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Carlos Alcaraz: “No tengo miedo a decir que soy ambicioso”

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El murciano, citado con Kecmanovic en los octavos de Melbourne, dice que su objetivo es atrapar los récords de Djokovic y que no puede gustar a todo el mundo.

Por El País

Dice mucho la sonrisa y esa broma del agente Albert Molina. De rictus serio, tendiendo siempre a la neutralidad, emplaza a la consulta con el médico Juanjo López, quien ríe al compás. “Para cualquier otra cosa que necesitéis, le preguntáis al doctor, ¿eh?”. Instantes antes, el doctor en cuestión aguardaba junto a un pequeño grupo de reporteros españoles a que Carlos Alcaraz terminase de atender en un pequeño estudio a un par de televisiones. Cerrado ese compromiso, el tenista (6-1, 6-1 y 1-0 al chino Juncheng Shang) se aproxima y señala el doble estampado de Michael Jordan que luce en el pecho: “¡Camisetón, camisetón! ¿Mola, eh?”. La prenda, generosa de dimensiones, cae hasta la mitad de los muslos y le confiere al deportista un aspecto de cantante de trap.

Habla Alcaraz una vez logrado el pase a los octavos del Open de Australia y la visera combada y baja de la gorra apenas deja que se vean sus ojos. “Ya estamos readys (preparados)”, dice en el transcurso de esos cinco minutos de conversación, en los que analiza y aprueba: básicamente, está donde quería y cómo quería, felizmente adentrado en la segunda semana del grande australiano. Esta primera vez cierra el círculo y completa el póquer que empezó a coger forma en Roland Garros, Wimbledon y el US Open. A sus 20 años, ya es una constante verle en las estaciones finales de los grandes torneos. Lo contrario sería una mayúscula sorpresa. El murciano, siempre dispuesto, contesta uno a uno y ante el planteamiento de EL PAÍS, recalca su ambición.

Se le recuerda lo dicho estos días por Novak Djokovic, quien contó que cuando empezaba a hacerse notar y a incomodar a la nobleza del circuito, allá por 2007, al resto de los contendientes —en concreto, “los top”, o sea, Rafael Nadal y Roger Federer— no les terminaba de hacer mucha gracia que expresase abiertamente su ambición y el deseo de convertirse en el mejor de los mejores. Una línea muy similar a la que desprende hoy su discurso, solo que ahora es él quien tiene delante a Nole, mientras que el suizo ya disfruta del retiro y el mallorquín pelea por una despedida sobre la pista. Pertenece Alcaraz a la estirpe de esos campeones que hablan claro. Dice que la situación es diferente y que sus palabras no tienen por qué molestar.

“No, yo creo que no”, introduce. “No lo veo de esa manera. Al final, cada uno tiene que mirar por sí mismo. Yo no tengo miedo de expresar lo que quiero alcanzar y lo que quiero conseguir. Siempre he dicho que hay que soñar a lo grande”, enfatiza con el gesto; “no tengo miedo en decir abiertamente cuáles son mis sueños y mis objetivos. Puede que haya gente a la que le guste y otra a la que no, pero una de las cosas que he aprendido es que no puedo agradar a todo el mundo, y que diga lo que diga lo que diga o haga lo que haga, habrá gente a la que le guste más y otros a los que les guste menos. Nosotros somos de una manera, soy ambicioso y no tengo miedo de decir las cosas”.

Previamente, en la sala de conferencias, el número dos del mundo ha venido a decir que lo de Björn Borg está muy bien, que eso de arrebatarle un récord al mito sueco —siete presencias consecutivas en los octavos de un grande también, pero siendo más joven— es un buen punto de partida, pero que lo que de verdad le ocupa es superar algún día al mismísimo Djokovic, el hombre de los récords. Es decir, alcanzar el infinito. “Los que realmente quiero batir son los que está consiguiendo Novak, esos son los que me propongo para mi carrera. Este tipo de récords están muy bien, están genial, pero intentamos no darle importancia, sino seguir mejorando para ser mejor”.

Nunca se ha impuesto cortapisas el murciano, chico instintivo, directo, sin medianías. Se ve haciendo grandes cosas y lo verbaliza con naturalidad. Sin arrogancia, dice. El tiempo, matiza, lo pondrá todo en su sitio. Y a él, exigido por su propio listón, también. “No soy prepotente, simplemente confío en mí mismo”, respondía en un encuentro con este periódico en Londres, al día siguiente de conquistar Wimbledon y de recuperar el número uno. “El objetivo a muy largo plazo es que me consideren uno de los mejores de la historia. Siempre lo he dicho, puede que ese objetivo sea muy grande, demasiado ambicioso o que crean que soy un prepotente, pero al final en esta vida hay que pensar y soñar a lo grande, y hay que ir a por ello. Tengo muy claro lo que quiero conseguir en un futuro”.

Tres años antes, cuando tenía solo 17 y aún diseñaba el asalto a la élite, tampoco camuflaba su aspiración. Se expresaba en la academia de Villena, Alicante. “Si trabajo duro, creo que puedo llegar a lo más alto. Mi sueño es ser el número uno del mundo y para eso entreno todos los días con la máxima intensidad posible”, explicaba a este periódico mientras su preparador, el valenciano Juan Carlos Ferrero, indicaba: “Hacía mucho tiempo que no veía a alguien así. Espero no equivocarme, pero creo que va a estar ahí arriba pronto. Y a diez años vista me gustaría verlo como número uno y con grandes en su currículo”. El técnico imaginaba una ascensión rápida, y precisaba: “Pero para ello, debe ponerle dedicación y fanatismo”.

Estilete de esta última generación (la centennial) de deportistas que irrumpen sin temores ni demasiados pelos en la lengua, muy echados para adelante, Alcaraz recupera el tono de aquel Djokovic primigenio que se coló en el relato a dos entre Nadal y Federer, y también del Nole actual, un devorador que transmite sin ambages el deseo de lograr todas las plusmarcas que estén a su alcance, sin excepción. Mientras que Federer siempre dejó que hablasen los hechos y su magia, siempre en la línea de la corrección y la mesura, y Nadal haya admitido que el objetivo último es ganar, pero con una ambición “sana” y desde una perspectiva que le impidiera caer en la frustración, el serbio incide en pronunciar a los cuatro vientos su propósito de no parar hasta que la historia lo reconozca indiscutiblemente como el más laureado de todos los tiempos.

“Sigo jugando al tenis porque quiero ser el mejor, y nunca he tenido miedo en decirlo. Yo tenía confianza y sentía que tenía el juego para ello. Nunca le falté el respeto a nadie”, afirma el de Belgrado, al frente de la gran carrera histórica con cuatro majors, dos más que Nadal (22) y cuatro que Federer (20); “siempre saludé al principio y al final de los partidos y reconocí al rival. Sé que a Federer no le gustaba la manera en la que yo me comportaba, no le sentaba bien; no sé a los otros. Imagino que no era su favorito”. Y ya lo advertía Borg en 2007, a modo de visionario: “Djokovic está al nivel de Federer y Nadal. Es muy joven, pero ya está ahí. Puede vencer a cualquiera. Es muy bueno para el tenis que la rivalidad sea de tres, y no de dos”.

De momento, Alcaraz busca adversario generacional, aunque Jannik Sinner (22 años) y Holger Rune (20) parecen postularse, a la espera de que puedan sumarse más actores a la escena. En todo caso, el tono prudente del italiano contrasta con el perfil guerrillero del danés y con el apetito sin disimulos del español, que se reafirma ahora en Melbourne, donde se medirá el lunes con el serbio Miomir Kecmanovic (24 años y 60º del mundo). “Obviamente, quitarle un récord a una leyenda como Björn Borg [11 grandes en el expediente, cinco Wimbledons seguidos y retirado por voluntad propia a los 26 años] siempre se agradece, siempre es muy bueno”, valora; “pero, si le das demasiada importancia, a lo mejor puede jugar en tu contra. Así que nosotros intentamos olvidar este tipo de cosas”.

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