Por: El País
Como resultado de la negociación bilateral de ayer en Yeda (Arabia Saudí), Ucrania y Estados Unidos han restaurado una relación profundamente deteriorada tras la encerrona del 28 de febrero en el Despacho Oval, en la que Volodímir Zelenski fue humillado por Donald Trump y expulsado de la Casa Blanca en vez de firmar el contrato sobre tierras raras que iba a marcar el inicio de las negociaciones de paz con Rusia. El comunicado conjunto de ambas delegaciones —en el que se recoge la propuesta de un alto el fuego originalmente planteado por Kiev aunque ahora asumido por Washington como propio— es la muestra más patente del nuevo clima, a pesar de que queda pendiente su aprobación por Moscú.
El levantamiento del bloqueo a la ayuda y a la inteligencia militares al que Trump ha sometido a Ucrania esta semana tiene efectos inmediatos, pero está por ver si Trump está dispuesto a forzar a Putin con declaraciones, sanciones y amenazas concretas como ha hecho hasta ahora con Zelenski o se limita a realizar labores de correo equidistante entre ambos países en guerra. El ejército ucraniano ha combatido a ciegas en los últimos días —con el consiguiente incremento de víctimas— como resultado de la actitud vengativa de Trump y de su falsa neutralidad.
Solo en apariencia Washington ha actuado hasta ahora como un mediador entre Moscú y Kiev. El esquema negociador está descaradamente inclinado en favor de Rusia. Empezó con las conversaciones telefónicas entre Trump y Putin y siguió con el deshielo formal de las relaciones escenificada en la cumbre de Riad, que reunió al secretario de Estado, Marco Rubio, y al consejero de Seguridad Mike Waltz con el ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, sin participación del Gobierno de Ucrania. Trump ha debilitado la posición ucrania aceptando todas las condiciones de Rusia sin exigir nada a cambio, ha atacado y humillado públicamente a Zelenski y le ha exigido como condición la firma de una concesión para la explotación de minerales, que es lo más semejante a una extorsión con la que un tercero no beligerante demanda compensaciones de guerra al país agredido y deja impune al agresor.
La delegación ucraniana llegó el lunes a Yeda en las peores condiciones, bajo presión máxima y extremando el cuidado en sus declaraciones para no despertar la reacción airada de Trump, una actitud que persistirá después de la reunión mientras quede alguna posibilidad de entendimiento con la Casa Blanca. El alto el fuego que proponía Ucrania era de 30 días sin ataques aéreos ni marítimos, pero no por tierra, tal como se ha aprobado, donde es imposible comprobar su cumplimiento. También iba acompañado de un intercambio de prisioneros. Ese es el tiempo que se utilizaría para negociar el marco definitivo para la futura paz.
El valor del acuerdo de ayer deberá pasar por la prueba de los hechos sobre el terreno y, sobre todo, de la actitud de la Casa Blanca hacia el Kremlin. Serán decisivos los estímulos que Trump pueda ofrecer a Putin para que acepte. Hasta ahora su actitud ha sido apaciguadora y cómplice. Si quiere levantar prematuramente las sanciones a Rusia, Europa debe mantenerse firme al lado de Ucrania. Ante el maximalismo del presidente ruso, hasta ahora apoyado por el estadounidense, corresponde exigir un alto el fuego con las máximas y más robustas garantías de cumplimiento, que nada tienen que ver con las tierras raras, como sigue pretendiendo Donald Trump, sino con la disuasión para que Putin no lo rompa.
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