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Las relaciones entre Israel y Estados Unidos se asoman al abismo por la guerra en Gaza

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La decisión de Netanyahu de dar la espalda a su principal aliado, pese a las reiteradas advertencias de Washington, coloca en una situación cada vez más complicada a Biden en año electoral.

Por El País

El apoyo de Estados Unidos a Israel durante la guerra de Gaza se ha ido poniendo cada vez más cuesta arriba. Entre ambos aliados se interponen los casi 35.000 muertos palestinos y la criticada gestión israelí de una contienda que avanza en su octavo mes. A las puertas de las elecciones presidenciales de noviembre, EE UU ha acabado convertido en otro escenario más de esa guerra, aunque se halle a miles de kilómetros del frente de batalla de Oriente Próximo.

La complicada relación entre el presidente estadounidense, Joe Biden, y el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha vivido varios rifirrafes en las últimas semanas. El mandatario israelí se muestra empeñado en imponer su estrategia, centrada en objetivos bélicos más que humanitarios como serían liberar a los rehenes o salvaguardar a los civiles gazatíes. Este sábado el Estado judío ordenó nuevos desplazamientos forzosos de palestinos en la Franja que la legislación internacional considera ilegales. Pese a que las diferencias han abierto una de las mayores brechas que se recuerdan en las relaciones bilaterales, nadie pronostica una ruptura total entre dos países que se necesitan y retroalimentan.

De los abrazos en Jerusalén en octubre, en vísperas de la ofensiva israelí en Gaza, el inquilino de la Casa Blanca pasó al “gilipollas” al referirse al líder israelí en un evento privado en febrero, según publicó entonces la cadena de televisión NBC. Ahora, la decisión de Netanyahu de rematar la ocupación total por tierra de la Franja en contra del criterio generalizado de la esfera internacional ha empujado las relaciones más hacia el abismo. “Las relaciones se encuentran en mínimos históricos” lo que constituye “una escalada preocupante”, entiende Itamar Eichner, corresponsal diplomático del diario israelí Yedioth Aharonoth.

“Las sombrías relaciones entre Israel y Estados Unidos comenzaron mucho antes del 7 de octubre, pero parece que ahora hemos alcanzado un mínimo sin precedentes con las declaraciones públicas” de Biden, sostiene. Tras varios avisos que no fueron atendidos por el Estado judío, esta es “la primera vez que EE UU ha amenazado públicamente a Israel” porque “Israel se burla abiertamente de EE UU” al hacer la guerra por su cuenta en Rafah, interpreta Eichner.

La invasión israelí en la última semana de esa localidad meridional del enclave palestino después de meses de presiones de Washington en contra de una ofensiva, terminó de agotar la paciencia del presidente demócrata, que había intentado mantener un complicado ejercicio de equilibrismo entre el respaldo a su aliado y la presión para un alto el fuego desde el ala progresista de su partido y las protestas universitarias propalestinas.

“Si entran en Rafah, no voy a proporcionar las armas que se han utilizado históricamente para lidiar con Rafah, para lidiar con las ciudades”, anunciaba Biden el miércoles en una entrevista con la CNN. Era su comentario más feroz contra la estrategia israelí en los siete meses de guerra, una declaración que algunos expertos han descrito como de alcance “sísmico”.

Era la primera vez en que el presidente amenazaba de modo explícito con retirar un apoyo vital para las fuerzas israelíes si no se evitaba una carnicería en el enclave donde se hacina en torno a millón y medio de personas en condiciones deplorables. Horas antes, el Pentágono confirmaba que había paralizado un envío de 1.800 bombas de mil kilos y 1.700 de quinientos kilos.

La respuesta de Netanyahu fue desafiante: “Si tenemos que estar solos, estaremos solos. He dicho que, si es necesario, lucharemos con las uñas”, dijo el mandatario el jueves en la víspera del Día de la Independencia de Israel. “En la Guerra de la Independencia, hace 76 años, éramos unos pocos contra muchos. No teníamos armas. Hubo un embargo de armas a Israel, pero con gran fuerza de espíritu, heroísmo y unidad entre nosotros, salimos victoriosos”, zanjó sin referirse expresamente a Biden, pero decidido a seguir adelante con sus planes.

Le siguió, sin embargo, otro gancho al mentón. Un esperado informe del Departamento de Estado declaraba “razonable” considerar que la campaña militar de Israel, reforzada con armamento enviado por EE UU, haya violado el Derecho Internacional humanitario en Gaza. Ese informe llega en el octavo mes de contienda y tras esas casi 35.000 víctimas mortales, en torno al 70% menores y mujeres, según las autoridades de la Franja, donde gobierna Hamás.

Pero el sopapo solo tenía intención de advertir, no de noquear. El mismo informe, ordenado por Biden en febrero, puntualizaba que es difícil “establecer conclusiones rotundas” sobre incidentes concretos, y solo considera probable, y no probado, que se hayan podido producir esas violaciones. Por otro lado, sí valora como “creíbles y fiables” las garantías dadas por Israel de que emplearía las armas que le entrega Washington de acuerdo con el Derecho Internacional, por lo que permite que continúe el envío de esos arsenales.

Y tanto Biden, en la entrevista, como su secretario de Defensa, Lloyd Austin, en una comparecencia en el Congreso, resaltaban que el compromiso con el apoyo a Israel se mantiene “a rajatabla”. El jefe del Pentágono justificaba la paralización del envío de las bombas con el argumento de que “se trata de tener las armas adecuadas para la tarea” y Estados Unidos quería ver que Israel desarrollara operaciones “más precisas”. “Una bomba de pequeño diámetro, un arma de precisión, es muy útil en un área densa, muy construida”, pero “quizá no tanto una bomba de mil kilos que pueda crear mucho daño colateral”.

“Si Israel se ve arrastrado a una operación militar en Rafah, eso empeorará su posición dentro de la comunidad internacional”, reconoce el israelí Kobi Michael en un análisis publicado esta semana por el Instituto para el Estudio de la Seguridad Nacional (INSS, por sus siglas en inglés). “Los líderes de Hamás se encuentran en una zona de confort estratégica en la que ganan seguro, en la que se beneficiarán si se impone a Israel un acuerdo más conveniente para Hamás debido a las presiones estadounidenses y egipcias junto con las presiones internas, alimentadas por una campaña bien engrasada y eficaz de Hamás y sus aliados Irán y Rusia”, añade Michael.

No es la primera vez que Estados Unidos y su aliado viven un fuerte encontronazo. Ronald Reagan ya recurrió a la interrupción del suministro de armamento en 1982 para forzar al entonces primer ministro israelí, Menachem Begin, a detener sus bombardeos sobre Líbano. Y el propio Biden, entonces vicepresidente en la era de Barack Obama, ya vivió un momento de tensión con Netanyahu: en 2011, en un viaje para paralizar la construcción de nuevos asentamientos en Cisjordania, aterrizó en Israel con la noticia de que el Gobierno acababa de aprobar 1.600 edificaciones más. Obama y Netanyahu siempre mantuvieron una relación, en el mejor de los casos, distante.

Pero por mucho que ambos países se enseñen los dientes en un momento dado, o sus líderes mantengan roces, ambos gobiernos saben que la sangre no va a llegar al río. Israel requiere imperiosamente el armamento y el apoyo de Washington, como quedó de manifiesto en el ataque iraní con drones y misiles el mes pasado; el Gobierno de Estados Unidos necesita el respaldo de Israel en Oriente Próximo, y no puede permitirse enajenarse a la influyente comunidad judía en casa. Tampoco puede darse el lujo, a seis meses de las elecciones de noviembre, de abrir un flanco a las críticas de la oposición republicana, que con el expresidente Donald Trump a la cabeza acusan a la Casa Blanca de traicionar al aliado. A ello se suma la posición personal de Biden, un político de inclinaciones genuinamente proisraelíes.

Cada uno mide sus pasos muy cuidadosamente: Israel desarrolla su ofensiva terrestre en Rafah con cautela para no incurrir en el “gran” ataque contra la ciudad que Biden ha asegurado que sería su “línea roja”, sin entrar en detalles de qué consideraría “grande”. El portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, John Kirby, ha apuntado que Estados Unidos mantiene la mayor parte de sus envíos de armamento a Israel. “Sigue recibiendo la inmensa, inmensa mayoría de todo lo que necesitan para defenderse”, sostenía en una rueda de prensa telefónica el jueves. Y Estados Unidos sigue votando del lado de su aliado en toda medida que se debata en la ONU en torno a la guerra, sea en el Consejo de Seguridad, sea en la Asamblea General.

“La relación entre Estados Unidos e Israel se ha institucionalizado tanto que puede funcionar en el resto de los niveles, aunque los líderes respectivos no se puedan ver el uno al otro. La relación es profunda a nivel institucional, así que siempre habrá espacio para desarrollarla”, apunta Steve Cook, del centro de análisis Council on Foreign Relations, en una charla con periodistas.

Al mismo tiempo, reconoce Cook, algo está cambiando en la actitud del Gobierno demócrata estadounidense, presionado por el ala progresista de su partido, el voto joven y las protestas propalestinas en las universidades. “La política en Estados Unidos hacia las relaciones estadounidenses-israelíes está cambiando. Se ve claramente en el debate abierto en el Partido Demócrata sobre la imposición de condiciones a la ayuda a Israel, la paralización de ayuda a Israel, las sanciones a ciudadanos en Israel”, señala el experto.

“Hay una mayor disposición a expresar este tipo de preocupaciones, de hablar sobre políticas o de buscar políticas que —a falta de una palabra más diplomática— sean más punitivas contra los israelíes”, agrega el estudioso de Oriente Próximo.

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