Por: Michelle Bachelet
A nivel mundial estamos enfrentando desafíos múltiples y muy complejos que requerirán esfuerzos conjuntos, y que deberán enfrentar un escenario de divisiones, alta polarización, desconfianza hacia las instituciones y fragmentación del panorama geopolítico. La cooperación global será un imperativo para encontrar soluciones.
La triple crisis planetaria de cambio climático, polución y pérdida de biodiversidad, es quizás la amenaza más grande para la humanidad y sólo puede ser abordada con cooperación de las naciones.
La guerra en Gaza, tras los ataques de Hamas el 7 de octubre ha significado que al menos 34.904 palestinos han sido asesinados, la mayoría mujeres, niños y niñas. Casi 80.000 palestinos han resultado heridos y, hasta el 11 de mayo, 1,7 millones de personas, equivalente a más del 75% de la población, han sido desplazadas, la mayoría en múltiples ocasiones.
Este conflicto, junto con la guerra de Rusia contra Ucrania, donde más de 10.500 civiles han muerto y millones de personas han sido desplazadas, necesitan de la cooperación internacional para alcanzar soluciones. También hay crisis en otros países como las de Sudán del Sur, Myanmar, Haití y muchas otras.
Junto con esto, debemos considerar que, tras la pandemia por Covid-19, por primera vez en la historia moderna, el Índice de Desarrollo Humano (IDH) global disminuyó. Aunque se proyecta un registro histórico para 2023, la cifra global oculta grandes diferencias: mientras todos los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) se habrían recuperado, en el caso de los países menos adelantados apenas a la mitad se habría recuperado. Es decir, la desigualdad entre el extremo superior e inferior del IDH estaría aumentando cada año desde 2020, prueba del fin de veinte años de progreso y prosperidad.
Así, la desigualdad sigue siendo uno de los desafíos globales que debemos enfrentar, algo especialmente relevante en nuestra región de Latinoamérica.
Otro de los desafíos es la debilidad de las democracias, en el mismo informe del IDH, la mayoría de las y los encuestados expresan su apoyo a la democracia, pero también respaldan a líderes que pueden socavar los principios democráticos.
Debemos recordar que no hay derechos humanos si no hay democracia. Desde hace varios años, encuestas de opinión como Latino barómetro, muestran un creciente malestar social y una creciente desconfianza en las instituciones –como los Parlamentos, los partidos políticos, las iglesias o las instituciones armadas–. Esto refleja la frustración de las personas debido a que las democracias no han sabido responder a sus expectativas, tal como los sistemas económicos han generado mayor desigualdad.
También debemos poner atención al auge del populismo, porque la promesa de soluciones rápidas a problemas complejos, socava y erosiona los controles y equilibrios institucionales necesarios para una democracia duradera. Los líderes populistas suelen priorizar los intereses nacionales por sobre la cooperación mundial, erosionando los esfuerzos para reducir las desigualdades entre naciones.
Otro de los desafíos cruciales –y que usan a su favor los populistas–, es la seguridad, un derecho humano que nuestros gobiernos deben garantizar. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (2023), las Américas tienen la tasa regional de homicidios más alta del mundo y altas tasas de violencia homicida provocada por el crimen organizado.
Para combatir el crimen y la violencia además de un sistema de justicia penal efectivo, bien equipado y financiado, policías fuertes e inteligencia, necesitamos también más trabajo, confianza y solidaridad entre los países.
Sin duda también necesitamos más cooperación mundial para abordar la migración. Un desafío global que, en Latinoamérica, ha hecho que más de 7,7 millones de venezolanos y venezolanas hayan abandonado su país desde 2018. La migración es un derecho humano, pero cuando los países no están preparados, ejerce una enorme presión sobre los sistemas sociales locales, como la educación y la salud.
La triple crisis planetaria de cambio climático, polución y pérdida de biodiversidad, es quizás la amenaza más grande para la humanidad y sólo puede ser abordada con cooperación de las naciones. Ya estamos viendo sus consecuencias: sequías que duran décadas –y generan inseguridad alimentaria–, inundaciones, olas de calor, incendios y tornados. Fenómenos que han aumentado en su magnitud y frecuencia. Si no trabajamos juntos, sus efectos serán aún más devastadores.
Para abordar estos desafíos globales e interseccionales necesitamos una transformación sistémica y estructural urgente, a través de la cooperación internacional, la solidaridad y un sistema multilateral que salvaguarde la democracia, y los derechos humanos, y que preserve la dignidad de las personas y las comunidades para las generaciones futuras. La única esperanza es encontrar una solución multilateral, porque el multilateralismo funciona, pero no ha sido lo suficientemente ágil ni eficaz. Con una verdadera respuesta multilateral, el mundo todavía puede soñar con lograr prosperidad para todos y todas.
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