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Xi Jinping y China deberán afrontar otro año difícil

Por: The Economist

El 31 de diciembre de cada año se vislumbra un mundo impenetrable. En la televisión estatal china, Xi Jinping pronuncia su discurso de Año Nuevo a la nación. Los internautas chinos estudian detenidamente las imágenes: en ninguna otra ocasión pueden ver a su líder sentado en lo que supuestamente es su escritorio. Intercambian análisis sobre la colección de fotografías de Xi, expuestas en estanterías detrás de él, y analizan sus ponderadas palabras. “En el camino nos encontraremos con vientos en contra”, dijo este año. Muchos lo considerarán una subestimación de los problemas actuales de China.

Hace poco más de un año, Xi abandonó sus estrictas medidas de “tolerancia cero”, que habían estado en vigor durante casi tres años y habían provocado cierres cada vez más frecuentes y brutalmente aplicados. Pero el país no experimentó lo que Xi describió en su discurso como una “transición suave” tras ese periodo. La población china, insuficientemente vacunada, estaba mal preparada: según algunas estimaciones, más de un millón de personas murieron a causa de la enfermedad mientras el país se tambaleaba en su vuelta a la normalidad (las autoridades sólo admitieron una fracción de esa cifra). La economía no se recuperó. El desempleo juvenil se disparó y el mercado inmobiliario siguió desplomándose. Los inversores extranjeros en China se pusieron más nerviosos. Los vientos en contra eran feroces… y el nuevo año no parece menos problemático.

Xi intentará poner buena cara. A mediados de enero enviará una delegación inusualmente numerosa para conversar con los plutócratas en el Foro Económico Mundial, una reunión anual de empresarios, políticos y celebridades en Davos (Suiza). La agencia de noticias Reuters afirma que el equipo estará encabezado por el primer ministro chino, Li Qiang, el funcionario chino de más alto rango que asistirá en persona desde que el propio Xi se presentó en 2017. Li es un protegido de Xi que llegó al cargo en marzo de 2023 tras ejercer como líder del partido en Shanghái. Allí impresionó a los extranjeros con sus formas favorables a los negocios.

En Davos lo tendrá mucho más difícil. Cuando Xi estuvo allí, era diferente. Muchos funcionarios y empresas de Occidente temblaban ante la perspectiva de la presidencia de Donald Trump (estaba a punto de jurar el cargo) y el impacto que su amenaza de guerra comercial con China tendría en el crecimiento mundial. Estaban entusiasmados con los esfuerzos de Xi por presentarse como un campeón del libre comercio. Ahora, muchos de ellos ven a China como una fuente de riesgo, ya sea debido a la vacilante economía del país, a la rivalidad estratégica con Estados Unidos o a la política de Xi, que odia a Occidente, y en todos los ámbitos se hace cada vez más hincapié en la necesidad de proteger la seguridad nacional y del régimen.

En las capitales y salas de juntas occidentales, el nuevo año comienza con muchas preocupaciones relacionadas con China. Las elecciones presidenciales del 13 de enero en Taiwán podrían agravar las tensiones a ambos lados del estrecho si el candidato del Partido Democrático Progresista, William Lai, logra imponerse. China le considera un separatista acérrimo.

El pecado del malestar económico

Según el calendario político normal, el Comité Central del Partido Comunista Chino (PCCh) -un órgano compuesto por más de 370 miembros de la élite política, militar y empresarial- debería haber convocado su “tercer pleno” a finales de 2023. En el ciclo quinquenal de reuniones del partido, los terceros plenos atraen mucho la atención debido a que suelen centrarse en la reforma económica (remonta al lanzamiento de la era post-Mao de “reforma y apertura” en un tercer pleno en 1978). El hecho de que aún no se haya celebrado ninguna reunión de este tipo en el ciclo actual ha suscitado muchas especulaciones sobre la falta de armonía entre la élite a la hora de abordar las dificultades económicas a largo plazo de China, como el envejecimiento de la población, la reducción de la mano de obra y los elevados niveles de deuda. Los altos funcionarios lograron celebrar una conferencia anual en diciembre para debatir problemas económicos más inmediatos aunque nada de lo que salió de esa reunión a puerta cerrada sugería nuevas medidas audaces para reactivar el crecimiento.

Para la economía, 2024 no será menos accidentado que el año pasado. El crecimiento del PIB el año que viene puede ser más lento que en 2023, cuando probablemente se acercó al objetivo del Gobierno de alrededor del 5% (el más bajo en más de tres décadas). El Banco Mundial prevé que la economía crezca un 4,5% en 2024 y un 4,3% en 2025. La recuperación de China seguirá siendo “frágil”, afirma.

Algunas pistas sobre la estrategia económica del Gobierno se revelarán en marzo, en la sesión anual de la Asamblea Popular Nacional, el órgano legislativo chino. En su informe a los delegados -el primero desde su nombramiento como primer ministro- es probable que Li anuncie un objetivo de crecimiento para 2024. Si, a pesar de todos los vientos en contra, se iguala al del año anterior, podría ser señal de que el Gobierno está dispuesto a intervenir con medidas de estímulo para garantizar que se alcance el objetivo.

Pero los inversores seguirán recelosos, entre otras cosas porque los mensajes del Gobierno son cada vez menos fiables (en 2023, por ejemplo, dejó de publicar datos sobre el desempleo juvenil). En la reunión sobre economía de diciembre, se pidió a los funcionarios que “reforzaran la propaganda económica” y “cantaran las alabanzas de las brillantes perspectivas de la economía china”. El Ministerio de Seguridad del Estado fue más allá. En un comentario sobre la reunión, publicado en las redes sociales, sugirió que la negatividad sobre la economía china era un grave pecado político. El objetivo de las personas que emiten opiniones despectivas, dijo, es “atacar y negar” el socialismo de estilo chino en un “intento inútil” de someter al país a “contención y supresión estratégicas”.

El 25 de diciembre, Caixin, una revista de Beijing, publicó un editorial favorable a la reforma, señalando que durante la Revolución Cultural de las décadas de 1960 y 1970, “la economía nacional estaba al borde del colapso, aunque las autoridades insistían en que la situación era ‘muy buena’ y ‘cada vez mejor’”. El artículo fue rápidamente borrado del sitio web.

No es el año de la disidencia

En 2024, Xi no estará de humor para disentir. Pocos días antes de que se suprimiera la política de “covid-cero”, Xi fue testigo de una de las manifestaciones de descontento contra el Gobierno más potentes desde los disturbios de la plaza de Tiananmen en 1989. Las protestas, aunque breves y pequeñas, estallaron en varias grandes ciudades. Si bien eran en contra de la cuarentena y los cierres relacionados con el coronavirus, también tenían un tinte político. La gente levantaba hojas de papel blanco para simbolizar la oposición a la censura. Como sus homólogos en Tiananmen, cantaron el himno comunista, la “Internacional”, amada por los manifestantes en China no por su mensaje ideológico, sino por su lenguaje de revuelta. En Shanghai, algunos llegaron a gritar “Partido Comunista, dimisión” y “Xi Jinping, dimisión”. En un país tan saturado de tecnología de vigilancia, fue un momento extraordinario de valentía. A Xi lo perseguirá para siempre.

A lo largo de 2023, la policía persiguió a los participantes, advirtiendo a muchos y deteniendo a algunos. El miedo ha vuelto a apoderarse de la gente. “Conozco a muchos jóvenes que ya no pueden vivir en Beijing”, dice un residente de la ciudad. “Venían de otros lugares y alquilaban sitios para vivir. Después de verse envueltos en este asunto, el gobierno les ordenó que no entraran más en Beijing”, agrega. “Lo único que pueden hacer es volver a sus ciudades de origen y buscar otra cosa, encontrar un nuevo trabajo… Han tenido que pagar un precio enorme”. En una reunión celebrada el 23 de diciembre para debatir sus prioridades en 2024, los jefes de policía de todo el país recibieron la orden de sus jefes en la capital de “tensar las cuerdas de la seguridad política” e intensificar los esfuerzos “proactivos” para proteger el sistema político chino y su santidad ideológica.

En Hong Kong, la seguridad también será un tema destacado del año político. El territorio tiene previsto aprobar en 2024 nuevas leyes relativas a delitos como la traición, la secesión, la sedición y la subversión. Así lo exige el artículo 23 de la miniconstitución china de Hong Kong, la Ley Fundamental, pero los anteriores intentos de promulgar esta legislación se han visto frustrados por la fuerte oposición ciudadana. Desde una erupción de disturbios antigubernamentales en Hong Kong en 2019, la amplia represión de China contra la disidencia en el territorio ha despejado el camino para la aprobación de estas leyes. Pocos observadores creen que los residentes se atrevan a organizar grandes protestas. En los próximos meses se conocerán los veredictos de los juicios sin jurado contra decenas de los activistas prodemocráticos más destacados de Hong Kong. Los resultados de éstos podrían enfriar aún más el ya reducido espacio de libertad de expresión en allí.

Entre los dirigentes chinos, las purgas, que han sido una característica omnipresente del gobierno de Xi, continuarán a buen ritmo. El año pasado se produjo una dramática muestra de ello, con la destitución del ministro de Asuntos Exteriores, Qin Gang, y de su homóligo de Defensa, el general Li Shangfu, ambos con apenas unos meses en el cargo. En público no se han dado las razones de los despidos pero se cree que el de Qin está relacionado, al menos en parte, con una relación extramatrimonial y el de Li, con corrupción. El primero fue sustituido por su predecesor, Wang Yi mientras que, en el caso del segundo, tras meses sin ministro de Defensa, China nombró uno nuevo el 29 de diciembre: el general Dong Jun, antiguo comandante de la Marina. El mismo día, nueve altos cargos militares fueron depurados de la legislatura nacional, sin explicación alguna.

A veces es difícil saber qué motiva estas reorganizaciones. Xi está librando una guerra implacable contra la corrupción, así como una campaña para imponer la lealtad a su gobierno. Pero en el sector financiero, la lucha contra la corrupción parece ser el principal motivo de la limpieza radical del último año. Los medios de comunicación estatales afirman que en 2023 más de 100 funcionarios financieros, en su mayoría banqueros, fueron detenidos por corrupción. En diciembre, el director de un banco fue condenado a cadena perpetua por malversar 2.300 millones de yuanes (325 millones de dólares). Se espera que la campaña se intensifique en 2024, según Jiemian, un portal de noticias de negocios con base en Shanghai.

El control de XI sobre los asuntos financieros también está reforzándose. En marzo de 2023 se anunció la creación de una nueva agencia dirigida por el partido, la Comisión Central Financiera, para tomar el mando de todos estos asuntos. Sus funciones incluyen la supervisión de organismos reguladores como el Banco Popular de China, el banco central, y la recién establecida Administración Nacional de Regulación Financiera. También se restableció un organismo disuelto hace tiempo —la Comisión Central de Trabajo Financiero— para hacer cumplir la disciplina del partido. Lejos de revitalizar las reformas pro mercado, se espera que el pleno del tercer comité, cuando se celebre, enfatice el liderazgo del partido, y de Xi sobre todo. Es poco probable que la tristeza que ha caído sobre el sector privado de China se disipe en 2024.

Xi podría esperar que los problemas de China sean compensados por el malestar en Occidente, como las divisiones sobre el apoyo a Ucrania e Israel en su guerra en Gaza, y la lucha política en Estados Unidos, a medida que se aproximan las elecciones presidenciales en noviembre. Pero la ansiedad de Occidente sobre China no disminuirá; sin importar quién gane el próximo mandato en la Casa Blanca, China seguirá siendo un problema en Washington. Estados Unidos seguirá intentando obstaculizar el desarrollo de tecnología de vanguardia en China con restricciones a la inversión y al comercio. La fricción económica entre China y Occidente crecerá, especialmente a medida que los gobiernos de Europa y América luchan por proteger sus industrias automovilísticas del aluvión de vehículos eléctricos (VE) baratos fabricados en China. La Comisión Europea está investigando si los VE chinos reciben subsidios que violan las reglas comerciales. Podrían surgir aranceles punitivos, posiblemente en 2024.

Xi explotará estos movimientos para retratar a su país como una víctima, con la esperanza de fomentar así el sentimiento nacionalista. Las celebraciones en octubre del 75 aniversario del país como un estado comunista serán utilizadas para el mismo propósito; inclusive, una nueva ley de educación patriótica, que entró en vigor el 1 de enero, recalcará que compartir este sentimiento no es opcional. Pero el nacionalismo no es del todo eficaz como bastión contra los críticos del partido: las protestas de 2022 así lo demostraron. Los murmullos sobre el gobierno autocrático de Xi, avivados por los problemas del país desde entonces, probablemente seguirán siendo en su mayoría privados. Pero es poco probable que disminuyan en el próximo año del dragón.

Las opiniones expresadas de los “columnistas” en los artículos de opinión, son de responsabilidad exclusiva de sus autores y no necesariamente reflejan la línea editorial de Diario El Mundo.

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