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Cuidar la geopolítica

Por: Juan Aguilló | El País

Tras décadas de ostracismo, la geopolítica está de vuelta. El Foro Económico Mundial la menciona 34 veces en su informe de riesgos globales presentado en Davos. La geopolítica se está consolidando como un enfoque analítico y atractivo no solo en foros internacionales. También para instituciones que diseñan, ejecutan y evalúan la política exterior de los países e incluso para Universidades, empresas, think tanks y medios de comunicación que ya utilizan el término con naturalidad. ¿Por qué hablar entonces de “retorno” y por qué, sobre todo, el ostracismo anterior?

La geopolítica proporciona flexibilidad analítica pero exige responsabilidad.

Lo del retorno tiene que ver con limitaciones asociadas a las herramientas utilizadas para el análisis de algunos problemas transnacionales. Los enfoques más clásicos y formales, basados en perspectivas jurídicas, económicas y/o institucionales se enfrentan a dificultades crecientes cuando se trata de comprender, en toda su complejidad e informalidad, fenómenos muy latinoamericanos que, como el crimen organizado, el tráfico de armas, la inseguridad pública, las migraciones, la deforestación o la biopiratería desbordan fronteras y referentes analíticos.

Existen además algunos obstáculos metodológicos: los enfoques cuantitativos son propensos a identificar tendencias, pero acaban obviando detalles aparentemente insignificantes que, con el paso del tiempo, pueden convertirse en determinantes para comprender algunas dinámicas. En términos generales, las ciencias sociales acostumbran a escuchar para comprender mientras que, los estudios de riesgo, más mecánicos, suelen adoptar enfoques más inductivos que desembocan en afirmaciones prospectivas con márgenes de error, en ocasiones, mayores.

El porqué del ostracismo anterior tiene que ver con los antecedentes de la geopolítica. Desde que esta fue propuesta, en 1900, por el politólogo sueco Rudolf Kjellén, ha transitado por zonas oscuras… Los primeros trabajos trataron de utilizarla para comprender aquellas zonas del planeta (África y Asia, aunque también, América Latina) que las grandes potencias europeas se repartieron en el Congreso de Berlín, celebrado en 1878. Por aquel entonces se sabía que esas regiones eran ricas en recursos, pero no siempre en qué recursos ni quiénes vivían cerca de ellos.

No se necesitó mucho tiempo para que esa controvertida manera de concebir el conocimiento geopolítico se volviera en contra de la propia Europa: Karl Haushofer, uno de los autores de referencia en la Alemania nazi estuvo a punto de ser juzgado en Núremberg. La Italia fascista y el Japón imperial también justificaron y glorificaron su expansionismo a través de la geopolítica. En América Latina, durante la Guerra Fría, se copiaron modelos y se reprodujeron inconsistencias: un gran amigo de esta forma de entender las cosas fue el dictador chileno Augusto Pinochet.

Ese tipo de antecedentes y de compañías provocaron que la geopolítica durante la Guerra Fría, aunque nunca cayera en desuso, perdiera cartel. Más allá de su identificación con los totalitarismos (y antes, con el colonialismo y en América Latina, con las dictaduras militares) las principales acusaciones que se vertieron en su contra desde el ámbito académico fueron su determinismo geográfico; su nacionalismo metodológico pero, sobre todo, su pretensión de dotar de respetabilidad científica a relatos caprichosos o interesados, desprovistos de rigor.

La gran ruptura con todo aquello se produjo a finales del siglo XX. En aquel momento hacían falta, igual que ahora, enfoques y herramientas innovadoras capaces de comprender un mundo en transformación. En el ámbito anglosajón, autores como Gerard Toal, John Agnew o Simon Dalby promovieron una reinvención académica de la geopolítica. La repensaron como un campo de problematización interdisciplinar; cuestionaron los determinismos, representaciones y formalismos que lastraban su desarrollo y demandaron, con contundencia, rigor metodológico. Herramientas, todas ellas, que pueden ser de utilidad para repensar el espacio latinoamericano.

Al resultado de su propuesta se le conoce como geopolítica crítica. A partir de la misma se intenta comprender cómo se construyen y se legitiman, a través de narrativas específicas (en las que los medios de comunicación juegan un papel esencial) diferentes visiones del mundo que a menudo contrastan (piénsese en Ucrania, en Medio Oriente o en la Guayana Esequiba). Además, se asumió que eventos como el cambio climático, la transición energética o las relaciones norte/sur, de gran interés para nuestra región, pueden ser tan geopolíticos como las temáticas militares, económicas o comerciales tradicionales.

En el efervescente contexto latinoamericano actual, hay que ser precavidos. La geopolítica proporciona flexibilidad analítica pero exige responsabilidad. El elemento crítico no debiera confundirse con identidad, interés o militancia. La geopolítica tampoco puede limitarse a avalar discursos oficiales ni a desarrollar críticas simplistas o sesgadas del ‘statu quo’. En un mundo sobrecargado de información no hay que olvidar que estamos hablando de una herramienta que, como demuestra la historia, también tiene un inquietante potencial para conectar fake news y ciencia. Hagámosla seria, hagámosla diferente….

Las opiniones expresadas de los “columnistas” en los artículos de opinión, son de responsabilidad exclusiva de sus autores y no necesariamente reflejan la línea editorial de Diario El Mundo.

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