La emergencia de nuevas enfermedades y desafíos sanitarios hacen que los estudios clínicos sean la clave para mejorar la salud global.
Por Infobae
Corría el siglo XVIII y el mundo —al menos el europeo— estaba imbuido de las ideas filosóficas y culturales de la Ilustración, que consideraba al pensamiento racional como la única forma de acceder al conocimiento verdadero. Como hijo de esos tiempos, el médico escocés enrolado en la Marina Real Británica James Lind, tuvo una idea que sería precursora. Observó que gran cantidad de marineros enfermaban de escorbuto, un mal caracterizado por la falta de vitamina C y que en esas épocas, ante la ausencia de una cura, podía llegar a ser mortal. Cuando en 1747 se encontraba a bordo del buque Salisbury, decidió tratar a 12 marinos que padecían ese mal con diferentes tipos de dieta. A algunos dio nuez moscada, a otros agua de mar, a otros vinagre y a otros dos hombres naranjas y limones. Notó que estos últimos mejoraban rápidamente.
Ese estudio, que más tarde quedó plasmado por escrito, fue considerado el primer ensayo clínico de la historia. Como había sido iniciado por Lind el 20 de mayo de ese año, la fecha fue elegida para celebrar el Día Internacional del Ensayo Clínico.
Si bien en toda época los avances de la ciencia médica han sido clave para mejorar la salud y extender la vida de la población a nivel global, actualmente las sociedades experimentan transformaciones aceleradas debido a la globalización, la emergencia de nuevas enfermedades infecciosas con su veloz propagación —la pandemia de COVID-19 es el ejemplo más obvio— y la alteración de los patrones de ciertos patógenos a causa de la resistencia a los antibióticos a lo que se suma el impacto del cambio climático y los cambios demográficos, especialmente el envejecimiento poblacional, que conlleva un aumento en la prevalencia de afecciones crónicas.
El progreso en el campo de la farmacología a través de los ensayos clínicos es desde hace casi 300 años fundamental en el desarrollo de la medicina global. Gracias a los avances del siglo pasado, se ha logrado el control de males graves como la viruela, la única enfermedad humana erradicada, o la polio, que podría seguir ese camino dentro de pocos años. Más recientemente, ciertas formas de cáncer y el VIH han pasado a ser crónicos y manejables, cuando antes eran una sentencia de muerte. Y, por supuesto, las vacunas han jugado un papel crucial en la lucha contra varios de esos males y también, claro está, contra la pandemia del COVID-19.
Justamente fue el coronavirus y los estragos que provocó desde finales de 2019 lo que representó un antes y un después en una toma de conciencia a nivel global acerca de la investigación clínica como un pilar para enfrentar estos retos y mejorar la atención sanitaria. Una encuesta realizada tras la pandemia por la consultora Voices sobre las percepciones alrededor de esta práctica, que incluyó a 850 argentinos, arrojó que: 7 de cada 10 participarían en investigaciones de este tipo.
El objetivo de la investigación médica es entender una enfermedad o condición de salud, no sólo para generar conocimiento, ciencia e innovación sino también para desarrollar métodos avanzados para la el diagnóstico, la prevención, el tratamiento y la cura de enfermedades. Los estudios clínicos son investigaciones médicas en las que se evalúan medicamentos, terapias o dispositivos de salud, con el objetivo de determinar su eficacia y seguridad.
Pero los ensayos en seres humanos, son una suerte de iceberg debajo del cual hay un gran trabajo previo que es la investigación básica en el laboratorio donde se producen los descubrimientos y que también se llama “investigación preclínica”.
Para que un nuevo tratamiento, ya sea una vacuna, fármaco, dispositivo médico o procedimiento, reciba el visto bueno de las entidades reguladoras de salud, es imprescindible que complete tres fases de evaluación clínica. Una vez obtenida la autorización, se inicia una cuarta etapa de seguimiento post-comercialización, durante la cual se monitorean los resultados del tratamiento en el uso cotidiano a través de métodos de farmacovigilancia.
En cada una de estas etapas, se verifica la seguridad y eficacia del tratamiento, se determina la dosis adecuada y se identifican posibles reacciones adversas. La inclusión de personas siempre se realiza bajo consentimiento voluntario.
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