioOpiniónCambios en el mapa

Cambios en el mapa

Por: Carlos Pagni | El País

La política cambia el significado de los mapas. Impulsada por los vientos del mundo, la periferia puede convertirse en centro. Y viceversa. Áreas secundarias adquieren un nuevo valor. Una mutación de este estilo se está verificando en el extremo sur del continente americano. Un episodio llamó la atención el jueves pasado, cuando el presidente argentino, Javier Milei, viajó a Ushuaia, la ciudad más austral del mundo, para reunirse con la jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, Laura Richardson, y anunciar la creación de una base naval integrada en esa localidad.

Para calibrar la dimensión de ese anuncio hay que ampliar al foco y observar la escena global. Un fenómeno en expansión es que el endurecimiento del discurso norteamericano respecto de China se va modulando cada vez más con argumentos militares. Poco antes de viajar a la Argentina, el 14 de marzo, la generala Richardson realizó un informe ante el Comité de Servicios Armados del Senado de su país. Uno de los ejes de su presentación fue la necesidad de neutralizar la influencia china y rusa en América Latina.

Respecto de China, Richardson dijo lo siguiente: “La República Popular China comprende la importancia de la economía y el papel entrelazado del Ejército Popular de Liberación en la consecución de su sueño chino: la recuperación del papel central de China en los asuntos mundiales. En América Latina y el Caribe, el Comando Sur reconoce la oportunidad de colaborar con nuestros socios, desarrollar su capacidad y aumentar su resiliencia ante los desafíos y amenazas generalizados que enfrentan. Por el contrario, la República Popular China está explotando un entorno de seguridad frágil y aprovechando la necesidad de inversión económica de la región para ganar influencia y avanzar en su maligna agenda. La República Popular China sabe que el poder económico es un prerrequisito para el poder militar global y es imperativo que veamos las actividades económicas de la República Popular China, particularmente en las Américas, como conectadas con sus deseos políticos y militares globales”.

Este mensaje, en el que el adjetivo “maligno” para calificar a los chinos se repite todo el tiempo, podría formularse de manera más cruda. Los Estados Unidos están previendo, en un horizonte muy hipotético, brumoso, un conflicto militar con China, y esa presunción remodela el mapa del mundo. Podría advertirse con mayor claridad esa mutación observando el papel que ha cumplido a lo largo de los años del Canal de Panamá. Después de su expansión, en 2016, ese canal registró 14.000 cruces de naves por año, lo que significa el 6% del comercio global. Los primeros usuarios de ese pasaje son los Estados Unidos. Y el 13% del tráfico se dirige a China.

¿Qué sucedería si se produce una confrontación militar entre los Estados Unidos y China? Lo más probable es que el Canal se cerrara para obstruir el flujo de alimentos y energía hacia los puertos chinos. Ese escenario volvería estratégico el tráfico naval por el extremo sur. Esa es la razón por la cual los norteamericanos han buscado con insistencia, primero, que los chinos no construyeran allí una base logística de aprovisionamiento y reparación de buques; y, segundo, lo que se acaba de anunciar: establecerla ellos, aprovechando la disponibilidad que les ofrece el Gobierno de Milei, que se declara un aliado incondicional de Washington.

El Atlántico Sur parece estar destinado a tener una trascendencia desconocida en el juego global. Cambiaría también el rol de la Argentina. Hasta ahora el dato geopolítico central en esa zona era la presencia en las Islas Malvinas de una potencia de la OTAN, el Reino Unido, asociado a su aliado histórico Chile. Una combinación entre los Estados Unidos y la Argentina altera el peso relativo de esos actores. Milei fue explícito en su discurso ante Richardson: el retroceso argentino en el área fue una oportunidad perdida, que los chilenos aprovecharon al extender el único nexo logístico entre el continente americano y la Antártida. Esa proyección sobre el polo sur es otro de los argumentos en defensa de la construcción de esa base naval.

Milei no justificó esta asociación con los Estados Unidos con argumentos pragmáticos. Para él se trata de un mandato ideológico. El jueves a la noche, en esa ciudad lejanísima, explicó que los Estados Unidos y la Argentina habían tenido una misma matriz en las ideas del liberalismo político y el capitalismo económico. Lamentó que su país se haya apartado de ellas por 100 años. Pero aseguró que ahora retomará ese hilo histórico, uniéndose a quienes defienden los valores de Occidente y en contra de quienes pretenden avasallar “nuestra libertad”.

Si se ponen estas palabras, en las que vuelve un eco de la Guerra Fría, en conexión con algunos hechos, se verá cómo la política de Milei, además de pro-estadounidense, es anti-china. El primer gesto que lo demostró fue el rechazo explícito a sumarse a los BRICS, un club de países liderado por Xi Jinping. Allí, después de la derrota peronista, descartaron la incorporación argentina y esperaron que sus representantes dejarían de asistir a las reuniones. Por eso se sorprendieron cuando, desde Buenos Aires, la Cancillería hizo explícito el rechazo. Esa animosidad tuvo un blanco mucho más cercano que China: el Brasil de Lula da Silva, que es socio fundador de esa liga.

Otro motivo de tensión del Gobierno de Milei con China tiene que ver con la operación de una base de ese país en la provincia de Neuquén, en la Patagonia, sobre la Cordillera de los Andes. En su discurso ante el Senado, Richardson habló de ese establecimiento como parte del dispositivo militar de los chinos en la región. La afirmación desmiente la posición oficial de Pekín: se trata de una base científica, de observación del denominado “espacio profundo”. Es decir, sin capacidad para monitorear las órbitas en que se desplazan los satélites, muchos de ellos de empleo militar. Richardson insinuó ante los senadores de su país preocupaciones que para el aparato militar al que ella pertenece son más angustiantes: el temor a ataques sistemáticos de misiles que tengan como blanco los satélites norteamericanos. El Ministerio de Defensa argentino no esperó a que Richardson regrese a su país y dispuso una inspección, que designó con el eufemismo de “visita”, sobre las instalaciones de Neuquén. Aclaró que no sería inminente.

El mismo ministerio realizó otro gesto de distanciamiento: prefirió comprar una pequeña flota de aviones de combate F-16 norteamericanos, que vende Dinamarca, a cambio de adquirir aparatos equivalentes, vendidos por los chinos a través de Pakistán. Condicionar esta operación fue una de las prioridades más relevantes de la diplomacia de Estados Unidos en Buenos Aires durante los últimos años.

¿Cuál será la reacción china frente a estos movimientos tan poco amigables? Es un misterio. Por ahora el único inconveniente tangible en la relación bilateral con la Argentina se originó antes de la llegada de Milei. Es la suspensión de dos gigantescas centrales hidroeléctricas proyectadas en la provincia de Santa Cruz. Los trabajos en una de ellas no superaron el 40%. Y en la otra apenas alcanzaron el 20%. La parálisis se debe, al parecer, a controversias ambientales. Pero también hubo un conflicto con el socio local que había impuesto el gobierno argentino durante la presidencia de Cristina Kirchner, la empresa Electroingeniería, muy ligada al poder. Lo cierto es que la inversión de China en ese proyecto está suspendida. Y ya hay una legión de trabajadores despedidos.

Hay un frente en el que los chinos poseen un gran potencial de daño: el intercambio de monedas entre el Banco Central argentino y su equivalente, el Banco Popular de China. Las reservas de esa institución sonescasísimas y entrarían en colapso si desde Pekín llegara la orden de suspender ese préstamo, que alcanza a 18.000 millones de dólares de los cuales 4.000 son de libre disponibilidad. Tal vez esta incógnita se despeje en pocas semanas, cuando la canciller Diana Mondino viaje a Pekín encabezando una misión comercial.

Las novedades geopolíticas, de carácter militar, en el extremo sur, son una consecuencia del cambio político que se registró en la Argentina con las últimas elecciones presidenciales. Ese giro copernicano fue desde un kirchnerismo de tono bolivariano, a un liberalismo conservador, más alineado con los Estados Unidos que el de Mauricio Macri y aun el de Carlos Menem, en los años noventa. En esa drástica vuelta de campana estaba inscripto ya el nuevo encolumnamiento con Washington. Se verifica en este caso la afirmación del sagaz sociólogo Juan Eugenio Corradi, para quien la polarización de la política doméstica siempre es aprovechada por las grandes potencias para obtener el alineamiento de países de menor escala en el ajedrez global.

Las opiniones expresadas de los “columnistas” en los artículos de opinión, son de responsabilidad exclusiva de sus autores y no necesariamente reflejan la línea editorial de Diario El Mundo.

spot_imgspot_img

Nacionales

Noticias relacionadas

Dejar respuesta

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí