El presidente debería dejar de encargada a su número dos 45 días antes de las próximas presidenciales, pero ahora mismo no tienen ninguna relación y ella asegura que él la presiona para que dimita.
Por El País
No existe una foto oficial del presidente y la vicepresidenta de Ecuador. Nunca antes una relación política había sido tan fugaz como la de Daniel Noboa y Verónica Abad. Y resulta extraño en un país donde la figura del vicepresidente nunca antes había pasado tan desapercibida como ahora. Cuando los ecuatorianos van a votar por un binomio presidencial también regresan a mirar quién podría ser el reemplazo del primer mandatario. Esto se debe a que durante una década el país fue gobernado por el vicepresidente de turno. Entre 1996 y 2005 ocurrieron cuatro golpes de Estado que defenestraron al presidente electo en las urnas. En su reemplazo, el vicepresidente que estaba en la banca esperando su turno asumía de inmediato el nuevo rol de jefe de Estado. Excepto por una ocasión, cuando quien debía ascender al salón de los presidentes del Palacio de Carondelet se trataba de una mujer. Era 1997, y Abdalá Bucaram, conocido como El loco, por sus excentricidades, fue derrocado por el Congreso por “incapacidad mental”. Bucaram huyó a Panamá y Rosalía Arteaga estaba lista para asumir el cargo, pero el Congreso se lo impidió. En 48 horas, los diputados eligieron al presidente del mismo Legislativo como el nuevo gobernante por el resto del periodo que faltaba.
Después de esa época oscura para la democracia de Ecuador, bajo el temor de ser traicionados, los candidatos presidenciales han escogido a su binomio con mucha cautela, hasta el 2023, cuando una inesperada maniobra del expresidente Guillermo Lasso para evitar un juicio político en su contra, decretó por primera vez la muerte cruzada, una válvula de escape democrática para disolver la Asamblea y el Ejecutivo y convocar a nuevas elecciones. Todo fue muy rápido. El Consejo Electoral corrió contra el tiempo para realizar unas elecciones, que normalmente pueden tardar un año, en tres meses. El apuro puso en aprietos a los candidatos a la presidencia que no tenían ni partido, ni binomio. Entre esos el presidente Daniel Noboa, que eligió a Verónica Abad. Fueron los primeros en inscribir su candidatura a la presidencia. Ese día, muy sonrientes, se retrató la única foto juntos que existe de los dos.
Ha sido difícil definir cómo se dio la unión entre Noboa y Abad, dos desconocidos en la vida política de los que nadie se imaginó que podían alcanzar el poder. Noboa ha dicho que su tendencia ideológica es de centro izquierda, mientras que Abad ha declarado ser de derecha, aunque su discurso y sus relaciones políticas la ubican más en la ultraderecha conservadora. Y la primera prueba que mostró sobre eso la vicepresidenta fue en su visita a España donde se reunió con Santiago Abascal, presidente de Vox.
Tras la ruptura de la relación, Noboa ha aprovechado los espacios en blanco de la normativa y ha cambiado por completo la figura del vicepresidente. Y tiene el poder para hacerlo. Según la Constitución las funciones del vicepresidente están dadas por el primer mandatario. Entonces, lo que han hecho otros presidentes ha sido entregarles tareas acordes a su perfil. Rafael Correa, por ejemplo, encargó a Lenin Moreno establecer un programa de ayudas para personas con discapacidad, y a su amigo Jorge Glas, le delegó las Telecomunicaciones, porque tenía un título -aunque cuestionado por supuesto plagio- en esa área. Guillermo Lasso le pidió al doctor Alfredo Borrero, que supervisara la crisis sanitaria, por ser esa su especialidad.
Pero Noboa rompió con ese patrón. A través de un decreto firmó el destino de su vicepresidenta: Medio Oriente. Abad fue enviada a Israel en calidad de embajadora a ayudar a mediar la paz en la guerra contra Gaza. Lejos de los micrófonos, de los problemas del país, de la ejecución del plan de campaña que elaboraron juntos, lejos, lejos, lejos.
Pero con el nuevo proceso electoral en marcha, en el que Noboa ha anunciado que será candidato, el tiempo apremia para definir quién quedará a cargo de la Presidencia mientras él está en campaña. Durante 45 días “el mandatario debe suspender sus actividades como presidente”, explica la abogada constitucionalista Ximena Ron.“Eso implica restringir completamente las posibilidades de que un funcionario tenga la posibilidad de influenciar en el elector usando su cargo”, añade. Quien debe reemplazarlo es la vicepresidenta, pero Abad ha dicho que está siendo presionada por el presidente para renunciar a su cargo. “Sin duda alguna es una persecución política, hay una violencia política constante”, dijo la vicepresidenta desde Tel Aviv en una entrevista a un medio de Costa Rica.
Las declaraciones de Abad se dieron tras la detención de su hijo, Francisco Barreiro, a quien la Fiscalía investiga por un supuesto delito de oferta de tráfico de influencias en la Vicepresidencia, en un caso que denominó Nene. El hijo mayor de Abad fue recluido de inmediato en la cárcel de máxima seguridad, La Roca, por decisión de un juez. “Ni Fito, ni los traficantes más pesados del país han sido enviados a La Roca y enviaron a mi hijo”, dijo Abad desde Israel, país donde no puede salir sin un permiso de la Cancillería. El 7 de mayo, la defensa de Barreiro pagó una fianza de 20.000 dólares y salió en libertad con medidas sustitutivas.
Abad no renunció, ni abandonó el cargo, a pesar de las presiones a las que dice estar sometida. En los pasillos del Congreso se barajó otra opción: la posibilidad de un juicio político contra la vicepresidenta para destituirla. Pero todavía no encuentran una causa. Y si la encontrasen, el rango de acción del presidente en la Asamblea se redujo. Después de ordenar el asalto a la embajada de México para capturar a Jorge Glas, el pacto con sus aliados en el Legislativo se rompió. La Constitución no provee de muchas alternativas al presidente cuando le ha quitado la confianza a su binomio que es elegido por votación popular. Hay un artículo de la Carta Magna que podría zanjar el asunto, explica Ximena Ron. Es el 150 que se refiere al caso de una ausencia temporal de quien ejerza la Vicepresidencia de la República. “Solo ahí el presidente podrá reemplazar el cargo con un ministro de su confianza”, añade. Aunque eso puede motivar que la Corte Constitucional defina si el caso de Abad -que fue enviada lejos del país- se trataría de una “ausencia temporal”. Mientras se espera el siguiente movimiento del Gobierno, el destino de la vicepresidenta es incierto.