Pekín, que tilda al candidato que lidera los sondeos como un “alborotador” a favor de la independencia, considera los comicios presidenciales de este sábado como una decisión entre “la guerra y la paz”.
Por El País
Este año crucial de elecciones globales, donde casi la mitad de la población está llamada a las urnas —de la India a Estados Unidos, pasando por la Unión Europea—, arranca con la que probablemente sea una de las citas más determinantes para el resto del planeta. Taiwán, la isla autogobernada y democrática que China considera una parte irrenunciable de su territorio y que tiene en Estados Unidos a su mayor aliado, celebra este sábado los comicios presidenciales y legislativos bajo la alargada sombra de las tensiones entre las dos superpotencias.
No es una votación más en clave interna. En este lugar nunca lo son. Su alcance geopolítico es de un elevado potencial sísmico. A ojos de Pekín, los taiwaneses se enfrentan a una decisión entre “la guerra y la paz”. El resultado y sus consecuencias serán un primer termómetro de la entente firmada entre los presidentes de los dos colosos, Joe Biden y Xi Jinping, en su encuentro de noviembre.
Las encuestas para dirigir el Gobierno taiwanés las ha liderado, hasta que dejaron de publicarse el 3 de enero, el actual vicepresidente, Lai Ching-te, del Partido Progresista Democrático (PPD), la opción que menos gusta en el gigante asiático. Le sigue en los sondeos Hou Yu-ih, alcalde de Nueva Taipéi —la ciudad más poblada del país, que rodea a la capital, Taipéi—, del nacionalista Kuomintang (KMT), formación que aboga tradicionalmente por un mayor acercamiento con la República Popular.
El tercero en la pugna es Ko Wen-je, del joven Partido Popular de Taiwán (PPT). Ko, un antiguo médico que ha ejercido como alcalde de Taipéi hasta 2022, ha ascendido en los sondeos, sobre todo por su tirón entre los jóvenes, cansados de las dos agrupaciones políticas tradicionales y a los que les habla de resolver los problemas del día a día, como el elevado coste de la vivienda.
El primer puesto de Lai solo llegó a peligrar fugazmente con el intento finalmente infructuoso de acuerdo para presentar una única candidatura entre los líderes de la oposición. El KMT, en cualquier caso, sí encabeza los sondeos para el Yuan Legislativo (el Parlamento).
Lai, el actual vicepresidente, se presenta como garante de una senda continuista con las políticas de la presidenta saliente, Tsai Ing-wen, también del PPD. Debido a la limitación legal de mandatos, Tsai se apea del poder tras ocho años marcados por la ausencia de comunicación con la República Popular, las crecientes tensiones en el Estrecho de Taiwán y el acercamiento a Washington.
Lai se define ante los 19 millones de electores del territorio como el mejor garante de la “estabilidad” y del mantenimiento del actual status quo. Y promete profundizar en el avance en derechos sociales, como el matrimonio homosexual aprobado en 2019 bajo el mandato de Tsai.
“La paz no tiene precio y la guerra no tiene ganadores”, ha defendido Lai este martes durante una comparecencia ante la prensa internacional en la que ha elogiado la “solidez” de la democracia taiwanesa. “Aspirar a la paz” no significa hacerse “ilusiones”, ha añadido. Para mantener la citada estabilidad en este territorio, donde muchos se miran en el espejo de Ucrania desde la invasión rusa de 2022, ha propuesto “reforzar la disuasión defensiva de Taiwán”, en línea con las políticas del Ejecutivo del que forma parte, cuya cooperación militar con EE UU se ha estrechado en los últimos tiempos. “Estamos en la vanguardia de la defensa de nuestros valores frente al autoritarismo”, ha zanjado Lai, que ha negado que vaya a declarar la independencia de Taiwán. “No tenemos ningún plan [de hacerlo]”, ha dicho, “porque la República de China, Taiwán, ya es una nación independiente soberana”.
Pekín, que considera a la isla una provincia rebelde a la que pretende reunificar de forma pacífica, pero sin renunciar al uso de la fuerza si fuera necesario, sugiere que el candidato del PPD esconde una tendencia secesionista, que “perjudica” a la población de Taiwán y pone “en peligro” la paz en el Estrecho. “Con el fin de lograr más votos, Lai intenta ocultar el hecho de que, como defensor de la independencia de Taiwán, es en esencia un alborotador e instigador de la guerra”, afirmó en noviembre Chen Binhua, portavoz de la Oficina de Asuntos de Taiwán del Gobierno chino, según recogió la prensa estatal de la República Popular.
El preferido de Pekín
El candidato preferido por Pekín es Hou Yu-ih, del nacionalista KMT, partido heredero del bando que huyó de China en 1949 tras caer derrotado por los comunistas de Mao Zedong en la guerra civil china. Los vencidos se asentaron en la isla de Taiwán, donde fundaron una especie de gobierno en el exilio, bajo la batuta del líder del KMT, el dictador Chiang Kai-shek. La denominaron República de China, dando así origen a uno de los más complejos y volátiles conflictos geopolíticos, una rémora de la Guerra Fría sostenida hasta hoy mediante complejísimos contorsionismos diplomáticos.
El líder del KMT reclama poner fin a los ocho años en el poder del PPD, al que acusa de corrupción y de usar un “ejército de internet” y el control de los medios locales para atacarlo a él y a su partido por mantener lazos más cercanos con China, según proclamó en un mitin el domingo en la ciudad de Kaohsiung. Hou suele recordar su carrera como policía para explicar que comprende la importancia de la negociación a la vez que uno cuenta con el respaldo de la fuerza. Su política hacia China la resume con tres palabras: “Disuasión, diálogo, desescalada”.
Desde las primeras elecciones libres en Taiwán, en 1996, los candidatos del KMT han llegado a la presidencia en tres ocasiones (frente a cuatro del PPD), y solo han gobernado ocho años en este siglo. El último presidente del KMT, Ma Ying-jeou (2008-2016) protagonizó en 2015 un encuentro con su homólogo chino, Xi Jinping. Pero la excesiva proximidad con la segunda potencia económica del planeta contribuyó a que cayera derrotado en 2016 frente a Tsai Ing-wen, que nunca se ha visto cara a cara con Xi. En otra reciente señal de sintonía con Pekín, el expresidente Ma, que ha apoyado estos días activamente al candidato de su partido, viajó a China en marzo —el primer expresidente o presidente taiwanés en hacerlo—. Su visita no oficial tuvo una elevada carga simbólica: coincidió con la de Tsai a Estados Unidos, que desató la furia de Pekín.
Tensión internacional y tranquilidad interna
Las elecciones se celebran en Taiwán en una extraña atmósfera que combina la tensión internacional y la tranquilidad cotidiana en una isla que convive con la amenaza desde hace más de siete décadas. En un animado mercado nocturno, sentados ante un humeante plato de tallarines recién salido de uno de los puestos, Kai Chang, de 29 años, y Monica Pan, de 27, comentaban este martes que votarán a Ko Wen-Je. “Lo veo trabajando duro para resolver los problemas de los jóvenes, como el del alquiler de la vivienda”. Se quejan de los elevadísimos precios, para los que los salarios apenas alcanzan, de la imposibilidad de comprar una casa. Y creen que a Ko le avalan sus años al frente de la alcaldía de la capital.
“Tiene un enfoque más práctico y científico que los otros dos candidatos”, valora esta pareja. Ambos han estudiado en el extranjero; ella trabaja como consultora de tecnología; él, como consultor financiero; viven juntos. “En parte le votaré porque estoy cansado de que solo haya dos partidos. Me gustaría un cambio”, dice Kai. Creen también que las elecciones decidirán la inclinación de la balanza con respecto a China. Su candidato preferido ofrece una postura “entre medias” del KMT y el PPD: la de “mantener el status quo”, siendo “independiente”, pero “con voluntad de comunicarse” con Pekín.
Mientras la vida fluye, las noticias recogen la elevada presión en torno al territorio. Ahí está, por ejemplo, la multiplicada presencia de globos chinos surcando los cielos próximos a la isla o directamente su territorio, que el ministerio de Defensa taiwanés ha denunciado como una táctica de “zona gris” contra Taiwán en “un intento de utilizar la guerra cognitiva para afectar a la moral de nuestro pueblo”; o los vuelos de aviones de combate chinos más allá de la llamada línea mediana que marca la división no oficial en el Estrecho, y que Pekín cruza con mayor intensidad en tiempos recientes. En septiembre se batió un récord, con 103 aeronaves chinas detectadas en 24 horas.
Todo ello supone un recordatorio de que hay mucho más que un Gobierno en juego en estas elecciones. En los últimos años, bajo la batuta de Tsai, se han vivido momentos de enorme tensión en el Estrecho, especialmente desde agosto de 2022, tras la visita a Taipéi de Nancy Pelosi, entonces presidenta de la Cámara de Representantes estadounidense. El Gobierno chino consideró su paso por la isla una afrenta, desplegó ejercicios militares de gran magnitud en torno a Taiwán, y rompió los lazos con Washington en diversos campos —entre ellos el militar—. Esas fracturas aún no han soldado del todo.
Durante el reciente encuentro en San Francisco entre Joe Biden y Xi Jinping, el primero tras un año en el que las relaciones entraron en una espiral descendente, el dirigente chino destacó que “la cuestión de Taiwán sigue siendo el asunto más importante y más sensible en las relaciones entre Estados Unidos y China”. Le reclamó a Biden que se abstenga de favorecer la independencia de Taiwán, que deje de armar a la isla y que apoye la “reunificación pacífica de China”. En su tradicional discurso de fin de año, el 31 de diciembre, Xi reiteró: “Sin duda, nuestra patria materializará la reunificación”. Las elecciones de este sábado ofrecen un puesto avanzado para observar, a pequeña escala, el rumbo que podría tomar el mayor pulso geopolítico del siglo XXI en los próximos años.