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La inestabilidad laboral aumenta el riesgo de obesidad

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Numerosas investigaciones ya habían observado que estar precarizado, tener un trabajo de mala calidad, estaba relacionado con un mayor índice de masa corporal (IMC). Con todas las limitaciones que este indicador tiene a la hora de determinar el sobrepeso y la obesidad de forma individual, sigue siendo útil para valorar el estado ponderal de las poblaciones, como explica Julio Basulto en Los peligros del peso ideal.

Por El País

Un nuevo estudio publicado en Obesity apunta en la misma dirección e introduce una novedad. Las investigaciones anteriores tomaban los datos de un momento concreto: era como hacer una foto fija y podía haber lo que se conoce como factores de confusión, es decir, otras variables que pudieran condicionar el IMC además de la precariedad. Esta publicación ha hecho un seguimiento para comprobar cómo los cambios en las condiciones de trabajo a lo largo de los años se relacionan con cambios en el IMC y ha encontrado que, efectivamente, aspectos concretos del trabajo precario como los bajos salarios, los turnos inestables o las jornadas maratonianas se relacionan con un mayor peso.

Los motivos son diversos: el estrés incrementa la secreción de cortisol, una hormona que altera nuestras sensaciones de hambre y saciedad, y potencia la acumulación de grasa visceral (que se relaciona con mayor riesgo para la salud). La inestabilidad en la jornada laboral se asocia a peores elecciones alimentarias, algo que también viene determinado por los ingresos. La presión no ayuda tampoco a que al llegar a casa te dediques a preparar comidas saludables -para lo que necesitas planificación y tiempo para comprar- cuando, además, probablemente el propio trabajo sea un entorno obesogénico. Y también afecta a la salud en general. En este completo estudio se describen tres mecanismos principales por los que la precariedad afecta a nuestra salud. En primer lugar, los trabajadores precarios se exponen con más frecuencia a condiciones de trabajo relacionadas con daños para la salud, tanto física como mental: cargas de trabajo excesivas, exposición a sustancias tóxicas, menos apoyo o más aislamiento.

Hablemos de estrés

En segundo lugar, estas condiciones de trabajo reducen el control que los trabajadores tenemos sobre nuestras propias vidas y esto, querido comidister, es asquerosamente estresante. No poder hacer planes de futuro, sentir que tu trabajo está constantemente en entredicho, que se te niegue cualquier oportunidad de mejorar profesionalmente -o que ni siquiera exista esa posibilidad- no es el mejor escenario posible para tu salud.

Por último, la precariedad tiene consecuencias sociales y materiales: vaya, que no llegas a fin de mes -ni a mediados- con todo lo que esto implica para tu vida actual. Por mencionar algunos de esos nefastos efectos: necesitas apoyo económico de tu familia a pesar de tus taitantos años, no puedes seguir un buen estilo de vida -pasarte 12 horas delante del portátil hacen difícil salir del sedentarismo-, las condiciones de tu casa -y la de las otras cuatro personas con las que compartes piso- hacen que prefieras pasarte por allí solo a dormir por miedo a que la humedad de la pared empiece a hablarte. De pensar en tener una pensión digna cuando te jubiles, ya ni hablamos.

No hay que ser un lince para darse cuenta de que tener un trabajo en el que no sabes si te van a cambiar los turnos, si vas a tener que hacer horas extras interminables -lo de cobrarlas, ya se verá- o si mañana te echarán, tiene efectos negativos sobre tu salud mental: hablamos de ansiedad, depresión e incluso suicidio. Pero también mina tu salud física porque incrementa el riesgo de enfermedad cardiovascular, renal, hepática, problemas respiratorios, cáncer, alteraciones menstruales o enfermedades infecciosas. Si quieres profundizar, tienes varios artículos científicos de calidad que hablan de ello como este, este o este otro, en el que puedes ver además cómo afecta cada situación de precariedad a la salud (reestructuraciones empresariales, recortes, percepción de inseguridad laboral, empleo temporal, etcétera).

Un círculo vicioso (y peligroso)

Para sorpresa de nadie, los grupos de población más vulnerables son los más afectados por la precariedad y, consecuentemente, tienen un riesgo mayor de sufrir problemas de salud, incluida la obesidad. Así se refleja en el estudio de Obesity, pero también en otros como Empleo precario y calidad del empleo en relación con la salud y el bienestar en Europa o Iniciativas que abordan el empleo precario y sus efectos en la salud y el bienestar de los trabajadores: un protocolo para una revisión sistemática.

Tampoco es que nos vaya a dejar pasmados otra “revelación” del estudio, que muy prudentemente, sugiere que la precariedad persiste a lo largo de la vida y que las investigaciones que analizan la trayectoria profesional indican que no hay una trayectoria prototípica en la que los trabajadores puedan ascender y salir de su precariedad.

Si eres precario, te quedas precario; recadito para todos los criptobros, influemprendedores y tiktokers financieros que enarbolan la bandera de la meritocracia mezclándola habitualmente con mensajes tóxicos e insultantes sobre el cuerpo de otras personas, acusando a las que padecen sobrepeso y obesidad de vagos igual que lo hacen con aquellos que no llegan a fin de mes. No caigamos en la trampa de ver los problemas sociales como cuestiones individuales ni atribuyamos la responsabilidad de cuestiones de salud pública a decisiones personales, porque eso echa gasolina al problema y es exactamente lo que necesita un sistema injusto para perpetuarse.

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