En la periferia mexicana, hay mucha preocupación y poca esperanza de salir de la espiral de violencia, aun con unas elecciones calificadas de históricas.
Por DW
La prensa internacional destaca como histórico el hecho que México pronto tendrá probablemente una mujer como presidenta. La prensa nacional discute si está en juego la democracia, ante el talante autoritario del partido gobernante.
Sin embargo, en la periferia, la mega-elección del domingo, en la que se elegirán más de 20.000 cargos públicos, incluido todo el Congreso, se vive en claves muy distintas. Por ejemplo, en Coyuca de Benítez, ciudad costera de unos 14 mil habitantes, situada a unos 35 minutos del famoso balneario de Acapulco.
El miércoles tenía planeado allí su cierre de campaña José Alfreda Cabrera, candidato a alcalde por la alianza opositora Corazón y Fuerza por México. Cabrera fue un popular abogado, involucrado en la reconstrucción del municipio después del paso del huracán Otis en octubre pasado. Ante la parálisis del Estado y los saqueos orquestados por el crimen organizado, se había puesto enfrente de los reclamos ciudadanos.
El miércoles en la tarde estaba caminando hacia la tarima, cuando, de repente, se le acerca alguien por detrás, le apunta con una pistola a la cabeza y dispara dos veces. Cabrera muere en el acto.
Sus escoltas apenas logran reaccionar cuando era demasiado tarde, matando al asaltante. De nada le sirvió al padre de tres hijos el esquema de seguridad reforzado que había pedido a las autoridades. Era cuidado por 15 guardaespaldas, cuyo esquema de seguridad falló vergonzosamente ante un sicario solitario.
Cabrera sabía que su vida corría peligro. La llamada costa grande de Guerrero es una región estratégica para el crimen organizado. Es una salida natural para la heroína que se cultiva y fabrica en las frondosas y escarpadas montañas que se alzan justo detrás de la costa.
Hay varios grupos criminales que se pelean el control territorial, por la venta de drogas al menudeo, la extorsión, el tráfico de drogas, el control del presupuesto y obras municipales, y la trata de personas.
Es así desde hace décadas, en las narices de las Fuerzas de Seguridad y del Estado mexicano. Muchos que intentaron desafiar el statu quo, desaparecieron o fueron asesinados.
Apenas un par de días antes del asesinato del candidato, desconocidos mataron a otro candidato opositor de Coyuca de Benítez. Su cuerpo y el de su esposa fueron encontrados descuartizados en Acapulco. Aun así, con serios cuestionamientos sobre el carácter libre de una elección semejante, el subsecretario estatal de desarrollo político, Francisco Rodríguez, afirmó que «las campañas se desarrollaron con tranquilidad.”
No es exactamente la percepción de los ciudadanos: «Hay un clima de temor”, dice Sergio Ocampo, corresponsal en la región del diario de izquierda La Jornada, a DW. «El crimen tiene el control de todas las regiones e impuso sus candidatos; los partidos se prestan y cuando uno de los candidatos no obedece, lo matan”, cuenta el comunicador. En todo Guerrero, los cárteles cobran extorsión hasta a los vendedores de tortillas y los choferes de buses.
En una región sumida en la pobreza y sometida por la violencia, Ocampo nota una apatía generalizada. «Ni la militancia asiste a los cierres de campaña, y creo que habrá una gran abstención”, anticipa. Ante la persistente impunidad, la esperanza de un cambio se desvanece hasta en los más creyentes. Los jóvenes huyen a Estados Unidos para escapar del desempleo y del reclutamiento forzoso por los grupos criminales.
Y no es solamente Coyuca de Benítez. Esta es la campaña electoral más sangrienta en la historia democrática de México. El think tank Laboratorio Electoral contabiliza 36 candidatos y candidatas asesinados en este ciclo electoral y 320 agresiones. Un centenar de candidatos han renunciado por amenazas a ellos o a sus familiares.
El Instituto Nacional Electoral (INE) admite que el domingo habrá 175 casillas en seis de los 32 estados que no se podrán instalar debido a la inseguridad y conflictos comunitarios– entre ellas el rechazo de comunidades a participar en elecciones y la renuncia de una Mesa Directiva por amenazas, afectando a 130.000 electores.
Este clima enrarecido también afecta municipios normalmente tranquilos como San Pedro Cholula, una población de tradición indígena en el estado de Puebla. Cuando vino la candidata oficialista a la presidencia, Claudia Sheinbaum, hace un par de semanas, llegó con un contingente fuertemente armado de la Guardia Nacional y muchos asistentes prefirieron verla desde las esquinas de la plaza, listos para salir corriendo ante cualquier imprevisto
Consultados por DW, los transeúntes de Cholula, la ciudad prehispánica habitada más antigua de América, apuntaron a la inseguridad como principal problema. «Han aumentado mucho los robos y todos los delitos,” se queja la ama de casa Adilene Gómez. «Tengo miedo por mi país, por tanta violencia”, comenta el chef Ricardo Romero. «Me causa rabia e impotencia ver tantos asesinatos”, dice el jardinero Ricardo Ramírez. ”Iré a votar temprano, a esa hora hay mucha gente y me siento más seguro.”
La violencia merma la participación. Por cada agresión a un candidato, se registra una disminución de 1,3% en promedio en la asistencia al voto, de acuerdo a un informe del proyecto «Votar Entre Balas”.
En Cholula, sin embargo, todavía hay ánimo de ir a votar: «Con angustia y preocupación iré a las urnas, no quiero que se roben casillas, que haya fraudes”, dice el jefe de escoltas de una empresa, Javier Ordúñez. «Vamos a ir votar en familia y con fé en Dios que no pase nada.”