Antes de viajar “manija” al mundial de Rusia, Thomas Braham tuvo una idea: creó una oración y una estampita para rezarle a Lionel Messi antes de cada partido. Su muerte inesperada poco después de haber regresado empujó ahora a su mujer a contar su historia, justo cuando necesitamos un Dios en quien creer: el nuestro
Era 2018 y faltaban pocos meses para el Mundial de Rusia cuando Thomi apareció, de un momento para el otro, con la idea. Quería ir al Mundial, no le alcanzaba la plata para quedarse demasiado tiempo pero amaba profundamente a Messi, sentía que tenía que ir, y algo en el interior de su cuerpo ya lo había decidido.
Por Infobae
Juliana Yantorno, su novia desde hacía una década, resopló cuando escuchó la ocurrencia e hizo una mueca de mala onda. Pero se le pasó enseguida, apenas él le dijo algo que con el tiempo cobró otro sentido. “Quiero vivir esto, necesito vivir esto”, recuerda ella ahora. “Y quiero vivirlo con mi hermano”.
Thomi Braham, entonces, su hermano y el primo de ambos empezaron a organizar el viaje. Y Juliana, que se había puesto de novia con él cuando era una adolescente de 15 años, no se sorprendió cuando apareció con la segunda ocurrencia.
“Había escrito un ‘Messi Nuestro’, una oración a Messi, y quería que yo le diseñara unas estampitas para llevar a Rusia”, cuenta ella a Infobae.
La oración, una reversión del “Padre Nuestro”, decía así: “Messi nuestro que estás en las canchas, santificada sea tu zurda. Vengan a nosotros tus lujos, hágase tu voluntad, de jugada o de pelota parada. Danos hoy la gambeta de cada partido y perdona nuestra ofensas, así como también nosotros perdonamos a los que te pegan. No nos dejes sin tu magia, y líbranos del mal fútbol. Amén”.
Juliana, que estudiaba Diseño Gráfico, le dijo “obvio, te ayudo”. Y fue ella quien acompañó igual algo que parecía, de mínima, ridículo. “No quiso llevar un par, quiso imprimir 10.000 estampitas. Me acuerdo cuando fui a buscarlas a la imprenta. Era una caja gigante imposible de meter en una valija”.
La cuestión es que las separaron en paquetitos y Thomi se las llevó a Rusia. El plan no era venderlas sino ofrecerle al mundo alguien en quien creer, predicar la palabra de su Dios. “El quería que le llegaran a Messi y abrazarlo. Era imposible, pero quiso hacerlas igual”, recuerda ella.
Las cosas en ese Mundial no salieron como esperábamos así que Thomi volvió a Buenos Aires con el corazón en la mano y miles de estampitas otra vez en la valija.
Un shock
Argentina quedó eliminada en octavos y hubo que tragar y seguir, y la vida compartida de Thomi y Juliana también siguió su curso. Tenían un proyecto de vida juntos y en febrero de 2020, justo antes de que comenzara la pandemia, se casaron. A diferencia de muchas mujeres que lidian con hombres violentos o machirulos, Juliana tenía claro que estaba al lado de un tipo único.
“Una persona que entraba a un lugar y le cambiaba la cara al resto”, dice ella, y se emociona. Habían construido una gran historia de amor, “de esas historias de amor que mucha gente desearía tener”.
Sobrevivieron a la pandemia como pudieron, y el 4 noviembre de 2020 Juliana terminó en una guardia. El dolor era intenso, abdominal, y los resultados de los exámenes mostraron que tenía apendicitis y había que operarla de urgencia.
“Y ahí, cuando me hicieron los análisis de sangre, nos enteramos de que estaba embarazada”, sonríe ella. Fue una alegría que los dos tuvieron que controlar para atravesar primero la cirugía pero la emoción les ganó y, aunque la gestación era de pocas semanas, se lo contaron a sus padres. Aureliano, el primer hijo de la pareja, había arrancado el viaje hacia ellos.
“Thomi estaba feliz, sí llegó a enterarse, de hecho hicimos la primera ecografía juntos”.
Exactamente un mes después de la cirugía, Juliana estaba sola en su departamento, en Villa Urquiza, cuando su teléfono sonó. Thomi había ido a jugar a la pelota con los amigos, y había ido en su scooter. Y acá es donde la voz de ella cambia, se nubla.
“Me dijeron que había tenido un accidente con la moto en Beiró y Constituyentes“, cuenta. “Había fallecido en el acto”.
Thomas no había chocado ni lo habían atropellado. Las cámaras mostraron (y los peritos confirmaron luego) que había intentado esquivar algo en el asfalto y había perdido el control de la moto. Podría haber sido apenas un golpe pero en el impacto sufrió una fractura múltiple en la cervicales y una costilla le perforó un pulmón. Tenía 30 años.
Juliana, que tenía 28 y estaba embarazada de dos meses, recuerda una frase que se escuchó repetir y que, de alguna manera, resume su desolación: “Estoy embarazada, ¿y ahora qué hago?”. Claro que ese terror inicial hizo lo suyo “y hubo un momento en el que pensé ‘no sigo, no puedo seguir adelante con el embarazo sola’. Pero fue un segundo, enseguida pensé ‘este hijo es lo que me queda de él’”.
Rota, Juliana continuó sola. En el departamento quedaron todas las estampitas que había traído de vuelta. Y aquella frase de Thomi diciéndole “yo necesito ir al mundial, quiero vivir esto”, tiene, desde entonces, un significado muy distinto: menos mal que lo hizo, menos mal que fue, no había lugar para el “tal vez, algún día, me gustaría…”.
San Messi
Juliana tuvo siempre una estampita del “Messi Nuestro” dentro de la funda de su teléfono. Sentía que en ese papelito estaba contenido todo: quién había sido Thomi, en quién creía, sus ocurrencias, la manija.
“El 10 de julio de 2021, mientras miraba la Copa América, recé el ‘Messi Nuestro’ con la estampita. Y en el medio del partido empecé con contracciones. Salimos campeones de América y unas horas después nació mi hijo”, dice ella en plan “elijo creer”. “Y yo, no sé, como que sentí señales muy fuertes, una emoción muy fuerte”.
Thomi, a través de sus amores, parecía estar ahí. No sólo es ella la que la siente: “Todos los amigos también rezan un ‘Messi Nuestro’ antes de cada partido y todos sienten esa energía que tenía él”.
Thomi estaba convencido de que, algún día, la Argentina de Messi iba a llegar lejos y es por eso que a Juliana se le ocurrió lo que se le ocurrió ahora, a pocas horas de disputar una final del Mundo, imaginando cómo estaría Thomi de estar acá: no solo sino con ella y con su hijo, que ya tiene un año y medio.
“Quisiera que todo el mundo tenga su estampita”, se despide. Que tengan algo que apretar, un papelito al que besar, un Messi Nuestro que repetir con los ojos cerrados pero mirando al cielo.