Unos meses antes de comenzar la década de los 90 a Demi Moore le llegó el guion para protagonizar una película. Lo leyó, lo terminó pero no supo bien qué pensar. “Es una historia de amor, hay un tipo –un tipo muerto– tratando de salvar a su mujer, hay comedia, hay suspenso, aunque en realidad es una historia de amor. Es la receta justa para un desastre o para algo especial y sorprendente”. Pese a las dudas aceptó. El mismo guion también le llegó a su esposo, Bruce Willis. Luego de leerlo prefirió rechazar el protagónico porque “este tipo de historias sobrenaturales e interpretar a un fantasma no es lo mío”. Demi jamás se arrepentiría de su sí, Bruce siempre se arrepentiría de su no. La historia era: Ghost, la sombra del amor.
Por Infobae
Ghost cuenta la historia de Molly, una escultora de cerámica enamorada y casada con Sam, un banquero que tiene un “problemita”. Cada vez que ella le dice “Te quiero”, él le contesta “ídem”. La pareja se ama, pero a Sam lo matan de un disparo. Y acá viene el giro interesante, Sam no se convierte en un zombie ni en un recuerdo sino en un fantasma que debe advertirle a Molly que no lo asesinaron en un robo sino por una traición y ahora ella está en peligro. Si Sam de humano tenía problemas para comunicarse, imagine el lector que como fantasma la cosa empeora; ya sabemos que a los fantasmas se les teme pero no se los ve y mucho menos se los escucha. Así que recurre a Oda Mae Brown, una simpática estafadora que resulta clarividente.
La idea para el guion de Ghost se le ocurrió al escritor Bruce Rubin después de leer la escena de Hamlet, cuando se le aparece su padre en forma de fantasma y le pide que vengue su muerte. “¿Qué pasaría si apareciera un fantasma en pleno siglo XX y pidiera lo mismo?”, se preguntó. La respuesta fue Ghost. Durante cinco años anduvo mostrando su idea hasta que Paramount aceptó el proyecto, le asignó un presupuesto relativamente modesto -22 millones de dólares- y decidió que Jerry Zucker lo dirigiría. Para el protagónico, el autor pensó que Patrick Swayze sería ideal. Era la combinación perfecta entre sensatez y sentimientos o entre interior y envase.
Zucker no lo quería de protagonista. Prefería a Michael J. Fox, Bruce Willis o Harrison Ford. Los tres rechazaron el papel. “He leído el guion tres veces y todavía no lo entiendo”, fue la sincera respuesta de Ford. “Vamos Harry, que tampoco es física cuántica,” habrá pensado alguno. Rubin insistía con Swayze pero Zucker ni siquiera aceptaba tomarle una prueba. Janet Hirshenson, la directora de casting, más la representante del actor y la secretaria del director se confabularon para hacerle un hueco en la agenda del director. Zucker se enfureció, pero después de verlo interpretar la escena final del filme se convenció de su talento. “Hacer Ghost era una necesidad para mi alma. Venía de hacer El duro y La venganza y no quería ser considerado solo un actor de acción”, contaría Swayze sobre por qué peleó por el papel.
Para el rol de Oda Mae se barajaban los nombres de Oprah Winfrey y Tina Turner. Fue Swayze quien, una vez fichado, dijo que no haría la película si Whoopi Goldberg no era la elegida. Whoopi nunca olvidó su gesto. Siempre aseguró que le debía al actor no solo el papel en Ghost, además le brindó la oportunidad de ser la primera intérprete negra en 50 años en ganar un Oscar. No volvió a ser nominada por sus actuaciones, pero estuvo al frente de las ceremonias durante varios años.
Zucker y Rubin en lo que sí coincidían era que Tony Goldwyn, con su cara de bueno, no servía para hacer de malo. Goldwyn los convenció de que por eso era perfecto. Cumplió tan bien su rol que durante años soportó que desconocidos lo maltrataran confundiendo su persona con el personaje. Un dato curioso: sus participaciones en cine fueron escasas, pero es la voz de Tarzán, la película animada de 1999.
En la idea original de Rubin, Molly no era ceramista sino una escultora que tallaba sus piezas en bloques de granito. El director pensó que quizá resultaba demasiado ruda. Mientras presenciaba el rodaje de Agárralo como puedas, observó a uno de los técnicos leer una revista de alfarería y se dijo: “Eso es”. Logró convencer a Rubin, además, como relata el diario El País, la esposa del guionista, también era aficionada a la cerámica y en su casa tenía un torno. “Cuando las visitas ven el estudio me guiñan el ojo y me dicen: ‘Ya sabemos qué es lo que haces por las noches’”, narró al Chicago Tribune. Demi también aportó su granito de arena o de arcilla y tomó clases para que la escena fuera lo más realista posible.
La profesión de ceramista inspiró una de las escenas más recordadas del cine. Resulta que Molly no logra dormir de tanto que extraña a Sam. Como es ceramista y no pastora, en vez de contar ovejas se pone a crear un jarrón. En un torno colocado entre sus piernas, con sus manos comienza a moldear la arcilla. El espectro del marido la abraza y la besa como un vivo y no como un muerto, y con una melodía tan cachonda como “Unchained Melody”, el resultado es una escena que termina con cualquier voto de castidad o abstinencia.
Lo increíble es que esta escena de indudable sensualidad fue improvisada por los protagonistas. “Demi y yo jugamos el uno con el otro y la inventamos sobre la marcha. Fue muy sexy jugar con toda esa arcilla, así que lo único que hicimos fue dejarnos llevar, liberar nuestra imaginación, y cuando nos tocamos los brazos saltaron chispas. Las mejores escenas de amor no necesitan lo que yo llamo el revolcón; de hecho, eso suele llevarse toda la tensión. No quieres ver a los personajes rompiéndose los huesos. Quieres ver cómo se miran fijamente a los ojos, en un momento íntimo y personal que transmita deseo. Eso es lo que yo considero que es sexy”, explicó Swayze en sus memorias Time Of My Life. El actor aseguraba que de todas las escenas que grabó en todos los trabajos que realizó esa era su favorita porque lo que mostraba no era erotismo sino “una verdadera conexión entre dos seres humanos”.
Aunque eran profesionales, antes de grabar, Moore aseguró que ambos se sentían como “dos estudiantes de instituto en una primera cita”. Swayze incluso ensayó en casa con su mujer, Lisa Niemi, y todos recuerdan que “se ruborizaba” de solo contar cómo sería. “De todas las escenas que filmé, las de amor son en las que menos seguro me sentí. Siempre las viví con una presión extra, teniendo en cuenta que las revistas me llamaban Mr. Sexy”, declaraba el rubio.
Desde el punto de vista técnico, tampoco fue sencillo. Las salpicaduras de la arcilla volaban para todos lados, ensuciaban la escena -literal- y se necesitaron decenas de tomas antes de lograr la edición final. El esfuerzo valió la pena porque el resultado fue espectacular. Hasta el día de hoy se considera la “escena de la cerámica” una de las más sexies no solo de la década del 90 sino de la historia del cine. Fue tan célebre que con el paso de los años también fue homenajeada y parodiada. Zucker la satirizó en La pistola desnuda 2 ½. Como coguionista decidió poner a Leslie Nielsen y a Priscilla Presley a besarse alrededor de un torno con “Unchained Melody” mientras se sumaban cada vez más manos y pies a la artesanía y obviamente volaba arcilla por todos lados. “Me divierte poder reírme de mis propias películas”, explicó.
La icónica imagen también fue recordada en la tira de animación Padre de familia. Pero hay más, Ashton Kutcher, que fue pareja de Demi Moore, protagonizó otra parodia de la escena en la comedia televisiva Two and a Half Men. Y un dato más según el director “la escena romántica de la cerámica impactó a mucha gente y consiguió que más personas se inscribieran en clases para aprender ese tipo de arte”. Hasta hoy, si uno se anota en ese curso no falta la pregunta/broma: “¿Querés imitar la película?”.
Lo interesante es que esos protagonistas que se sacaban chispas de pasión en pantalla, apenas se apagaban las cámaras volvían a lo suyo. No se llevaban mal, no se detestaban pero tampoco se hablaban. No hubo destratos, no existían problemas de ego, ni se escucharon chistes desubicados o se soportaron divismos, simplemente no existía “onda”. Eran actores, actuaban y punto.
Ghost se estrenó en el mes de julio de 1990 y recaudó más de 500 millones de dólares. Para algunos críticos solo era una “película para llorar”, tanto que en los cines mexicanos con la entrada regalaban pañuelos de papel. En la pantalla los espectadores se encontraban con mucho más. Efectos especiales que hoy parecen simples pero que en ese momento fueron de vanguardia. Pasos de comedia que no soslayan temas como el racismo, como cuando Oda Mae se pregunta: “¿Por qué me tiene que tocar un fantasma blanco?”. Escenas sensuales que se mezclaban con otras de suspenso o tenebrosas, como la de las sombras chirriantes que se llevan a las almas perdidas.
Quizá el mayor acierto de Ghost fue que logró relacionar una historia de amor con esa gran duda existencial que tenemos todos: qué pasa con los que amamos cuando se van. Los que alguna vez fuimos atravesados por la muerte de una persona a la que amamos sabemos que ese dolor puede ser tan indescriptible como infinito. La certeza de que no disfrutaremos nunca más de esa presencia, nos instala en un hueco del alma hasta ese momento para muchos, desconocido. Sentimos que queremos encerrarnos y extraviar la llave. La ausencia de esa presencia es tan lacerante que recurrimos a terapias, antidepresivos, dioses, médiums, religiones, compañías, soledades, palabras, silencios… o lo que sea que nos alivie un poco.
Y si alguien nos garantiza que puede comunicarnos con ese ser que partió, por más incrédulos o creyentes que seamos, allá iremos. Todas las certezas se nos vuelven preguntas y ante el “yo no creo en eso de la vida después de la muerte” -como dice la película-, necesitamos que alguien nos responda: “Dile que se equivoca. –Dice que te equivocas”.
Ghost cuenta una historia sobre la muerte pero logra que apreciemos la vida, nos intima para que salgamos a decirle a la persona que amamos “Te amo” y no solo “Ídem”. Porque aunque se lea cursi, el amor necesita ser expresado sin necesidad de médium y vivir sin amar, aunque duela, no conviene. Porque al fin de cuentas, de vida y de película, cuando nos toque el momento de partir, lo único que valdrá la pena es que, como Sam, podamos decir: “Es increíble. No sabes cuánto amor me llevo”.