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14 destinos para disfrutar del invierno

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Patinar sobre hielo en Helsinki, recorrer la Dalton Highway de Alaska, viajar en tren entre montañas suizas, dormir en un hotel de hielo en Suecia, un crucero de expedición por Tierra del Fuego… Experiencias para disfrutar de las extremas temperaturas invernales.

Por El País

El norte de Finlandia es uno de los destinos estrella del invierno, perfecto para ir en trineo y ver auroras boreales. El Círculo Polar Ártico brilla en esta época. El paisaje se cubre de nieve y los lagos están helados. La noche polar (24 horas de oscuridad) es toda una experiencia, como también el momento en que empieza a regresar el sol y las auroras boreales bailan. Según el Instituto Meteorológico Finlandés, la mejor época para verlas es de febrero a marzo y de septiembre a octubre. También es muy buena época para disfrutar de las actividades al aire libre. Aunque aún hace frío, la temperatura empieza a subir y los lodges ofrecen programas de actividades muy completos para entrar en calor: trineos de perros, motos de nieve, rutas en trineo, raquetas de nieve, esquí de fondo… Y si aún así el frío aprieta, lo mejor es visitar una sauna finlandesa tradicional.

Los aeropuertos de Rovaniemi e Ivalo dan acceso al norte del país y cada vez hay más viajeros que buscan precisamente este momento del año (desde septiembre hasta abril) para ver auroras boreales. De hecho, muchos lodges ofrecen aurora alerts: despertar al huésped en caso de que aparezca una.

A Islandia hay que ir al menos una vez en la vida, y el momento elegido suele ser el verano. Pero cada vez hay más gente que trata de buscar una época con menos turistas. En invierno hay otros atractivos, aunque tendremos que movernos entre la oscuridad. Si lo que se busca es simplemente un poco de frío, cualquier época del año lo encontremos en este país de hielo y fuego: explosivos géiseres, piscinas de lodo hirviendo, glaciares que se abren paso entre las montañas, lagos color turquesa en los que flotan trozos de glaciar… Es también un lugar perfecto para observar ballenas, bañarse en piscinas geotermales en medio del hielo, hacer senderismo sobre el hielo y ver cómo el planeta sigue formándose.

Una región muy especial es la de Westfjords, el extremo noroeste, en forma de cuerno de reno. Son espectaculares sus fiordos, sus valles glaciares y sus escarpes helados. El final de las obras del túnel de Dýrafjörður en el 2020 abrió una nueva ruta por carretera, la Vestfjarðaleiðin: un recorrido circular de 950 kilómetros que es una apacible alternativa a la popular Ring Road. Es buena idea cubrirla en pleno verano: el buen tiempo no está asegurado, pero las carreteras están limpias, nunca anochece y los frailecillos y otras aves crían en los acantilados de Látrabjarg. Habrá que dejar el coche para explorar la zona a pie y avistar al zorro ártico entre los bosques de orquídeas de la reserva natural Hornstrandir, ver focas en la playa rosada de Rauðasandur, bañarse en la poza geotermal de Drangsnes, admirar el glaciar Drangajökull y las espectaculares cascadas Dynjandi.

En el invierno de estas tierras remotas del salvaje oeste islandés las noches son lo suficiente largas para maximizar las posibilidades de ver una aurora boreal y cuando los días se alargan hay suficiente luz para ir a ver ballenas. La península de Snæfellsnes es otro lugar con sorpresas: este trozo de tierra que se adentra en el Atlántico Norte tiene una gran oferta de actividades entre flujos de lava, crestas estegosáuricas —Kirkjufell, sobre Grundarfjörður, debe de ser el pico más retratado de Islandia— y en el espectacular glaciar Snæfellsjökull, que inspiró el épico Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne.

El frío está asegurado en la península Antártica, un destino soñado por todo amante de la aventura. Los viajes se suelen hacer en nuestro invierno (verano austral, de noviembre a marzo), para disfrutar, sin apenas noche, de un inmenso paisaje blanco en los confines del mundo. Aquí el verano trae consigo días templados que nunca terminan, cuando la temperatura sube hasta cero grados o algo más en pleno verano austral. En enero se ven y se oyen grandes y escandalosas colonias de pingüinos, con sus polluelos —nacidos con el año nuevo— pidiendo comida, y también cachorros de foca en Georgia del Sur, mientras que los avistamientos de ballenas se dan a finales de mes. El buen tiempo nunca está garantizado, tampoco en el Paso de Drake, entre Tierra del Fuego y la península, pero al menos en enero es posible navegar entre colosales icebergs y grandes acantilados mientras el sol brilla sobre el agua y el hielo.

Casi todos los barcos a la península Antártica zarpan de Ushuaia, en el archipiélago de Tierra del Fuego, en el sur de Argentina, y tardan entre 11 y 14 días. Si se visita Georgia del Sur, el viaje se prolonga unos días más.

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