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El protagonismo de Stormy Daniels en el juicio contra Trump

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El testimonio de la mujer acapara todos los focos en la tercera semana del proceso, a la espera de la declaración del abogado Michael Cohen, que gestionó la entrega del dinero.

Por El País

La declaración de Stormy Daniels, la actriz y guionista de cine para adultos que en 2016 recibió 130.000 dólares a cambio de no contar una aventura con Donald Trump, ha sido esta semana la cumbre dramática del primer juicio penal, de los cuatro que afronta, contra el expresidente de EE UU; el primero también en la historia del país con un exmandatario sentado en el banquillo. Aunque no se juzga la vida privada del candidato republicano, sólo el registro irregular del pago, la expectación generada por la presencia de Daniels, sentada a dos palmos de Trump, ha puesto el foco en los detalles más morbosos de la historia.

Pero nada más lejos de la realidad, aunque el juez Juan Merchan pidiera a la mujer que omitiese los pormenores porque no había necesidad de tanta explicitud. Por salaces que fueran —la corpulencia de él; el hecho de que no utilizara preservativo y el mareo y la confusión de ella al salir de la habitación—, los comentarios de Daniels proyectan en retrospectiva la figura omnímoda del que aspira a ser reelegido presidente en noviembre: el seguro triunfador —su insulto favorito es loser, perdedor— que hoy se ve humillado en el banquillo por 34 cargos penales y una orden de silencio, además de opacado por el protagonismo absoluto de Daniels.

Las imágenes de Trump se han sucedido estas tres semanas como en un caleidoscopio: el magnate que era en 2006, cuando se produjo ese encuentro en un hotel de Nevada, que él siempre ha negado; el candidato presidencial que en 2016, en la recta final de la campaña, decidió acallar a la mujer para que el escándalo no perjudicase sus opciones en las urnas, o, finalmente, el presidente que desde la Casa Blanca expidió a lo largo de 2017 los cheques —de su cuenta personal— para devolver a su abogado y hombre de confianza, Michael Cohen, el dinero que este había adelantado a Daniels, más intereses y un bono: 420.000 dólares en total, registrados por la Organización Trump como “gastos legales”. Esa irregularidad contable es el meollo de los 34 cargos contra Trump, no la infidelidad a su esposa, Melania. Cohen, que luego se volvió contra su jefe y fue condenado a tres años de cárcel en 2018 por financiación ilícita de la campaña a consecuencia del soborno, podría declarar este lunes. El caso Stormy Daniels es una derivada del suyo.

“Si esta historia no fuera cierta, la habría escrito mucho mejor”, contestó la testigo el jueves a los abogados de Trump al preguntarle si su relato del encuentro sexual era una de esas “historias de ficción” que urdía como guionista de cine para adultos. Pero cuesta creer que exista un relato mejor, más trabado: el que protagoniza un magnate “pomposo” y “arrogante” —en palabras de la propia Daniels— que gracias a su popularidad como estrella de la telerrealidad, con su programa El aprendiz y su furibundo lema: “¡Estás despedido!”, dio el salto a la política y a la Casa Blanca. La fama del empresario de éxito que engatusó a Daniels pese a la diferencia de edad: 60 años él, 27 ella. Y la corpulencia física, además del poder, del hombre a la hora de conseguir sus propósitos. Una suma de elementos propios de un telefilme de serie b, hoy en horario de máxima audiencia.

La metamorfosis de Trump

La ofensiva judicial contra Trump, de la que el juicio de Manhattan es solo el prólogo, permite contemplar también la metamorfosis del personaje: el desarrollo de la aventura política del magnate (caso Stormy Daniels), el presidente en funciones capaz incluso de instigar una insurrección, el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021, para revertir el resultado de las elecciones de 2020 (los casos de Washington y Georgia), y el ejemplo de mal perdedor que se marcha de la Casa Blanca con montañas de documentos clasificados, para evitar el normal traspaso de funciones a la Administración entrante (los papeles de Mar-a-Lago).

El nombre artístico de Stephanie Clifford, que así se llama en la vida real la actriz y guionista de cine porno, reconvertida en cazafantasmas en programas de televisión paranormales, ha sido esta semana el recurso más utilizado por los medios locales para describir gráficamente lo que sucedía en el juicio: con escasa imaginación, todos los titulares han sido en mayor o menor medida tormentosos (en inglés, stormy). Igual que lo fue la feroz arremetida de la defensa, que no hizo temblar ni un ápice a la mujer en las casi ocho horas de declaración, repartida en dos días, por más que los abogados del republicano insistieran en que se ha inventado la historia para sacar dinero.

El juez Merchan apercibió esta semana a la defensa sobre la mímica excesiva, los resoplidos y los comentarios audibles, potencialmente intimidantes, que Trump profería durante la declaración de Daniels. No contento con haberle declarado en desacato en dos ocasiones durante el proceso —y condenado a pagar 10.000 dólares, mil por cada violación de la orden de silencio—, el juez le amenazó también con la cárcel si sigue criticando a testigos y jueces. En previsión de tal eventualidad, la infame cárcel de Rikers Island, el Guantánamo de Nueva York, está tomando todas las medidas necesarias para garantizar su ingreso en una celda individual. El hecho de que carezca de antecedentes podría dejarle en libertad condicional si fuera declarado culpable, con una pena de hasta cuatro años de cárcel. Una sentencia no le impediría volver a ser presidente, pero al tratarse de un caso estatal, no podría indultarse a sí mismo si es condenado. Él ha negado en repetidas ocasiones haber cometido delito alguno.

Aparte de la visión panorámica que el juicio de Nueva York ofrece sobre Trump, la estrategia de su defensa va un paso por delante y está consiguiendo apuntarse importantes tantos, como el aplazamiento indefinido del juicio por los documentos clasificados de Mar-a-Lago. Una hipotética victoria del republicano en noviembre podría neutralizar los tres casos pendientes. Y en el único que se juzgará antes de los comicios, el de Manhattan, Trump ha hecho de la adversidad virtud: con sus mítines improvisados —a menudo de más de cinco o siete minutos— ante los periodistas cuando entra y sale del tribunal, puede seguir haciendo campaña, aunque sea en un pasillo, y repetir que es víctima de una persecución política por parte de sus rivales demócratas para perjudicarle en la carrera a la Casa Blanca.

Entre los testigos que han pasado por el estrado, el testimonio de David Pecker, ex director general de la empresa que publica el tabloide National Enquirer, fue el más jugoso, al desvelar la existencia de una trama, urdida con Trump y Cohen, para comprar a golpe de talonario historias desfavorables para el republicano y meterlas en un cajón. Las comunicaciones de Pecker y Trump son clave para entender el motivo y la intención del expresidente en el pago a Daniels y a otra modelo, Karen McDougal, que para los fiscales constituye un esquema criminal destinado a mantener a los votantes en la ignorancia sobre el candidato. Según estos, Trump delinquió para influir en las elecciones de 2016 que terminó, contra todo pronóstico, ganando. Enterados ahora, con pelos y señales, de cómo se las gasta el candidato republicano, los votantes lo pueden tener incluso más fácil.

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