El ente había paralizado la investigación interna y dejó el asunto en manos de la Policía Metropolitana, que no ha detectado indicios delictivos en el caso. Varios trabajadores y estrellas reclamaban que el acusado revelara su identidad.
Por El País
No era posible mayor mazazo a la reputación de la BBC. El presentador que había sometido esta semana a la corporación a una crisis de reputación casi ingestionable, cuya identidad había sido salvaguardada hasta ahora, ha resultado ser, de creer a su propia esposa, Huw Edwards.
Uno de los rostros más reconocibles de la radiotelevisión pública británica, en la que trabaja desde hace cuatro décadas, el hombre que el 8 de septiembre de 2022 anunció a sus compatriotas y al mundo entero el fallecimiento de Isabel II y condujo la cobertura televisiva del funeral de Estado, sería finalmente la estrella inmersa en un escándalo sexual, por haber pagado más de 40.000 euros durante tres años a un joven (menor, con 17 años, cuando empezó la relación), a cambio de fotos de contenido sexual explícito.
“A la luz de las recientes informaciones que hacen referencia al ‘presentador de la BBC’, he decidido publicar este comunicado en nombre de mi esposo, Huw Edwards, después de cinco días extremadamente difíciles para mi familia”, ha escrito Vicky Flind, la esposa del periodista. “Huw sufre de graves problemas de salud mental. Como ya es sabido, ha sido tratado por depresión severa en los últimos años (…) Para dejar las cosas claras, la primera vez que se dijo a Huw que existían acusaciones contra él fue el pasado jueves (…) Sé que Huw lamenta profundamente el impacto que las especulaciones recientes de los medios han tenido sobre ellos. Confiamos en que este comunicado ponga fin a todo eso”, ha dicho.
Edwards, según ha explicado su esposa, estaría actualmente ingresado en un hospital para recibir tratamiento psicológico.
La BBC ha acabado siendo víctima de sus errores y de su prudencia a la hora de gestionar esta crisis de reputación. Durante toda la semana, las cámaras, micrófonos y periodistas del resto de medios de comunicación británicos han hecho guardia permanente a las puertas de la sede central en Londres de la corporación pública.
El asunto y sus detalles mezclan aspectos sórdidos y morbosos que alimentan la curiosidad de muchos lectores y espectadores; es una tentación inesquivable para la competencia de la radiotelevisión pública, siempre dispuesta a amplificar sus problemas; pero, sobre todo, se ha convertido en un territorio minado para la BBC, que ha sobreactuado en su afán por informar sobre sus miserias a pesar de la confusión y ambigüedad sobre la legalidad o ilegalidad de los hechos denunciados.