Por: Juan Arias | El País
La fe religiosa fue incrustándose en la fe política justamente en el momento en que nacieron los partidos de la socialdemocracia y con ellos la modernidad con todas sus ramificaciones ideológicas y morales. Las líneas religiosas fueron pasando, desde la antigüedad, por diversos campos ideológicos, desde los hechiceros a las religiones monoteístas. Ya en la modernidad, la religión fue metamorfoseándose según las corrientes políticas. Del catolicismo de las guerras de religión, de la Inquisición, de los dogmas, pasó a la moderna y revolucionaria teología de la liberación que se alió enseguida con las corrientes sociales más revolucionarias.
Hoy todo parece haber cambiado de repente con el surgir de las iglesias evangélicas disidentes, nacidas a la derecha de los movimientos protestantes. Y esas nuevas iglesias se mueven hoy, y hasta empiezan a dominar la política en el ámbito de la derecha radical. Son en este momento el mayor peligro en el torbellino político social que mueve la política y hasta la economía mundial porque son millones y fáciles de ser cooptados políticamente por tratarse del mundo más castigado económicamente, de los más excluidos de los bienes de la sociedad, de los más pobres.
Y el fenómeno abraza no solo a Brasil sino a Estados Unidos y a no pocos países de Latinoamérica. Solo en Brasil los evangélicos superan los 30 millones. Y ese ejército se halla cada vez más cercano a una derecha radical bajo la creencia de que es ella quien les defenderá sus valores fundamentales, como el rechazo al aborto y a las nuevas doctrinas de la libertad de género, a la defensa de la familia tradicional.
Ello explica que cada vez más les resulte difícil a la nueva política de la modernidad, y más aún a las políticas abiertamente de izquierdas a conseguir dichos votos. Baste recordar que aquí en Brasil, el progresista Lula, que ya tuvo buenas relaciones con los evangélicos en sus dos primeros gobiernos, hoy, según los últimos sondeos de días atrás, es rechazado en ese sector evangélico por el 62%. Y en Estados Unidos, al democrático, Biden un 86% le rechaza.
En este momento, el rechazo de los evangélicos a Lula supone uno de los mayores escollos en la nueva y democrática era política después del descalabro oscurantista de Bolsonaro.
Como apuntan los analistas políticos de los diarios nacionales, Lula se encuentra desconcertado en su esfuerzo de acercarse a esos 30 millones de evangélicos que lo ven como enemigo de los valores tradicionales que ellos defienden y que se han agudizado con la llegada de la extrema derecha fascista. Como ha subrayado el diario O Globo: el evangélico es evangélico, pero también es morador de la periferia, pobre y mujer. Y ya no basta, para conquistarlos políticamente, el mejorarlos económicamente. Hasta los evangélicos han cambiado y es quizá eso lo que Lula aún no ha conseguido entender. Hoy es más difícil que en el pasado comprar materialmente a esos millones adoctrinados más en las durezas del antiguo Testamento de la Biblia, de las que se sirve la nueva extrema derecha que intenta insertarla en las escuelas, que en las aperturas y libertades del cristianismo revolucionario.
Es verdad que la fe religiosa desde la llegada del Homo sapiens fue evolucionando, desde los primeros dioses ser femeninos, subrayando la fertilidad, a la dureza de los dioses masculinos con sus dogmas, anatemas y persecuciones a sus enemigos. Desde ser considerada la fe “el opio del pueblo” a los movimientos revolucionarios de liberación y a la mística cristiana, la fe religiosa ha ido pasando por la criba de infinitos matices.
Y es precisamente por la fuerza que desde el inicio de la Humanidad ha tenido la fe religiosa para exorcizar los miedos atávicos por lo que aún hoy en la revolucionaria era de la IA, el tema religioso con su inclinación cada día más a las políticas extremistas de derechas, se está convirtiendo en un elemento de primer orden en la enmarañada política oscurantista de nuestra época hasta en la tan elogiada Unión Europea, que parecía haber acabado con el monstruo de las grandes guerras mundiales y demoníacos holocaustos.
Se engañan los políticos que siguen considerando que el elemento religioso, nos guste o no, está incrustado en la piel de las conciencias y empieza a influenciar más de lo que podría suponerse, en la construcción de la modernidad y en los nuevos, peligrosos y revolucionarios descubrimientos de los que hasta científicos reconocen que podrían acabar destruyendo el planeta si son mal usados.
Sé que el ateísmo es de algún modo una forma de religión y que el misterio de la muerte estará siempre ligado al de la fe religiosa. Nos lo revelan hasta los médicos cuando nos cuentan que en el momento de la muerte los que se aferran a algún tipo de fe, el que sea, se despiden de la vida menos desesperados.
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