Tegucigalpa – La liberación de la prisión, en lugar de un nuevo comienzo, se convierte en una carga insuperable para muchos exreclusos en Honduras, quienes enfrentan un mundo que les es hostil y desprovisto de oportunidades. Al salir de la cárcel, muchos descubren que la libertad no es más que otra forma de condena.
«¿Puede regresarme a la prisión, por favor?», fue la desgarradora solicitud de un hombre al juez de ejecución tras su liberación, después de haber cumplido 22 años de condena. Este caso no es aislado, ya que muchos exreclusos encuentran en la cárcel una seguridad que el exterior no ofrece.
El sistema penitenciario de Honduras, criticado por su ineficacia en la rehabilitación, deja a los exreclusos sin herramientas para enfrentar la vida en libertad. La falta de programas de reinserción efectivos y el estigma social agravan su situación, llevando a muchos a desear volver a la prisión.
El impacto de la falta de apoyo es evidente en casos como el de una joven preliberada que, sin recursos ni respaldo familiar, encontró las puertas de su comunidad cerradas. Otro joven, liberado tras 16 años, fue relegado a un centro psiquiátrico debido a problemas mentales no tratados, reflejando la falta de atención integral en el sistema penitenciario.
Los defensores de derechos humanos destacan que menos del 5% de los reclusos participa en actividades laborales que podrían ayudarles a integrarse a la sociedad post-liberación. El ocio y la falta de conexión con la realidad externa solo perpetúan su ciclo de exclusión y desesperanza.
«La sociedad no me acepta», confiesa un hombre, sumándose a las voces de muchos que, tras décadas detrás de las rejas, se enfrentan a un mundo que no ofrece segundas oportunidades. La reintegración se convierte en un ideal inalcanzable, evidenciando la urgente necesidad de reformas en el sistema penitenciario y las políticas de reintegración en Honduras.
