Hay científicos que han elegido su área de estudios empujados por alguna experiencia de vida o familiar. Impactos personales e íntimos que los llevó a indagar en busca de ayuda para ellos mismos o un ser querido y para cubrir así las necesidades de quienes tienen padecimientos similares.
Por Infobae
Pero la ruta del neurocientífico argentino Agustín Ibáñez se diferencia de estos casos en un punto. En 2010, ya hacía tiempo que había hecho su elección profesional y contaba con varios años de formación en el estudio de la demencia, cuando su padre fue diagnosticado con ese mal devastador. Seguro de su pericia, luego de varios años de estar fuera del país, quiso tomar la posta de su madre y de su hermana en el cuidado de ese ser amado al que la enfermedad estaba convirtiendo en un ser desconocido.
“En aquel entonces, yo ya era un investigador consolidado en el área de la demencia y me sentía bien preparado para lidiar con la condición de mi padre. Sin embargo, las cosas no salieron como esperaba. La demencia había transformado a Mariano. Este hombre, que solía ser extremadamente hábil, diestro y sagaz, se había vuelto paranoico, introvertido y completamente aislado del mundo que le rodeaba. Desarrolló graves problemas de estabilidad (mental y física). Muy a menudo, yo percibía intenciones maliciosas en sus acciones y nuestra relación fue empeorando cada vez más. No solo mi padre había cambiado, sino que yo también me volví paranoico, reaccionando exageradamente al estrés, y bordeando los límites de la locura cotidiana. Nuestra comunicación se volvió angustiosa, continuamente incomprensible, llena de ansiedad y tristeza”, cuenta. “Me tocó ser un muy mal cuidador de mi papá”, lamenta. Una de las muchas enseñanzas que deja esta experiencia que se repite en millones de familias en el mundo es obvia: El costo que deben afrontar los familiares de estos pacientes es demoledor, no solo en lo monetario, sino y sobre todo, en lo mental y físico.
“Finalmente, mi padre falleció en San Juan, mi ciudad natal, el séptimo día del séptimo mes del 2011, sin el cuidado que toda persona con demencia merece”, dice. Su trabajo de investigación siguió adelante vinculado a la misma temática, en la Universidad de California San Francisco (UCSF), a la Universidad Adolfo Ibáñez de Chile y al Trinity College de Dublín, ciudad donde vive actualmente.
Ibañez, junto con otros investigadores de esos mismos centros de estudio, como el doctor en biología Sebastián Moguilner, publicaron recientemente en Science Direct y en The Lancet un trabajo en el que exponen la forma en que lograron construir un sistema de inteligencia artificial (IA) capaz de detectar precozmente distintos subtipos de demencia a través de resonancias magnéticas, aun cuando esas neuroimágenes sean de baja calidad.
El grupo desarrolló “un marco de aprendizaje profundo completamente automático basado en datos de resonancia magnética sin procesar y se probó en conjuntos de datos heterogéneos, no estereotípicos”, para probar la eficacia de los resultados. La intención del grupo de expertos fue crear un sistema que pueda aplicarse en grupos poblacionales poco representados, como los de Latinoamérica, ya que existen estudios similares en el hemisferio Norte, tanto en Estados Unidos como en Europa.
El científico argentino, quien actualmente es Director del Instituto Latinoamericano de Salud Cerebral (BrainLat), de la Universidad Adolfo Ibáñez; y líder del grupo de modelos predictivos de salud cerebral del Global Brain Health Institute (GBHI) del Trinity College Dublin y la Universidad de California San Francisco (UCSF), explicó los motivos de la investigación esta forma: “América Latina tiene una prevalencia muy alta de enfermedades neurodegenerativas y la proyección para el 2050 es terrible, ya que se estima entre el 120% y el 250% de incremento de prevalencias. Es una de las regiones que va a tener el mayor impacto comparado, por ejemplo, con Europa y Estados Unidos que ya la prevalencia está disminuyendo”.
Para dimensionar el valor de este tipo de estudios, el neurocientíficos advirtió que este tipo de padecimientos son “un problema gigantesco porque es una enfermedad devastadora, que cuesta más que el cáncer a la salud pública cuando se combinan los costos directos e indirectos y, lo más importante de todo, es que el paciente requiere de cuidados masivos. Entonces toda la familia se afecta”.
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