Se advierte una idea del cuerpo técnico para que el mejor jugador del mundo administre de buena manera su energía. Eso le permitiría seguir revolucionando el fútbol en USA y llegar de la mejor manera a la Copa América del próximo año.
Por Infobae
La Selección ha comenzado con marcado éxito sus dos competencias. Una era la prevista: ganar el encuentro ante Ecuador con el propósito de sumar puntos para clasificar entre los primeros 6 de Sudamérica. Esa es la condición deportiva para poder disputar el Mundial del 2026 que organizan los Estados Unidos, México y Canadá. De no entrar entre esos primeros 6 –la están disputando las 10 selecciones de la Conmebol– quedará la extrema oportunidad del repechaje contra un equipo de Oceanía. Hay razones para confiar en que estaremos clasificados sin zozobras; más aún, anticipadamente.
Haber aumentado en dos equipos los cupos –un 50% más– respecto del último Mundial ayuda a consumar la competencia con menores exigencias; especialmente para los seleccionados más poderosos de cada confederación. Podría decirse entonces que a diferencia de oportunidades anteriores jugar el próximo Mundial es una cuestión de factible resolución.
Luego tenemos la “otra” competencia: la interna. Se trata de aquella que ya han comenzado a librar los jugadores del plantel. Quedó claro frente a Ecuador que los titulares quieren seguir siéndolo y que los suplentes miran con ansiedad al cuerpo técnico para ver en qué momento son llamados por Scaloni para ingresar al campo. Y esta saludable circunstancia no la habíamos advertido en las anteriores selecciones argentinas luego de haber logrado las copas del 78 y del 86. Más aún, hoy y a la distancia podría decirse que una vez obtenidos aquellos excelentes campeonatos mundiales se produjeron las distensiones que suele generar la “post gloria”.
Ver meter a Cuti Romero como si cada balón dividido fuera el último, a Otamendi defender de arriba saltando hasta lo infinito, a los laterales Molina y Tagliafico recorrer sus bandas cien veces de punta a punta; a los volantes Enzo, o a Mac Allister, o a De Paul alternar las posiciones de marca y llegada intentando corregir todo el tiempo sus espacios hasta encontrar un equilibrio de funcionalidad, fue muy positivo. Uno los ve a Lautaro o a Nico González buscar, acomodarse, rematar y cree que se trata de unos chicos de la “reserva” que juegan para ganarse el puesto.
Y luego advierte que Di María o Julián o Paredes conservan la ansiedad de los novatos al ser llamados para entrar y se emocionan más que con las incidencias del propio encuentro. Imaginamos que esos actores no ignoran la generación de debates y encuestas que llamaran a multiplicar en las redes las ociosas preguntas de » la gente”. Es así como podríamos ser atónitos testigos de los próximos dilemas. Por ejemplo: ¿Julián –suplente en el Manchester- no debería ser el titular de la Selección en lugar de Lautaro, ídolo y emblema del poderoso Inter de Milán?. O estas otras: ¿Y Garnacho? ¿Para cuándo? ¿Di María no debería jugar de entrada por ser indiscutido? ¿Paredes no debería ser el volante central? ¿o Chiquito Romero no debería ser el suplente del Dibu en lugar de Armani…? El próximo festival panelístico de abstracciones dialécticas nos llevará por insólitos caminos para discutir lo indiscutible: Scaloni y su cuerpo técnico han demostrado una coherencia y una lógica que nos eximen de fabricar cuestionamientos inexistentes.
En cambio, cabría expresar una reflexión ciertamente objetable: los jugadores transmitieron más fervor desde el campo de juego hacia las tribunas que el público presente en las tribunas hacia el campo de juego. Una historia al revés: antes, en épocas pasadas y con selecciones anteriores, el sonido de la gente intentaba movilizar al equipo y no siempre lo lograba. El énfasis bajaba desde las tribunas. Ahora en cambio pareció que las tribunas no recibieran la entrega incondicional de este equipo cuyo “ojo de tigre” permanece tan atento como el que tuvo en Qatar. Fue como si a este glorioso campeón del Mundo le faltara un eco sinfónico, olor de hinchada, canciones de fútbol. Antes bien, el público configuró una multitud de asombrados y curiosos grupos familiares que por fin pudieron acceder al comprensible pedido de sus hijas e hijos; niños o adolescentes que desde el Mundial soñaban con ver a Messi y al Dibu.
Suerte han tenido de ver el tiro libre cincelado por la zurda mágica del monstruo que está más líder y capitán que nunca. Tanto que tras haber ganado el partido se fue desde el banco a encarar al árbitro colombiano Roldán para reclamarle su permisividad hacia el juego brusco de los ecuatorianos del cual se sintió desamparada víctima. Antes, durante los 88 minutos que estuvo en el campo no dejó de hablar con sus compañeros y con los rivales. Messi está mejor que nunca y listo para batir el récord que le falta, el de la longevidad pues podrá jugar hasta los 50 años… Tres pases y dos tiros libres alcanzarán para disfrutar de su magia sin tiempos. Pero –ya sin ironías ni exageraciones– ha llegado el momento de cuidarle la energía justamente para que pueda dar esos tres pases y ejecutar esos dos tiros libres.
Deberemos admitir que lo de Messi es tan grandioso como desgastante. Está reinstalando el interés por el fútbol en los Estados Unidos haciendo crecer al Inter de Miami hasta convertirlo en infaltable y dinámica noticia en portales, plataformas, streamings y también en medios de papel. De una bandita empírica hizo un equipo competitivo, sin pretemporada y jugando con altas temperaturas. El futuro para el equipo que dirige el Tata Martino y gerencia David Beckham hará historia en la MLS. Pero ese Messi tiene 36 años y aspira a ganar todo cuanto se pueda con el Inter y a jugar –cuanto menos– la Copa América del próximo año. Es por ello que cuando Scaloni declara en conferencia de prensa que esta vez lo sacó “porque Leo se lo pidió pero que habrá que acostumbrarse a que ello ocurra”, nos está diciendo algo tan coherente como indiscutido: para tener por más tiempo a Messi jugando necesitamos administrar su energía.
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