En un cambio de paradigma, familias equipadas con paneles solares y baterías ahora no solo consumen electricidad sino que también la venden, convirtiéndose en pequeñas centrales energéticas.
Por Infobae
Cuando la compañía eléctrica local de Kevin Wood empezó a ofrecer dinero a los clientes a cambio de consumir menos electricidad, el padre de un niño se encontró con una batalla en sus manos. Wood, que vive en Hampshire, en el sur de Inglaterra, quería ahorrar al mismo tiempo que aliviaba los picos de demanda de energía. Pero algunas cosas -como los adolescentes- son más difíciles de gestionar que las redes eléctricas al límite de su capacidad.
“Probamos a decir: ‘Mira, no usemos la Xbox durante una hora’”, explica Wood. “Funcionó una vez. Pero hemos acordado no volver a hacerlo”.
La diplomacia es sólo una parte del sistema energético de Wood. Tiene paneles solares, una batería y un coche eléctrico. Lo siguiente será una bomba de calor, cuando la caldera de gas deje de funcionar. Pero la instalación de toda esa tecnología fue sólo la primera fase, y ahora Wood no puede dejar de prestarle atención. Sigue la pista de las horas más baratas para consumir electricidad y programa la colada, la cocina y la carga de su familia para que coincidan. “Estoy muy orgulloso de que mi consumo de electricidad vaya a ser negativo”, dice Wood. “En realidad estoy devolviendo algo”.
Wood forma parte de un nuevo grupo de clientes de electricidad superproactivos y supercomprometidos. Los paneles solares, las baterías domésticas y otros dispositivos de bajo consumo son más baratos y accesibles que nunca. El aumento de las facturas hace que todo el mundo sea más consciente de su consumo de electricidad, y las compañías eléctricas transmiten señales de precios en forma de tarifas más baratas cuando la demanda es baja y más caras cuando es alta. En conjunto, estos factores están creando una nueva clase de consumidores: Los “empollones de la energía doméstica”. Por ahora es un nicho, pero la experiencia de los empollones encierra lecciones para todos, y para las empresas de servicios públicos.
La relación entre la empresa y el cliente suele ser unidireccional: La empresa ofrece un precio, el consumidor lo paga y utiliza la energía suministrada. Pero a medida que las redes eléctricas se alejan de los combustibles fósiles, la adecuación de la oferta y la demanda se hace más difícil. Las compañías eléctricas están presionando a sus clientes para que optimicen su consumo energético en función de las necesidades de la red y en torno a los periodos de máxima demanda, mientras que los clientes están empezando a complementar la red con dispositivos que generan y almacenan electricidad en casa.
“Las decisiones y acciones de los consumidores tienen un mayor impacto en el sistema energético”, afirma Marie Claire Brisbois, profesora titular de Política Energética de la Universidad de Sussex.